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​Abramos las puertas a Cristo, no temáis

Jaime Fomperosa Aparicio, Santander
Lectores
miércoles, 27 de noviembre de 2024, 13:43 h (CET)

Ultracatólico, fascista, franquista, extrema derecha, etcétera, etcétera. Esos calificativos nos dispensan a los católicos; no se dan cuenta de que nos están elogiando, y no merecemos esos elogios. Cristo, Hijo de Dios y Dios como su Padre, vino al mundo; era el Mesías profetizado que vendría a salvar al hombre de la esclavitud del pecado y a librarnos de la muerte eterna. Él nos abrió las puertas del cielo. Los escribas y fariseos decían que obraba en nombre de Belcebú, que estaba endemoniado, y lo querían matar porque, siendo hombre, se hacía Dios. Pero Cristo no vino al mundo para que lo elogiaran, su Reino no es de este mundo.


A pesar de todas las insidias, persecuciones y hasta traiciones, no se echó atrás, y fue escupido, coronado de espinas, azotado, condenado a muerte y muerto clavado en la cruz. Cuando nos dedican esos calificativos, lo que hacen es elogiarnos, pues así, inmerecidamente, nos asemejan a lo que Cristo sufrió. Aunque muchos seres humanos estén seducidos por Satanás, que no pierdan la esperanza: abrid las puertas a Cristo, no temáis; su amor es mayor que nuestros pecados, y sus preferidos son los más pecadores.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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