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La ruina de la primera célula de la Sociedad

Nuestros gobernantes y la familia

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Aristóteles decía: Ó ανρ εστί το ζῷον πoλιτικόν, (ó aner estí το zoon politicón), o lo que es lo mismo: El hombre es un animal cívico, o ciudadano, no que se dedique a la política, tal como hoy la entendemos.

Quiere decir con esto que el ser humano es un animal gregario, o dicho de otra manera: que vive formando grupos o asociaciones, también que su vida se desarrolla en comunidades.

Colectividades, cuya célula más primigenia y elemental es la familia, germen y principio de toda sociedad.

España tiene los dos más serios y graves problemas que ningún país pueda albergar. En esta ocasión sólo expondremos uno de ellos, el otro lo dejaremos para otro momento.

No son el paro, ni la corrupción, ni las peleas de gallos de corral en la que todos los partidos políticos se ven envueltos, con todo el riesgo que esto representa.

El primero de ellos es que cada vez hay menos matrimonios, o parejas, como les gusta decir a los “progres”, y que éstas tienen una duración que raya en lo ridículo.

Según el INE durante el año 2015 se produjeron en España 101.214 divorcios, o lo que es lo mismo 277 separaciones o divorcios diarios. Da la impresión de que nuestros jóvenes consideran el casamiento como un pasatiempo, una experiencia efímera que se puede romper cuando les sobrevenga la menor dificultad o se hayan cansado de convivir con lo que se han prometido, cuando no jurado, o sea, estar unidos por unos votos hasta que finalice la vida de uno de ellos.

Parece ser que es una cosa que se toman a broma y, pasado el momento de la hilaridad, cada uno se marcha por su lado sin tener en cuenta las graves consecuencias que esta situación produce.

Como cosa irrisoria y falta del más mínimo rigor es suficiente con que hayan transcurrido tres meses desde que se celebrase la unión para solicitar el divorcio o la anulación del compromiso, y tampoco hace falta justificar la causa ni que ambos cónyuges estén de acuerdo en divorciarse, con que uno de ellos desee la ruptura ya es motivo más que suficiente para llevarla a cabo.

Alguien podrá argüir que en otros países ocurren situaciones similares, pero a mí sólo me importa lo que sucede en el mío, pues el panorama que se atisba no muy lejos es no sólo desalentador, sino, que yo lo definiría como catastrófico.

La primera consecuencia que se deriva de estas lamentables fracciones, caso de que no tengan hijos, si no es una ruptura pacífica, es el odio y la revancha que cada uno de los componentes engendra hacia el otro.

Si no ha habido previamente separación de bienes, y éstos son gananciales, la animadversión es total, procurando hacerse el mayor daño posible para, si es factible, arrebatarle a la otra parte la mejor tajada de lo que compartieron en común.

Dándose casos, sobre todo en los varones, en los que éstos se ven abocados a una ruina casi total, teniendo que soportar una vida precaria al máximo.

Hace más de 35 años que se aprobó la Ley del Divorcio en España desde entonces se producen casi el 70% de rupturas por cada cien matrimonios. Cifra muy superior a la media europea que apenas alcanza el 50%. ¿Cuál es la razón de esta seria diferencia? El que cada vez tienen lugar menos matrimonios. De un 5,4 de enlaces matrimoniales por cada 1.000 habitantes que se producían en el año 2000, se ha llegado sólo al 3,4 por 1.000 en 2014, cifra que se ha multiplicado en los últimos diez años, según manifiesta el Instituto de Política Familiar.

Desde el año 1981 en el que fue aprobada la Ley mencionada ha habido casi tres millones de disoluciones de matrimonios, dándose el caso de que la población separada o divorciada alcanza la cifra del 6% de la población adulta.

A pesar de ello uno de cada siete hogares donde haya una pareja ésta es de hecho habiéndose triplicado esta situación desde 2001.

Ante esta situación cabe que nos preguntemos ¿a dónde nos puede llevar esta circunstancia? Considero que la respuesta es obvia: a la disolución de la sociedad, ya que el pilar en el que ésta se cimenta no tiene una base sólida y firme que la sustente.

Sí, ciertamente seguirá habiendo hogares y personas que vivan juntas, pero ¿unidas por qué? si tienen al alcance de la mano todas las posibilidades para que en el momento que a cualquiera de ellos le apetezca caminar cada uno por vías diferentes.

Mientras tanto nuestros políticos actúan como si la cosa no tuviese importancia ni han tomado ninguna medida para defender la familia, dándole poca o nula trascendencia a los divorcios, ni para evitar los perniciosos daños psicológicos, sociales y familiares que la separación parental ocasiona a los hijos cuando los hay.

Nuestros gobernantes y la familia

La ruina de la primera célula de la Sociedad
Manuel Villegas
miércoles, 8 de febrero de 2017, 02:41 h (CET)
Aristóteles decía: Ó ανρ εστί το ζῷον πoλιτικόν, (ó aner estí το zoon politicón), o lo que es lo mismo: El hombre es un animal cívico, o ciudadano, no que se dedique a la política, tal como hoy la entendemos.

Quiere decir con esto que el ser humano es un animal gregario, o dicho de otra manera: que vive formando grupos o asociaciones, también que su vida se desarrolla en comunidades.

Colectividades, cuya célula más primigenia y elemental es la familia, germen y principio de toda sociedad.

España tiene los dos más serios y graves problemas que ningún país pueda albergar. En esta ocasión sólo expondremos uno de ellos, el otro lo dejaremos para otro momento.

No son el paro, ni la corrupción, ni las peleas de gallos de corral en la que todos los partidos políticos se ven envueltos, con todo el riesgo que esto representa.

El primero de ellos es que cada vez hay menos matrimonios, o parejas, como les gusta decir a los “progres”, y que éstas tienen una duración que raya en lo ridículo.

Según el INE durante el año 2015 se produjeron en España 101.214 divorcios, o lo que es lo mismo 277 separaciones o divorcios diarios. Da la impresión de que nuestros jóvenes consideran el casamiento como un pasatiempo, una experiencia efímera que se puede romper cuando les sobrevenga la menor dificultad o se hayan cansado de convivir con lo que se han prometido, cuando no jurado, o sea, estar unidos por unos votos hasta que finalice la vida de uno de ellos.

Parece ser que es una cosa que se toman a broma y, pasado el momento de la hilaridad, cada uno se marcha por su lado sin tener en cuenta las graves consecuencias que esta situación produce.

Como cosa irrisoria y falta del más mínimo rigor es suficiente con que hayan transcurrido tres meses desde que se celebrase la unión para solicitar el divorcio o la anulación del compromiso, y tampoco hace falta justificar la causa ni que ambos cónyuges estén de acuerdo en divorciarse, con que uno de ellos desee la ruptura ya es motivo más que suficiente para llevarla a cabo.

Alguien podrá argüir que en otros países ocurren situaciones similares, pero a mí sólo me importa lo que sucede en el mío, pues el panorama que se atisba no muy lejos es no sólo desalentador, sino, que yo lo definiría como catastrófico.

La primera consecuencia que se deriva de estas lamentables fracciones, caso de que no tengan hijos, si no es una ruptura pacífica, es el odio y la revancha que cada uno de los componentes engendra hacia el otro.

Si no ha habido previamente separación de bienes, y éstos son gananciales, la animadversión es total, procurando hacerse el mayor daño posible para, si es factible, arrebatarle a la otra parte la mejor tajada de lo que compartieron en común.

Dándose casos, sobre todo en los varones, en los que éstos se ven abocados a una ruina casi total, teniendo que soportar una vida precaria al máximo.

Hace más de 35 años que se aprobó la Ley del Divorcio en España desde entonces se producen casi el 70% de rupturas por cada cien matrimonios. Cifra muy superior a la media europea que apenas alcanza el 50%. ¿Cuál es la razón de esta seria diferencia? El que cada vez tienen lugar menos matrimonios. De un 5,4 de enlaces matrimoniales por cada 1.000 habitantes que se producían en el año 2000, se ha llegado sólo al 3,4 por 1.000 en 2014, cifra que se ha multiplicado en los últimos diez años, según manifiesta el Instituto de Política Familiar.

Desde el año 1981 en el que fue aprobada la Ley mencionada ha habido casi tres millones de disoluciones de matrimonios, dándose el caso de que la población separada o divorciada alcanza la cifra del 6% de la población adulta.

A pesar de ello uno de cada siete hogares donde haya una pareja ésta es de hecho habiéndose triplicado esta situación desde 2001.

Ante esta situación cabe que nos preguntemos ¿a dónde nos puede llevar esta circunstancia? Considero que la respuesta es obvia: a la disolución de la sociedad, ya que el pilar en el que ésta se cimenta no tiene una base sólida y firme que la sustente.

Sí, ciertamente seguirá habiendo hogares y personas que vivan juntas, pero ¿unidas por qué? si tienen al alcance de la mano todas las posibilidades para que en el momento que a cualquiera de ellos le apetezca caminar cada uno por vías diferentes.

Mientras tanto nuestros políticos actúan como si la cosa no tuviese importancia ni han tomado ninguna medida para defender la familia, dándole poca o nula trascendencia a los divorcios, ni para evitar los perniciosos daños psicológicos, sociales y familiares que la separación parental ocasiona a los hijos cuando los hay.

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