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El polvo de los días raros

Frases, conceptos, que nacieron en canciones de Leiva. En otra forma de entender la vida
Alberto Fandos
jueves, 21 de agosto de 2025, 13:23 h (CET)

De esos que se atreven a desnudarse sentimental y emocionalmente… y a desnudarnos a nosotros con palabras que te abren en canal. Que escriben versos profundos en un mundo que solo deja espacio para la superficie. A recordarnos que la fragilidad también puede ser un acto de valentía. Leiva. Un poeta musical.


Enamorados de nosotros mismos enamorados. El amor propio convertido en eslogan publicitario, en campaña de temporada. La melancolía, mientras tanto, escondida en un rincón como si fuera un virus contagioso. Pero no lo es. Es simplemente humana. Y, si nos atreviéramos a dejarla entrar, quizá descubriríamos que en la grieta cabe más luz que en cualquier filtro.


Medimos la vida en notificaciones y en la urgencia de no quedar fuera de plano. Ese somnífero llamado Fomo. Miedo a perderse algo. Se nota en las manos que buscan primero la cámara y después la mirada. En las poses que se ensayan más que se sienten y que sigues buscando en un bar. Como fantasmas en el espejo. En las conversaciones que se parten por la mitad para atender un mensaje que, casi siempre, no importa nada. Los chavales ya no quieren canciones tristes, solo necesitan un iPhone.


Corremos. Siempre corremos. La prisa se ha convertido en una droga socialmente aceptada, en una especie de salvoconducto para no pensar demasiado. Leiva te frena. La sonrisa que exhibimos es el precio para seguir jugando, aunque el tablero se derrumbe. Si no estás ocupado, pierdes. Si no expones que estás bien, también.


Hemos entrado en modo circular, la bola crece. La alimentamos con cada gesto automático, con cada día idéntico al anterior, con cada sentimiento que se queda en la superficie. La bola crece hasta que algo, una frase o un gesto, la detiene. Y entonces respiramos. Aunque sea un segundo. Esa parte incómoda, la que no se sube a Tiktok, es la que nos salva. No hay redención sin agonía.


Por la noche sé que soñarás que los lobos llaman a tu puerta. Y no serán sueños tranquilos. Vendrán con el eco de lo que intentaste olvidar durante el día. Porque la noche no entiende de máscaras ni de filtros, entiende de cuentas pendientes. Y llevan razón, tú no funcionas bajo presión. Nadie lo hace, aunque sigamos fingiendo que sí. La presión sirve para el café, para los neumáticos, para la olla exprés. Para las personas, solo consigue que todo se tense hasta romperse. Y aun así, seguimos apretando como si la resistencia fuese sinónimo de fortaleza.


Fracaso. Vaya palabro. Fracasar no existe, son los padres. Y hundirse no es sinónimo. En el peor subsuelo emocional, cuando todo parece inamovible y seco, es cuando aparece el impulso exacto. El empujón perfecto para salir disparado hacia otra parte.


Esto no es un parte de defunción, es un aviso. Significa que seguimos aquí, que el vuelo es irregular, que las heridas pesan, pero que todavía hay cielo por delante. Que no te den más por muerto, solo llevas un disparo en el ala. Aunque notes un temblor gigante.


El polvo de los días raros no se barre, se respira, e incluso se esnifa con desquicio. Se acumula en los pliegues de la piel, en los rincones de la memoria, en esas canciones que se convierten en refugio cuando el mundo huele a derrota. Ese polvo es la prueba de que hemos estado ahí, que hemos vivido, que todo se ha desmoronado y nos hemos levantado con restos de la caída aún encima.


Frases, conceptos, que nacieron en canciones de Leiva. En otra forma de entender la vida. Verle en directo es un regalo. Poesía cantada. Él las confiesa, yo solo las he robado para colocarlas aquí, sin tapujos, con la esperanza de que tú te detengas un momento a escucharte. Porque, en un mundo que corre demasiado y nos obliga a fingir que nada duele, sus canciones son freno y espejo. Y ese freno, créeme, es lo que nos salva. 

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