Dos tragedias recientes en Siria y Sudán evidencian la vulnerabilidad de las minorías cristianas. El dolor se ha vuelto a hacer presente entre las comunidades cristianas de Oriente Medio y África.

Un templo en ruinas y un mártir olvidado
Las fechas de los sucesos son las siguientes:
1. Atentado en la iglesia ortodoxa de San Elías (Damasco, Siria): Domingo, 22 de junio de 2025. El ataque ocurrió durante la celebración vespertina de la Divina Liturgia. 2. Asesinato del sacerdote Luka Jomo (El Fasher, Sudán): Viernes, 20 de junio de 2025. Murió durante un ataque armado en el marco del asedio a la ciudad.
En apenas dos días, dos ataques violentos han cobrado la vida de decenas de fieles inocentes, recordando la fragilidad en la que viven quienes perseveran en su fe en medio de contextos hostiles.
Los actos terroristas ocurren en un momento especialmente sensible para Siria, que tras años de guerra civil buscaba recuperar cierta estabilidad. El gobierno de unidad nacional había logrado el levantamiento parcial de sanciones internacionales, y prometía proteger a las minorías. Sin embargo, la reactivación de grupos extremistas amenaza con devolver al país a una espiral de violencia sectaria.
Masacre durante la liturgia en Damasco
La iglesia greco-ortodoxa de San Elías, ubicada en el suburbio damasceno de Dweil’a, fue escenario de una tragedia brutal cuando un atacante armado irrumpió en plena liturgia vespertina.
Acompañado por dos cómplices, comenzó a disparar indiscriminadamente antes de detonar un cinturón explosivo en el interior del templo. El resultado fueron más de veinte muertos y, al menos, medio centenar de heridos, según informes del Ministerio de Salud sirio.
Aunque ningún grupo ha asumido la autoría, las autoridades atribuyen el atentado a células vinculadas al grupo yihadista ISIL.
El ataque ha generado profunda conmoción, tanto por la magnitud de la violencia como por el simbolismo del lugar y el momento: durante una celebración sagrada, en un templo dedicado al profeta Elías, venerado por judíos, cristianos y musulmanes, por lo que, en realidad, es un atentado contra las tres comunidades religiosas.
El Patriarcado Ortodoxo Griego de Antioquía, al que pertenece la iglesia, expresó su consternación en un comunicado en el que denunció la masacre como un acto abominable contra la dignidad humana y la libertad religiosa. “Recogemos los cuerpos de nuestros mártires y exigimos a las autoridades garantías reales de protección para todos los ciudadanos”, afirmó el Patriarca Juan X.
El drama olvidado de Sudán
Pocos días antes, otra vida se apagaba silenciosamente al otro lado del continente. El padre Luka Jomo, sacerdote católico sudanés, murió alcanzado por una bala durante un ataque en El Fasher, capital del estado de Darfur del Norte.
La ciudad lleva dos años bajo el asedio de las Fuerzas de Apoyo Rápido, milicias paramilitares que han sembrado el caos en la región.
A pesar de repetidos intentos por evacuarlo, la situación en El Fasher era insostenible. Segñun el vicario general de la diócesis de El Obeid, desde Enero estaban intentando sacarlo de allí pero era imposible el abandono de la ciudad.
La muerte del padre Luka es la primera de un sacerdote durante la guerra civil sudanesa y simboliza el abandono en el que sobreviven miles de cristianos en zonas de conflicto.
Aun así, la Iglesia católica ha mantenido su labor pastoral y educativa en medio de las balas. En El Obeid continúan operativas varias escuelas y guarderías, muchas de ellas únicas alternativas para los niños atrapados en la guerra.
Mientras tanto, cientos de familias cristianas, en su mayoría ancianos, mujeres y refugiados, resisten en condiciones extremas.
Dos escenarios, un mismo clamor
Aunque separados por kilómetros, Siria y Sudán comparten una dolorosa realidad: la persecución de comunidades cristianas que se mantienen firmes en su fe a pesar del miedo, el asedio y la violencia.
Las muertes de los fieles en Damasco y del sacerdote en Darfur son más que noticias, son heridas abiertas que nos recuerdan que la libertad religiosa sigue siendo un derecho frágil en muchos rincones del mundo.
Ambas tragedias dejan un llamado urgente a la conciencia internacional: proteger a las minorías no es solo un acto de justicia, sino una responsabilidad humana ineludible.
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