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Óscar Arce Ruiz

Aquellos fangos, estos lodos

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En poco más de una década hemos descubierto que el siglo XXI ha de presenciar la redefinición de algunas áreas en las que entran en juego combinaciones de lo político, lo económico y lo social.

Podría pensarse que, en un mundo global, la economía no puede ser local por más tiempo. Tampoco puede concebirse una relación entre la nación y el Estado en los términos que se han venido utilizando en los últimos siglos. Además, la nueva situación mundial hace que todo ello precise de una reflexión sobre qué es y quiénes componen la ciudadanía.

En las concreciones de esos puntos está la diferencia entre las izquierdas y las derechas modernas.

Uno parece que empieza a tener claro que, a grandes rasgos, las izquierdas son las que deberían promover lo que Benhabib llama ‘fronteras porosas’ y defender los avances en derechos económicos y sociales conseguidos tras la segunda gran guerra (lo que conocemos como Estado del Bienestar).

El ideal socialista se basa en la consolidación de los derechos sociales y en la consecución de nuevas generaciones de derechos, todo ello encaminado hacia una igualdad ‘real’, que sufrague el desequilibrio entre la igualdad jurídica y la desigualdad económica del capitalismo democrático.

En cambio las derechas son ocupadas hoy por las corrientes neoliberales y neoconservadoras que defienden la comunidad histórica que precede al contrato social (esto es, sólo es posible una pertenencia genealógica a la comunidad) y ven en el gasto social una lacra económica y una desvalorización del mérito y del esfuerzo.

Su máxima es la conservación del sistema por encima de las condiciones de los ciudadanos, porque es el mercado y la jerarquía el único campo en que se labra la prosperidad, al menos la suya.

Cuando parece al fin que puede uno fiarse de tales puntos de apoyo para saber si su desconfianza cojea más del pie izquierdo o del derecho, en España el Partido Socialista recorta el gasto social y el Partido Popular condena su decisión por inadmisible.

Nunca me ha parecido estar más lejos de entender la política.

Aquellos fangos, estos lodos

Óscar Arce Ruiz
Óscar Arce
sábado, 15 de mayo de 2010, 08:53 h (CET)
En poco más de una década hemos descubierto que el siglo XXI ha de presenciar la redefinición de algunas áreas en las que entran en juego combinaciones de lo político, lo económico y lo social.

Podría pensarse que, en un mundo global, la economía no puede ser local por más tiempo. Tampoco puede concebirse una relación entre la nación y el Estado en los términos que se han venido utilizando en los últimos siglos. Además, la nueva situación mundial hace que todo ello precise de una reflexión sobre qué es y quiénes componen la ciudadanía.

En las concreciones de esos puntos está la diferencia entre las izquierdas y las derechas modernas.

Uno parece que empieza a tener claro que, a grandes rasgos, las izquierdas son las que deberían promover lo que Benhabib llama ‘fronteras porosas’ y defender los avances en derechos económicos y sociales conseguidos tras la segunda gran guerra (lo que conocemos como Estado del Bienestar).

El ideal socialista se basa en la consolidación de los derechos sociales y en la consecución de nuevas generaciones de derechos, todo ello encaminado hacia una igualdad ‘real’, que sufrague el desequilibrio entre la igualdad jurídica y la desigualdad económica del capitalismo democrático.

En cambio las derechas son ocupadas hoy por las corrientes neoliberales y neoconservadoras que defienden la comunidad histórica que precede al contrato social (esto es, sólo es posible una pertenencia genealógica a la comunidad) y ven en el gasto social una lacra económica y una desvalorización del mérito y del esfuerzo.

Su máxima es la conservación del sistema por encima de las condiciones de los ciudadanos, porque es el mercado y la jerarquía el único campo en que se labra la prosperidad, al menos la suya.

Cuando parece al fin que puede uno fiarse de tales puntos de apoyo para saber si su desconfianza cojea más del pie izquierdo o del derecho, en España el Partido Socialista recorta el gasto social y el Partido Popular condena su decisión por inadmisible.

Nunca me ha parecido estar más lejos de entender la política.

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