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El hijo que sana a la madre: la huella invisible del embarazo

Cuando una mujer queda embarazada, no solo se inicia un proceso de gestación visible en su vientre
Llucià Pou Sabaté
lunes, 25 de agosto de 2025, 13:47 h (CET)

Cuando una mujer queda embarazada, no solo se inicia un proceso de gestación visible en su vientre. También ocurre un fenómeno fascinante y poco conocido: las células del bebé viajan al torrente sanguíneo de la madre y se instalan en su cuerpo, donde pueden permanecer durante décadas. A este intercambio se le llama microquimerismo feto-materno, y está revolucionando nuestra manera de entender la relación entre madre e hijo.


Durante las 41 semanas de embarazo, las células del feto circulan de un lado a otro y, después del parto, muchas permanecen en los tejidos, los huesos, la piel o incluso el cerebro de la madre. Investigaciones recientes han mostrado que si el corazón de una madre sufre una lesión, estas células acuden al lugar dañado y pueden transformarse en células especializadas para reparar el tejido. En otras palabras: el hijo ayuda a sanar a la madre mientras ella lo construye en su interior.

Lo más sorprendente es que esta huella celular persiste incluso en los embarazos que no llegan a término. La biología revela así que ningún hijo se pierde del todo: su rastro queda grabado en la madre como un testimonio íntimo y misterioso.


La ciencia ha confirmado también que en el cerebro de una madre pueden encontrarse células de su hijo hasta 18 años después del nacimiento. Una constatación que da fundamento biológico a esa intuición maternal tan difícil de explicar: la sensación de que los hijos están siempre presentes, incluso cuando no están cerca.


Este descubrimiento abre la puerta a nuevas investigaciones sobre enfermedades que mejoran durante el embarazo, sobre la respuesta inmunológica materna y sobre cómo los antojos podrían estar vinculados a necesidades compartidas entre madre e hijo.


Más allá de los datos médicos, el microquimerismo nos invita a mirar la maternidad con asombro. No se trata solo de un lazo emocional o cultural: la madre lleva literalmente a sus hijos dentro de sí durante años, como una inscripción viva de esa comunión primera que fue el embarazo.


En tiempos en que la maternidad suele reducirse a estadísticas o debates sociales, la ciencia nos recuerda algo esencial: la relación madre-hijo es una alianza biológica de cuidado mutuo. La madre protege al bebé con todo su ser; el bebé, a su vez, deja en la madre un legado silencioso de vida y reparación.


Quizá por eso, siglos de cultura han descrito la maternidad como un misterio. Hoy sabemos que ese misterio tiene también un correlato celular. Y lo asombroso es que la ciencia no lo despoja de su belleza, sino que lo hace aún más grande.

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