Los talibanes representan una realidad amarga y compleja, muy distinta a la imagen que se proyecta de ellos como un socio sincero en la lucha contra el terrorismo. Presentar a este grupo como aliado en la lucha antiterrorista, mientras acoge a algunas de las redes terroristas más peligrosas, forma parte de un juego táctico e inteligente sumamente peligroso. Lo irónico es que tanto Oriente como Occidente mantienen relaciones estrechas con los talibanes como supuestos garantes de la estabilidad, mientras se quejan de la expansión del extremismo desde Afganistán. ¿Cómo puede un grupo ser al mismo tiempo anfitrión de actores terroristas y pretendido enemigo de los mismos?
Los informes indican que Al Qaeda opera al menos 12 campamentos de entrenamiento en diversas provincias afganas. Sus aliados yihadistas han establecido campamentos en otras dos ciudades. Figuras clave de Al Qaeda como Abdul Haq Turkistani (líder del Partido Islámico de Turkistán), Osama Mahmood (jefe de Al Qaeda en el subcontinente indio) y Abu Ikhlas al-Masri (comandante que estuvo preso en Bagram) ahora actúan libremente en Afganistán. Así, los talibanes se convierten en anfitriones generosos de estas redes de terror, mientras el mundo empieza a aceptar a los talibanes como una “realidad inevitable”.
La alianza entre talibanes y Al Qaeda no es solo una estratagema táctica para engañar a la comunidad internacional, sino que constituye una asociación profunda, ideológica y operativa. Los talibanes obtienen profundidad de inteligencia, mientras Al Qaeda consigue cobertura geográfica para reconstruir su fuerza.
Por otro lado, la supuesta guerra de los talibanes contra el Estado Islámico en Khorasan (ISIS-K) parece ser más bien una puesta en escena para obtener legitimidad internacional. Aunque afirman que el ISIS ya no representa una amenaza, los talibanes explotan ese relato para arrancar concesiones de la comunidad internacional. Este conflicto tiene más que ver con defender el monopolio talibán sobre el poder yihadista que con una lucha auténtica contra el terrorismo.
Además, al acoger a grupos como el Partido Islámico de Turkistán, Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), Ansarullah y otras redes yihadistas de Asia Central, los talibanes han creado una peligrosa coalición de extremistas transnacionales. El grupo se presenta como barrera frente al terrorismo mientras fabrica nuevas redes de terror y complots políticos en la región. Junto con Al Qaeda, los talibanes buscan redefinir la geopolítica del extremismo y transformar Afganistán en la base estratégica de la yihad global.
Contrario a las narrativas comunes, no existe ninguna grieta ideológica real entre los talibanes, Al Qaeda y el Estado Islámico. Todos son producto de la misma mentalidad extremista. El blanqueamiento de los talibanes y el intento de diferenciarlos del terrorismo forman parte de un relato mediático e inteligente que sirve a los intereses de las grandes potencias, pero que socava la seguridad real. Esta política de ceguera selectiva podría costarle muy caro al mundo algún día.
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