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De la sesión de investidura y más allá

El pueblo español no es Don Juan Tenorio
Mario López
lunes, 31 de octubre de 2016, 00:27 h (CET)
Clamé al cielo, y no me oyó. Más, si sus puertas me cierra, de mis pasos en la Tierra, responda el cielo, no yo. Esto puede llegar a pensar el soberano pueblo de perseverar en su actitud sorda los dirigentes del PP y PSOE.

La sesión de investidura de Mariano Rajoy tuvo dos escenarios. Uno y principal, intramuros del Palacio de la Carrera de San Jerónimo. Otro y más informal, en los aledaños del primero. El clamor del pueblo (o de una de sus partes) contra lo que en el Congreso de los Diputados se estaba consumando (la alianza entre un partido dirigido por una gestora sorda a los mensajes de su militancia y otro, enfangado hasta los tuétanos en las sentinas de la corrupción) no obtuvo de sus destinatarios otra cosa más que el reproche. Únicamente los diputados de Unidos Podemos salieron a la calle a saludar a los manifestantes, quienes les recibieron con vítores y aplausos, circunstancia que ha llevado a numerosos comentaristas y políticos conservadores (y no tan conservadores) a atribuir el liderazgo de la manifestación a los diputados de Unidos Podemos.

Dentro del hemiciclo, la presidenta del Congreso también desoyó la solicitud de réplica de Pablo Iglesias; solicitud perfectamente fundada, ya que el portavoz del PP acababa de injuriar a Podemos, al acusarle de haber sido financiado por el Gobierno de Venezuela, hecho desacreditado por los tribunales de justicia en cuatro ocasiones.

El querulante es a la ley lo que el hipocondríaco a la salud, su perjuicio legal es como la enfermedad del hipocondriaco: imaginaria. A la vista de cómo se toma el PP la infinidad de delitos cometidos por decenas de sus miembros, cabe pensar que lo que les sucede a sus dirigentes es que piensan que todos aquellos que les acusan de sus muchos delitos son querulantes; vamos, que la corrupción de su partido es imaginaria.

El pueblo español (y muy especialmente el catalán) no es el Don Juan Tenorio de José Zorrilla. Así que cabe suponer que llegará un momento en el que el no tan soberano pueblo se hartará de clamar al cielo sin que sus representantes le hagan maldito caso y, no sé, igual deja de votar al PP (aunque, la verdad, no creo en los milagros).

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