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En el debate sobre la protección animal en España, hay dos nombres que se repiten con demasiada frecuencia: galgos y podencos. Estas razas, asociadas históricamente a la caza, encarnan tanto la grandeza cultural de nuestro país como una de sus mayores sombras: el maltrato y abandono sistemático de miles de perros cada año.
Origen e historia de dos razas milenarias
El galgo español es una de las razas caninas más antiguas del mundo. Se cree que ya existía en la Península Ibérica en tiempos prerromanos, aunque su consolidación como raza reconocida llegó en la Edad Media. Nobleza y campesinado apreciaban al galgo por su velocidad, agudeza visual y elegancia. No es casualidad que aparezca en pinturas del Siglo de Oro o que Cervantes mencionara al “galgo corredor” en el inicio de El Quijote.
Por su parte, el podenco ibicenco —con variantes como el podenco andaluz o el podenco canario— tiene raíces aún más antiguas, vinculadas a los fenicios y los egipcios. De hecho, sus orejas erguidas y su cuerpo ágil recuerdan a las representaciones de Anubis. Los podencos fueron utilizados durante siglos para la caza en terrenos agrestes, gracias a su instinto, resistencia y oído prodigioso. Ambas razas son, por tanto, parte de nuestro patrimonio cultural y genético, pero esa misma asociación con la caza se ha convertido en su condena en la actualidad.
Características y necesidades
El galgo es un perro esbelto, de extremidades largas y musculatura fibrosa. Su velocidad puede alcanzar los 60 km/h, lo que lo convierte en un atleta nato. Pero más allá de su físico, posee un instinto de predación muy desarrollado: cualquier movimiento rápido de un gato, un conejo o incluso un pájaro puede activar en él la necesidad de perseguir. Por ello, es fundamental garantizar paseos seguros, con correa o en recintos controlados, evitando riesgos de fugas o atropellos. A diferencia de lo que se suele pensar, no es un animal que requiera ejercicio constante; un par de paseos largos al día y momentos de juego bastan para mantenerlo equilibrado. En el hogar, se muestra tranquilo, silencioso y afectuoso, con un carácter sensible que exige un trato respetuoso y coherente.

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El podenco, en cambio, es más enérgico y vivaz, con una resistencia física extraordinaria. Sus sentidos —especialmente el oído y el olfato— están entre los más desarrollados del mundo canino. Esto, unido a su instinto de caza, lo convierte en un perro curioso, explorador y siempre alerta. Necesita estimulación tanto física como mental: juegos de rastreo, actividades de búsqueda o largas caminatas que le permitan satisfacer su impulso natural de exploración. Su carácter suele ser sociable, aunque puede mostrarse tímido o desconfiado si ha sufrido maltrato o falta de socialización temprana. Además, puede ser un perro ciertamente independientes, lo cual tendrá que ser respetado por su familia.
En ambos casos, tanto galgos como podencos requieren compañía, paciencia y un entorno estable. Son perros que, lejos de ser simples herramientas de caza, se integran perfectamente en un hogar si se respetan sus necesidades específicas: seguridad, ejercicio adecuado, estímulos exploratorios y, por supuesto, cariño.
El problema del maltrato y abandono en España
El caso de los galgos y los podencos en España es particularmente grave. Según estimaciones de asociaciones protectoras, cada año se abandonan entre 50.000 y 70.000 perros de caza, siendo estas dos razas las más afectadas. Aunque la cifra es difícil de precisar —muchos abandonos ocurren en zonas rurales y no llegan a estadísticas oficiales—, el panorama es desolador.
El patrón se repite cada temporada: finaliza el período de caza y miles de galgos y podencos son descartados por no cumplir con las expectativas de sus dueños. Algunos son abandonados en carreteras, otros entregados a perreras saturadas y, en los casos más crueles, sacrificados mediante ahorcamiento o ahogamiento. Las organizaciones animalistas denuncian que, pese a los avances legislativos, la impunidad en muchos de estos actos sigue siendo la norma.
A esta realidad se suma la dificultad de encontrar familias adoptivas. A pesar de sus cualidades como animales de compañía, galgos y podencos arrastran estigmas: se los percibe como nerviosos, difíciles de manejar o únicamente aptos para el campo. Nada más lejos de la realidad. Cada vez más adoptantes descubren que son compañeros nobles, dóciles y muy adaptables a la vida urbana.
Avances y retos legislativos
La entrada en vigor de la Ley de Bienestar Animal en España en 2023 supuso un paso adelante en materia de protección, pero también abrió una polémica: los perros de caza, entre ellos galgos y podencos, quedaron excluidos de buena parte de las garantías que la norma sí ofrece a otros animales domésticos. Este hecho generó críticas de asociaciones nacionales e internacionales, que lo consideran un retroceso incompatible con la sensibilidad social hacia el bienestar animal.
En paralelo, la labor de asociaciones como Galgos del Sur, SOS Podenco Rescue o Fundación Benjamín Mehnert ha resultado vital. Gracias a ellas, miles de animales son rescatados, rehabilitados y dados en adopción dentro y fuera de España. Muchos galgos encuentran hogar en países europeos como Alemania, Bélgica o Países Bajos, donde son muy apreciados como animales de compañía.
El reto sigue siendo doble: endurecer las leyes contra el maltrato y cambiar la mentalidad de quienes siguen viendo a estos perros como herramientas de usar y tirar.
La otra cara de la moneda: historias de esperanza
Frente a la crudeza de las cifras, también abundan ejemplos de resiliencia. Galgos rescatados de situaciones extremas que, con cuidados veterinarios y cariño, logran recuperar la confianza en los humanos. Podencos que, tras pasar meses en refugios, encuentran un hogar donde su energía se convierte en alegría.
Las redes sociales han jugado un papel decisivo en esta transformación. Historias compartidas por adoptantes, vídeos de galgos durmiendo plácidamente en sofás o de podencos corriendo felices en playas son la mejor prueba de que estas razas tienen mucho que aportar a quienes les den una oportunidad.
Una responsabilidad colectiva
La protección de galgos y podencos no es solo una cuestión de amantes de los animales. Es un problema ético y social que interpela a toda la ciudadanía. Abandonar a un perro es un delito, pero también es el reflejo de una cultura que debe evolucionar hacia una convivencia más respetuosa con los animales.
Como recuerdan las organizaciones de defensa animal, adoptar a un galgo o a un podenco no solo salva una vida, sino que contribuye a derribar prejuicios y a enviar un mensaje claro: ningún animal debería ser descartado por no servir a intereses humanos.
En este mes de agosto, dedicado a la protección de los animales abandonados, la llamada es clara: la sociedad española debe mirar de frente a la realidad de galgos y podencos y apostar por un cambio que combine legislación efectiva, educación y empatía. Solo así será posible que estas razas, que durante siglos nos acompañaron en la historia y en el arte, encuentren por fin el lugar que merecen: un hogar seguro y digno.
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