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Lo más saludable sería comer lo que uno mismo cocina en los sentidos gastronómico y político

Pesadilla en la cocina legislativa

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Últimamente nos encontramos al chef Alberto Chicote por doquier, hasta en las uvas, desde que, merced a un prestigio ganado mediante una larga trayectoria en los fogones, empezase a protagonizar el programa “Pesadilla en la cocina”, envés del tapiz que tejiese primero, a la anglosajona usanza, el no menos popular restaurador Gordom Ramsay. Ambos, Ramsay y Chicote, han puesto de moda una nueva figura mediática: la del “chef-coach”, ya que en sus respectivos programas ejercen no solo como culinarios consejeros, sino que, además, una vez han escudriñado por entre las causas de unos u otros de los concretos fracasos en el ámbito de la restauración en atención a los cuales son requeridos, se desmarcan con asesoramientos que van más allá incluso de la elaboración y dispensación de comidas. Otorgan a los orientados “recetas” que trascienden el recetario tradicional de elaboración alimentaria: les aportan directrices para la gestión económica del negocio, nociones de “marketing”, procedimientos para la atención integral al cliente y para la marcación de pautas a los empleados… A la sazón, los dos prestigiosos chefs vendrían a ser restauradores que bogan por restaurar a otros restauradores.

Ambos cocineros son propincuos además en su forma de afrontar sus concernientes maneras de proceder durante la grabación del programa, antojándoseme algo más expeditivas si cabe las de Chicote que las de su homólogo anglosajón, a lo que seguro contribuye la impronta adquirida mediante la práctica del rugby en otro tiempo: entra a saco Chicote en las cocinas tras evaluar gustativamente las viandas que se elaboran en el establecimiento de marras y comienza a determinar de manera paulatina e implacable todos y cada uno de los flancos de más ostensible suciedad acumulada, los casi siempre palmarios focos de infección allí residenciados tiempo ha, los más notorios indicios de malas prácticas (casi siempre corroborados, más por la manifiesta impericia o ignorancia del implicado en el desmán que por su sincera asunción de responsabilidades). Es entonces cuando hace acto de presencia el más castizo sarcasmo, ese a través del cual Chicote, con resabiada lengua carabanchelera, censura, zahiere, reconviene, impreca… siendo unas veces, las menos, atendido con sumisa aquiescencia, otras ignorado y otras acerbamente retado o replicado.

Cual Superman, Chicote se muda, embutiéndose en su floreado blusón, antes de tratar de mudar las tornas de uno u otro restaurante.

Algo parecido a lo que viene haciendo Alberto Chicote en su programa se me antojaba lo que en su momento hiciera Podemos cuando hizo acto de presencia en el adocenado panorama político en torno al que se desplegaba una implacable crisis, económica y de valores supramateriales, cuyas consecuencias hostigaban a muchos ante la indolencia de los representantes públicos. Pablo Iglesias, en tal tesitura, irrumpió en el orbe mediático sin coloreado blusón pero con camisa “casual” de Alcampo. El politólogo de la coleta se anunció y, como si de los acuciados hosteleros se tratase, muchos ciudadanos reclamaron su concurso a través del voto, con lo que pudo entrar en la cocina legislativa, una vez en la cual, pese a que había anunciado-denunciado mugre y podredumbre a espuertas, no está acabando de contribuir de la manera esperada a adecentar el lugar donde se cocinan las pautas generales de comportamiento civil patrio, aunque es justo decir que las recetas vienen de Bruselas, pues España en puridad es hoy un restaurante franquiciado.

A los ya hace mucho instalados en el cargo político, como a los empresarios hosteleros más modregos y desaseados, no les gusta que se les diga a la cara la mugre que acumulan. Ellos están satisfechos, y de no ser porque requieren del ciudadano para llenar sus comedores y para acudir a las urnas respectivamente, no se molestarían siquiera en simular que tratan de cambiar algo.

Pero bueno, adonde yo quiero llegar con esta pseudo-alegoría político-culinaria es al hecho de que al ciudadano le gusta abandonarse al político y al restaurador, cosa peligrosa a tenor de lo que estamos conociendo que ocurre tanto en el ámbito de la restauración como en el de la gestión política. Haber habrá gente honesta y talentosa en ambos dominios, pero, dado que no sabemos lo que ocurre en la cocina del restaurante donde acudimos a comer a cambio de un precio u otro, habríamos de ser cautelosos; tampoco sabemos lo que sucede en las cocinas donde se cuecen tantos asuntos para cuya elaboración contribuimos con nuestras aportaciones al erario. Tanta confianza de vez en cuando nos juega malas pasadas en forma de indigestiones, intoxicaciones y demás consecuencias de variada peligrosidad.

Por mucho que Alberto Chicote acuda a un negocio y lo enderece aparentemente, nada nos dice que quien almacenaba productos letales en su despensa no sea susceptible de volver a incurrir en tan homicida práctica, no en vano en “Pesadilla en la cocina” hemos podido ver auténticos indicios de atentados contra la salud pública provocados por desidia, por aminoración de costes, por puro desconocimiento del negocio… Realmente, a la política y a la hostelería se mete cualquiera, pues se suele pensar que ambos empleos son un chollo y que a poco que te pongas en marcha llueve el dinero. En política y en restauración se puede uno encontrar al tipo más formado y eminente y al mayor de los “tuerce-botas”. Son sendas loterías las elecciones de un candidato de entre los que pueblan uno u otro orbe.

Con las cosas del comer y con el dinero público hay que tener mucho cuidado y hay que saber muy bien en manos de quien se deposita tamaño caudal de confianza. Cuanta mayor transparencia exista, mejor. Pero ocurre que, precisamente, ambos territorios han entrado en la vorágine de la espectacularización: en plena primavera degustativa brotan los cocineros estrella (Chicote, verbigracia), los guisanderos prestigiosísimos que acumulan estrellas Michelín por la dedicación a generarle dichos michelines a tantos como liban el néctar que se desprende de la ambrosía anunciada a bombo y platillo en sus renombradas cartas. Hay en el mundo de la cocina un conjunto de elites, de mayor o menor rango, más o menos conservadoras, como las hay en política; en la gestión pública están los grandes chefs y los cocinillas o pinches que sueñan con alcanzar el prestigio de aquellos a quienes sirven para medrar so pretexto de servir a la ciudadanía.

Todos los aspirantes a político quieren acceder a esa cocina no sujeta parece ser a demasiados controles sanitarios en cuyos fogones legislativos se guisa el mejunje que se nos endilga y que no deja de ser sopa boba, la sopa boba de la ignominia.

Por todo lo antedicho, cabe pensar que lo más sano sería comer lo que uno mismo cocina en los sentidos gastronómico y político (a través del autogobierno popular por sorteo y con controles de todos por todos y con todos). Hay cosas que no se pueden fiar a la honestidad del prójimo cuando median tantos intereses espurios.

Pesadilla en la cocina legislativa

Lo más saludable sería comer lo que uno mismo cocina en los sentidos gastronómico y político
Diego Vadillo López
viernes, 13 de enero de 2017, 00:02 h (CET)
Últimamente nos encontramos al chef Alberto Chicote por doquier, hasta en las uvas, desde que, merced a un prestigio ganado mediante una larga trayectoria en los fogones, empezase a protagonizar el programa “Pesadilla en la cocina”, envés del tapiz que tejiese primero, a la anglosajona usanza, el no menos popular restaurador Gordom Ramsay. Ambos, Ramsay y Chicote, han puesto de moda una nueva figura mediática: la del “chef-coach”, ya que en sus respectivos programas ejercen no solo como culinarios consejeros, sino que, además, una vez han escudriñado por entre las causas de unos u otros de los concretos fracasos en el ámbito de la restauración en atención a los cuales son requeridos, se desmarcan con asesoramientos que van más allá incluso de la elaboración y dispensación de comidas. Otorgan a los orientados “recetas” que trascienden el recetario tradicional de elaboración alimentaria: les aportan directrices para la gestión económica del negocio, nociones de “marketing”, procedimientos para la atención integral al cliente y para la marcación de pautas a los empleados… A la sazón, los dos prestigiosos chefs vendrían a ser restauradores que bogan por restaurar a otros restauradores.

Ambos cocineros son propincuos además en su forma de afrontar sus concernientes maneras de proceder durante la grabación del programa, antojándoseme algo más expeditivas si cabe las de Chicote que las de su homólogo anglosajón, a lo que seguro contribuye la impronta adquirida mediante la práctica del rugby en otro tiempo: entra a saco Chicote en las cocinas tras evaluar gustativamente las viandas que se elaboran en el establecimiento de marras y comienza a determinar de manera paulatina e implacable todos y cada uno de los flancos de más ostensible suciedad acumulada, los casi siempre palmarios focos de infección allí residenciados tiempo ha, los más notorios indicios de malas prácticas (casi siempre corroborados, más por la manifiesta impericia o ignorancia del implicado en el desmán que por su sincera asunción de responsabilidades). Es entonces cuando hace acto de presencia el más castizo sarcasmo, ese a través del cual Chicote, con resabiada lengua carabanchelera, censura, zahiere, reconviene, impreca… siendo unas veces, las menos, atendido con sumisa aquiescencia, otras ignorado y otras acerbamente retado o replicado.

Cual Superman, Chicote se muda, embutiéndose en su floreado blusón, antes de tratar de mudar las tornas de uno u otro restaurante.

Algo parecido a lo que viene haciendo Alberto Chicote en su programa se me antojaba lo que en su momento hiciera Podemos cuando hizo acto de presencia en el adocenado panorama político en torno al que se desplegaba una implacable crisis, económica y de valores supramateriales, cuyas consecuencias hostigaban a muchos ante la indolencia de los representantes públicos. Pablo Iglesias, en tal tesitura, irrumpió en el orbe mediático sin coloreado blusón pero con camisa “casual” de Alcampo. El politólogo de la coleta se anunció y, como si de los acuciados hosteleros se tratase, muchos ciudadanos reclamaron su concurso a través del voto, con lo que pudo entrar en la cocina legislativa, una vez en la cual, pese a que había anunciado-denunciado mugre y podredumbre a espuertas, no está acabando de contribuir de la manera esperada a adecentar el lugar donde se cocinan las pautas generales de comportamiento civil patrio, aunque es justo decir que las recetas vienen de Bruselas, pues España en puridad es hoy un restaurante franquiciado.

A los ya hace mucho instalados en el cargo político, como a los empresarios hosteleros más modregos y desaseados, no les gusta que se les diga a la cara la mugre que acumulan. Ellos están satisfechos, y de no ser porque requieren del ciudadano para llenar sus comedores y para acudir a las urnas respectivamente, no se molestarían siquiera en simular que tratan de cambiar algo.

Pero bueno, adonde yo quiero llegar con esta pseudo-alegoría político-culinaria es al hecho de que al ciudadano le gusta abandonarse al político y al restaurador, cosa peligrosa a tenor de lo que estamos conociendo que ocurre tanto en el ámbito de la restauración como en el de la gestión política. Haber habrá gente honesta y talentosa en ambos dominios, pero, dado que no sabemos lo que ocurre en la cocina del restaurante donde acudimos a comer a cambio de un precio u otro, habríamos de ser cautelosos; tampoco sabemos lo que sucede en las cocinas donde se cuecen tantos asuntos para cuya elaboración contribuimos con nuestras aportaciones al erario. Tanta confianza de vez en cuando nos juega malas pasadas en forma de indigestiones, intoxicaciones y demás consecuencias de variada peligrosidad.

Por mucho que Alberto Chicote acuda a un negocio y lo enderece aparentemente, nada nos dice que quien almacenaba productos letales en su despensa no sea susceptible de volver a incurrir en tan homicida práctica, no en vano en “Pesadilla en la cocina” hemos podido ver auténticos indicios de atentados contra la salud pública provocados por desidia, por aminoración de costes, por puro desconocimiento del negocio… Realmente, a la política y a la hostelería se mete cualquiera, pues se suele pensar que ambos empleos son un chollo y que a poco que te pongas en marcha llueve el dinero. En política y en restauración se puede uno encontrar al tipo más formado y eminente y al mayor de los “tuerce-botas”. Son sendas loterías las elecciones de un candidato de entre los que pueblan uno u otro orbe.

Con las cosas del comer y con el dinero público hay que tener mucho cuidado y hay que saber muy bien en manos de quien se deposita tamaño caudal de confianza. Cuanta mayor transparencia exista, mejor. Pero ocurre que, precisamente, ambos territorios han entrado en la vorágine de la espectacularización: en plena primavera degustativa brotan los cocineros estrella (Chicote, verbigracia), los guisanderos prestigiosísimos que acumulan estrellas Michelín por la dedicación a generarle dichos michelines a tantos como liban el néctar que se desprende de la ambrosía anunciada a bombo y platillo en sus renombradas cartas. Hay en el mundo de la cocina un conjunto de elites, de mayor o menor rango, más o menos conservadoras, como las hay en política; en la gestión pública están los grandes chefs y los cocinillas o pinches que sueñan con alcanzar el prestigio de aquellos a quienes sirven para medrar so pretexto de servir a la ciudadanía.

Todos los aspirantes a político quieren acceder a esa cocina no sujeta parece ser a demasiados controles sanitarios en cuyos fogones legislativos se guisa el mejunje que se nos endilga y que no deja de ser sopa boba, la sopa boba de la ignominia.

Por todo lo antedicho, cabe pensar que lo más sano sería comer lo que uno mismo cocina en los sentidos gastronómico y político (a través del autogobierno popular por sorteo y con controles de todos por todos y con todos). Hay cosas que no se pueden fiar a la honestidad del prójimo cuando median tantos intereses espurios.

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