Desde que somos pequeños, los seres humanos esperamos el cariño y la atención de nuestros progenitores y personas más cercanas. Personas que forman parte de nuestra familia, de la escuela y del entorno al cual pertenecemos. A veces, serán los tíos, primos, amigos o profesores… es decir, la personalidad se va formando en base a las experiencias que iremos creando y de las cuales también, aprenderemos a desarrollarnos. Adquiriremos competencias y habilidades que pondremos en práctica, sin darnos cuenta, desde edades tempranas. Y es que nuestro temperamento y actitud será diferente a la de cualquier otro porque cada uno irá viviendo su propia realidad.
Poco a poco, iremos creciendo y sumando años a nuestra edad, nos convertiremos en seres, primero jóvenes y después adultos. Y cuando hemos llegado a esa etapa madurativa será cuando sabremos qué podemos o no esperar de los demás, de todos aquellos que forman nuestro pequeño o gran mundo.
Y es que de la misma manera, que generalmente, esperamos bastante de aquellas personas con las que tenemos confianza, serán ellos también los que esperen mucho de nosotros. Porque cuando esperamos algo de alguien es porque sentimos la seguridad suficiente para saber que ese otro estará ahí pase lo que nos pase para escucharnos, para atendernos, para consolarnos y sobre todo, para no fallarnos. Se trata de una confianza infinita que se ha creado a raíz de unas sólidas bases sociales que con otros individuos no se ha generado. Y cuando eso no se cumple, aparece la decepción por parte del que espera demasiado. A veces, porque pensamos que en caso de haber sido al revés, uno hubiera actuado de otro modo, otras porque teníamos fe ciega o porque creíamos que nuestra relación con esa persona era más fuerte de lo que luego se ha visto. Pueden existir miles de causas pero la principal razón para que se produzca esa “traición” es porque nuestras expectativas con el otro son demasiado altas con respecto a la realidad. Porque existen personas que pueden ser más leales o sentimentales que otras y eso según en qué contextos puede ser bueno o no tan bueno.
Pero del mismo modo, que los demás pueden fallarnos, nosotros también lo haremos a lo largo de nuestra vida. Es imposible que lleguemos a la edad adulta y no hayamos hecho daño a nadie como consecuencia de nuestros actos. En alguna etapa, habremos actuado de manera inadecuada según lo que se esperaba de nosotros. Habremos herido sin querer o nos habremos quedado parados ante injusticias cercanas por el simple hecho de no mojarnos demasiado. A veces, habremos estado demasiado ocupados en nuestros problemas no queriendo implicarnos en añadir peso a la mochila emocional y no habremos sabido estar a la altura y alguien nos lo dirá, en el mejor de los casos, y será entonces cuando reflexionemos de lo que podíamos haber hecho y no hicimos o de lo que hicimos y no teníamos que haber hecho. Porque si alguien espera algo es porque para esa persona significamos más que el resto y eso es un papel muy difícil de conseguir hoy en día, donde las relaciones sociales se hacen y deshacen demasiado rápido.
Pero lo cierto, es que es necesario encontrar un equilibrio cuando una de las partes se siente dañada. Si ha sido uno mismo el que ha propiciado que las expectativas de la otra persona no se cumplieran lo primero que se debe hacer es hablar y dialogar sin reproches, sin intención de justificar los actos no realizados o los errores producidos. Tenemos que revisar lo que entra dentro de lo esperable en cualquier relación básica de amistad, amor o familiar como puedan ser el respeto, la sinceridad, la confianza, la lealtad, la fidelidad, los valores, la comunicación… Hay que tener en cuenta que no somos perfectos, ni los otros, ni nosotros mismos. Debemos entender que es muy fácil herir a las personas que nos quieren por el simple hecho de que lo que hagamos o también, no hagamos, tendrá más importancia en ellos que en, por ejemplo, conocidos. Es decir, el mismo acto podrá tener diferentes consideraciones e interpretaciones según el grado de cercanía que tengamos con esa persona. Por lo tanto, lo más práctico es ser realistas con lo que podemos dar y recibir, ser conscientes de que las expectativas más altas de lo normal darán lugar a la frustración y eso a la desmotivación o fin de la relación ya sea de amor, amistad o familiar, con esa persona y de que lo que hagamos no siempre tiene tendrá que ser correspondido, sino que lo haremos porque de verdad, lo sintamos. Y es que las relaciones personales son complejas y más cuando se trata de lo que podemos o no esperar de los demás, y ellos de nosotros.
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