Tu abuelo te contaba como se hizo pasar por muerto para seguir vivo en la Guerra Civil. No había fotos, te contaba como había luchado contra una tanqueta con sólo una granada. No había fotos. Te daba un relato exhaustivo de todo. Tu abuela te contaba como había conseguido dos platos con la misma cartilla de racionamiento en la Guerra Civil. No había fotos. Pero sí un buen relato. Incluso tu bisabuelo tenía historias de la mili y la Guerra Civil. Por supuesto, tampoco había fotos. Tampoco de su emigración a Francia y el porqué de que los perros en Francia ladrasen igual que los españoles. No había fotos, sólo un relato. Hoy en día nos colgamos del primer piso de la torre Eiffel y nos hacemos un selfie. En la playa de las Catedrales, el Teide o el crucero por el Danubio, nos hacemos mil fotos. Incluso cuando vamos a por Tabaco o el súper, nos hacemos selfies. Hay quien se ha hecho un video metiéndose en la cama, haciédose la cera o lavándose los dientes con pasta fosforescente. Hay miles de fotos y videos pululando por las redes sociales. Pero no existe nadie que las explique medianamente bien. No hay un relato. Son sólo imágenes sin historia. Probablemente no haya nada que contar sobre ellas. No tienen un relato . Son fotos hechas simplemente para intentar conseguir cinco minutos de fama. Efímeras. Si nada que decir. Con ellas conseguimos sobreexponernos de forma gratuita. Tenemos muchas fotos pero nada que contar. Nada. No recordamos ni por qué nos hacemos selfies.
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