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¿Inmortales?

Aunque tengo motivos de querer continuar viviendo – afectivos y laborales -, prefiero dejar a las nuevas generaciones las consecuencias (y soluciones) de los desastres climáticos, políticos y sociales del planeta
Paula Winkler
lunes, 10 de marzo de 2025, 10:32 h (CET)

Desde los presocráticos (la vida es “estar despierto”, Heráclito del Efeso), con más el cristianismo ejercitado como sistema bifronte universal de ideas (cuerpo y alma) y la cultura judeocristiana, sobre todo en Occidente, el sujeto desde que nace busca su destino, se rebela contra la muerte y aprecia su cultura como una forma de luchar contra el final irreductible. La Medicina, las Ciencias Biológicas intentan curar el cuerpo; la Psicología, la conducta; las Neurociencias, la mente y el Psicoanálisis trata de mejorar el malestar –no curar-, al tiempo que las derivas del “new age”, incluida la literatura de la autoayuda y el conocimiento, dan instrucciones de vida, entrenan…


Del alma y del espíritu se encargaban las religiones. Con el fracaso de la moral, la Ética intentó inyectar esperanza, lo que todavía sucede, por fortuna… Pero escritores y artistas, profesionales y artesanos, místicos, creyentes, ateos o agnósticos, poetas y filósofos, todos, luchamos contra el olvido. El esfuerzo consiste en mantener el nombre, la obra, la descendencia, algún acontecimiento propio o cierta conducta. ¡Trascender!


Sigmund Freud alude a las pulsiones de vida y a las de muerte, inscritas en las personas debido a su mortal destino, con la ineludible posibilidad sempiterna del lenguaje (Jacques Lacan, siguiendo a Martin Heidegger, etc., se ocupó mucho de ello). En un escrito inédito, de 1904, “Psychopatische Personen auf der Bϋhne”, que tengo la alegría de tener publicado en mano gracias al obsequio de una amiga, Freud refiere a la función del drama teatral respecto de la piedad, pero también del temor que nos subyace: una especie de imperiosa necesidad graficada en el teatro de descargar libremente las pasiones, el goce, los deseos. Por terror a partir… Hoy la dramaturgia, que unos cuantos apreciamos y defendemos, ha sido sustituida en las redes por el exacerbado culto a la imagen como prótesis personal, la exhibición en sí, el “todo vale”, la circulación discursiva a como dé lugar mientras quede en claro que se opina, se controvierte, se discute y se (sobre)vive. (¿A qué?).


El nacimiento supone la muerte, aunque la cultura occidental evite el tema. Por el contrario, naciones africanas, incluso poblaciones mexicanas o brasileñas sincréticas la celebran: máscaras, carnaval, danza y bullicio. Espantar el miedo. Muchos ejemplos occidentales (re)niegan la muerte: la conocida frase de John Lennon “la vida es lo que te va sucediendo mientras estás ocupado en tus planes” o la expresión lacaniana del pensador y psicoanalista eslavo Slavoj Žižek en sentido de que toda muerte es un suicidio. Cuestión discutible desde la pura Biología y la Antropología social, pero bien pensable al fin, porque es de suponer que con los años, el estrés cansa y, de consiguiente, disminuyen las herramientas subjetivas para contrarrestarlo a no ser que se trate de un histérico o narcisista a toda prueba, sin remedio. Por lo demás, hay convicciones populares que acompañan, como ese dicho sueco que reza “gracias a Dios que nunca me canso”.


La Nación, el domingo 9 de marzo, publica una excelente entrevista al Dr. Alejandro Caride, prestigioso neurólogo argentino del Hospital Alemán a quien tuve la oportunidad de conocer. Leemos: “Hay universidades que investigan el concepto de que la muerte es una enfermedad y hay que curarla”. A la pregunta de si le parece correcto, Caride contesta: “Creo que si se cuenta con una herramienta para –por lo menos posdatar a la muerte-, si tengo un proyecto para estar de este lado de la vida, como médico preferiría poderlo aplicar”. Un médico, un científico no podrían opinar otra cosa en este siglo en el que la fe y las creencias prefieren lo “tangible”.


Desde el cuento “El inmortal” de Jorge Luis Borges, de 1947, incluido en “El Aleph”, hasta “Matrix”, la tetralogía guionada por las hermanas Wachowsk y protanizada por Keanu Reeves, el mito de rebelarse (a máquinas inmortales por caso) y a la decadente edad en otros (“Brazil”, película con tintes políticos diferentes), los humanos solemos inspirarnos en el mito de la caverna de Platón para “redimirnos”. Nacen los idealismos, se superan en la modernidad pero continúa el debate: nominalismo o sustancialismo, ¿existe solo lo que percibimos?, ¿la vida es sueño? (Pedro Calderón de la Barca) y así sucesivamente, hasta caer en que solo hay hechos (o márquetin…). El alma –enseñaban y guían las religiones – sobrevive. Se supone que los textos artísticos, también, y si la Historia diera cuenta de esto, tanto mejor.


Yo desconocía la existencia de estos proyectos científicos de las Neurociencias que nos comenta en la entrevista el Dr. Caride, aunque hace tiempo oí rumores sobre el tema. Ignoro, a ser sincera, la posibilidad de una aplicación masiva de esos eventuales resultados. Algunos personajes de la cultura como Walt Disney han querido preverlo para intentar volver de la muerte. Y hay miles de ficciones distópicas, de terror y de relato fantástico que refieren a esto.


Reconozco, sin embargo, que aunque tengo motivos sobrados de querer continuar viviendo – afectivos y laborales - , prefiero dejar a las nuevas generaciones las consecuencias (y soluciones) de los desastres climáticos, políticos y sociales del planeta.


La Ciencia y la Tecnología avanzan, indudable. ¿Pero nosotros, las personas, nos organizamos para evolucionar? ¿Adónde fueron a parar la piedad, el deseo de verdad y justicia, el amor al próximo (más real que el “prójimo)? Ojalá que grandes científicos y artistas, pensadores y estadistas continúen viviendo hasta cuando se los permita la Ciencia. Porque yo no estoy segura de querer verlo (ni en la eternidad). 

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