Hace poco hablé de los dichos y refranes como una forma de expresión y condensación de la sabiduría popular. Una forma de prevenir y expresar, en pocas palabras, una situación o circunstancia. Tomando en cuenta que este tema surgió, no como una idea al aire, sino, como una forma de ver la sabiduría de la vida.
Durante siglos, hemos escuchado a nuestros abuelos, bisabuelos o nodrizas o nanas hablar en refranes. No lo hacen como una forma de estancar, como muchos creen, sino, como una forma de enseñar. Estas personas pudieron no estudiar – mas las mujeres desde la época medieval o durante los períodos llamados coloniales en América, no era necesario que terminaran de estudiar, ya que eran educadas para cuidar del hogar y la familia.
Aunque este tema se estudia en un aspecto comunicativo – lingüístico, lo vamos a estudiar desde dos enfoques: el psicológico y el filosófico tomando en cuenta que ambas disciplinas son parte integral de la educación en el ser humano.
Desde el punto de vista psicológico, los refranes funcionan como herramientas de aprendizaje implícito. Son fórmulas cargadas de simbolismo emocional y cultural, que activan la memoria, el juicio moral y la toma de decisiones. No solo nos enseñan a actuar, sino también a interpretar lo que nos pasa, como un reflejo de la experiencia humana compartida.
Filosóficamente, los dichos y refranes pueden entenderse como expresiones de la sabiduría práctica acumulada por generaciones. Algunos contienen principios éticos, otros ironía o crítica social. En todos los casos, nos interpelan: ¿Repetimos por costumbre o reflexionamos su verdadero sentido? ¿Qué revelan sobre cómo entendemos la justicia, la virtud o el destino? Platón, en su diálogo con Protágoras decía que los refranes son la mayor manifestación filosófica para enseñar y practicar la virtud.
En definitiva, los dichos y refranes no son simples adornos del lenguaje ni fórmulas vacías heredadas sin sentido. Son fragmentos de una sabiduría popular que ha resistido el paso del tiempo porque se enraíza en la experiencia, en la observación aguda de la vida cotidiana. Lejos de ser un dogma, cada refrán es una puerta abierta a la interpretación, al análisis y a la conversación crítica.
Desde la psicología, reconocemos su valor como herramientas que activan procesos mentales, morales y afectivos. Desde la filosofía, los entendemos como vehículos de reflexión ética y práctica. Quizás por eso, aunque el mundo avance y la tecnología nos abrume, seguimos repitiendo aquello de que “más vale prevenir que lamentar”, o que “el que mucho abarca, poco aprieta”.
No es que la vida esté escrita en refranes. Es que, a veces, los refranes nos ayudan a leer mejor la vida.
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