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Fascismo mental a pequeñas dosis

Las ideas facistas, a causa de su reduccionismo intelectual y psicológico, pueden penetrar en el subconsciente de modos muy sibilinos. Van haciendo metástasis a poquitos, a sorbos lentos y casi imperceptibles
Armando B. Ginés
viernes, 27 de junio de 2025, 10:38 h (CET)

Todavía no hay campos de concentración al uso nazi en el mundo. ¿O sí? ¿Qué es Gaza? ¿Qué son los espacios de excepción para internar personas inmigrantes o de refugiados? ¿Qué son las bolsas de pobreza en las periferias de la globalidad incluso en los arrabales urbanos de los países técnicamente ricos? ¿Qué son las órdenes ejecutivas de desahucio? ¿Qué son los muros y las pateras donde se estrellan o viajan millones de personas para escapar de la indigencia? ¿Qué es la precariedad laboral?


Los síntomas precursores de la gripe no son la gripe propiamente dicha, pero anticipan lo que será en breve. Hay campos de concentración reales y también los hay simbólicos. Violencia es una agresión física pero asimismo es el miedo mental que atenaza la vida cotidiana.


El infierno son los otros, vino a decir Jean Paul Sartre. En épocas de aguda crisis capitalista, cuando las mal llamadas clases medias sienten en sus propias carnes las mordeduras del sistema-mundo del capital, es decir cuando tienen algo que perder, estatus, empleo o propiedades, las soluciones políticas se repliegan sobre sí mismas buscando un chivo expiatorio entre las clases populares más depauperadas. Es más fácil dirigir sus iras contra la parte débil de la sociedad que contra las clases hegemónicas y pudientes, provocando a la vez la alienación y la contaminación ideológica de las gentes situadas en los márgenes del sistema capitalista, denominado neoliberal desde hace algunas décadas.


Y no existe vacuna universal contra esta tendencia. Ya se vio en el ascenso de Hitler en Alemania: un pueblo culto cayó en las garras de un desenfreno emocional ultranacionalista.


Segregar la sociedad en nosotros y ellos es el principio básico de todo fascismo. La otredad siempre está ahí desde remotos tiempos históricos: lo extranjero, la mujer, el color de la piel, la diversidad sexual, el idioma, las tradiciones, la cultura étnica, la religión, la historia mítica de cada nación. Objetivar como enemigo acérrimo la otredad es el principio del fascismo, credo que suele administrarse a dosis pequeñas hasta que ocupa la totalidad mental de cada individuo formando un cuerpo naturalizado de muy difícil erradicación.


No pensar y sentir hervir la sangre son las propuestas genuinas del fascismo. Vivir en la masa otorga un poder simbólico extraordinario. La poquedad de cada ser humano se extirpa de cuajo en el calor furibundo de la masa. Al abrigo de ese fuego abrasador todo sucede de manera inmediata, todo es performativo, todo es verdad porque está sucediendo y cada yo individual lo siente como tal.

Habitando la masa nadie se hace responsable de sus actos, la irresponsabilidad es total.


Dicho lo dicho, cabría pensar en qué elementos ideológicos se basa el fascismo para acaparar o colonizar la mente cautiva de multitudes. Sin ánimo de ser exhaustivos y menos aún de sentar cátedra, adelantamos algunas ideas que pueden esclarecer el debate sobre un fenómeno como el fascismo que podría tener consecuencias fatales ahora mismo y en los próximos años.


Lo sucio da asco. Evitamos lo asqueroso. Y repudiamos lo que hay de sucio en otras personas. Las gentes sucias invaden la limpieza de nuestro ser. Lo sucio se detecta a primera vista. Huele mal. Su hedor resulta insoportable. La pobreza es sucia. Los pobres pueden contaminarnos con su suciedad. Nos producen asco.


La blanquitud occidental es un valor supremacista. En lo alto de la cúspide está el mundo blanco. Todo lo oscuro remite a un espacio misterioso. En lo oscuro reside la sospecha de un peligro. La noche es oscura y amenazante. La metáfora de lo oscuro es potente. Lo blanco es el día, lo diáfano, lo pulcro. De la oscuridad nada bueno puede surgir.


La mujer, lo femenino, lo otredad diaria y doméstica, pone en entredicho el dominio masculino. Lo femenino remite a la tentación. La mujer puede dar vida, el hombre es un elemento secundario o auxiliar del proceso vital. ¿Envidia del pene dijo Freud? ¿No será más bien envidia del útero, de crear y dar vida desde el propio cuerpo? La mujer seduce y es taimada. Lo femenino habita el patriarcado en el espacio voluble del nunca se sabe, lo femenino es imprevisible, por tanto, hay que mantenerlo a raya para que no se desboque y cause estragos en el sistema patriarcal imperante desde hace siglos.


La modernidad, lo moderno entendido como un proceso evolutivo de cambio constante en las ideas, las costumbres y las revoluciones en distintos ámbitos, políticos, culturales, sociales, económicos y tecnológicos. La modernidad resquebraja el sentido común hegemónico en una sociedad, las verdades absolutas como reservorio cultural que da sentido a la vida cotidiana. Lo que siempre ha sido es lo que siempre deberá ser. La novedad implica poner en solfa las ideas preconcebidas. El progreso deviene así en ataque feroz a la seguridad de lo eterno o inamovible.


Lo que viene de fuera, la exterioridad se vive con extrañeza y como riesgo inasumible. Lo extranjero es sinónimo de barbarie e inferior. La mezcla va contra la pureza de la cultura propia, mi raza. Mezclarse y abrirse a la otredad implica la pérdida de esencias propias. Si me extravío en la diversidad, ¿quién seré entonces, dónde se irá mi singularidad?


La igualdad es asunto tabú para el capitalismo. Mi yo no es negociable. El ego individualista descansa en el yo quiero y el yo puedo. Su realización material es hacer realidad tangible cada deseo. Igualdad es equivalente a comunismo. Esos yoes a la deriva se hacen fuertes en el consumismo: si consumo soy yo. La competición de todos contra todos se asume sin crítica alguna.


Pureza significa lo que no necesita de nada más para ser lo que es. Exponerse a la otredad conlleva echarse en manos de la aventura y de lo contingente. Manteniendo la pureza propia el mundo es más seguro y predecible. La pureza anquilosa el progreso mental y levanta diques invisibles contra el diálogo político y social. Encastillarse en la pureza impide toda comunicación empática con la diversidad cultural.


Lo público es rechazado visceralmente como antítesis de lo privado y de la auténtica realización personal. La esfera privada es sagrada, tanto para el capitalismo como para el fascismo. La propiedad de lo que sea se configura como el cénit de las aspiraciones individualistas. Tanto tengo, tanto valgo. Lo que tengo me lo merezco y mis fracasos son exclusiva culpa o responsabilidad mía.


El fascismo no se encuentra bien en la paz ni en la resolución de conflictos dialogada. Lo suyo es la violencia verbal, simbólica o física. El mundo es poder y en cada acto debe establecerse una jerarquía de valores. Arriba yo y los míos, abajo los otros, la chusma, los marginados. De ahí, el espíritu militarista de todo fascismo activo.


Los fascistas prefieren lo espiritual a lo material, lo numinoso, lo religioso, lo emocional y lo irracional al imperio de la razón. Pensar demasiado es perder el tiempo en disquisiciones vanas. El instinto simplifica la capacidad de reflexionar y levanta un muro a la solidaridad y la empatía. La razón lleva al ateísmo y la impiedad. Tener fe es un acto de voluntad de poder. Y solo pueden los que tienen fe.


No cabe duda alguna de que el maniqueísmo fascista entre el bien y el mal es extremadamente complejo y no se puede resumir en breves líneas. Sin embargo, todos los fascismos comparten en diferente grado los elementos aquí expuestos a grandes rasgos.


Las ideas facistas, a causa de su reduccionismo intelectual y psicológico, pueden penetrar en el subconsciente de modos muy sibilinos. Van haciendo metástasis a poquitos, a sorbos lentos y casi imperceptibles. Hay muchas actitudes y gestos facistas que pasan desapercibidas incluso para personas que se consideran inmunes a su contagio. Nadie está libre del todo de esta pandemia ideológica. A la vista está: Trump, Milei, Ayuso. Meloni, Orban. Netanyahu... El fascismo empieza por la mente y jamás se conoce donde puede terminar.

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No se refiere la expresión “terruño” solo a lo que el término denota, en su acepción como espacio físico que nos vio nacer o crecer, sino, asimismo, yendo más allá, al “gueto” metafórico que muchas veces vamos construyendo en nuestra mente como amparo frente la fragilidad, reconocida o no, que nos caracteriza.

Aunque a veces nos encontramos acoquinados por las estrecheces, en las andanzas diarias registramos un sinfín de impresiones con curiosas repercusiones sobre aquello que entendemos de la vida; como es natural, se trata de experiencias individuales intransferibles.

Una cosa es la vida y cosa distinta la existencia, y cualquiera de nosotros sabe que lo primero es algo objetivo, como neutral. Lo segundo un atrevimiento, lo subjetivo, es decir, un querer lanzarse escalera abajo pero con contención y bajando dignamente, como explicaba don Torcuato Luca de Tena en 1958 en su libro “Edad prohibida”.

 
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