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El hecho es que cuando Pedro Sánchez fue elegido secretario general hace dos años, pocos apostaron un ochavo por él

Quo vadis, PSOE?

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La descomposición interna del PSOE se halla en una fase acelerada. La falta de liderazgo de su secretario general, Pedro Sánchez, no ha hecho sino aumentar las contradicciones y pone de manifiesto la falta de cohesión de las distintas facciones y tendencias que forman parte de cualquier grupo político. Cada vez más están ávidos por saltar sobre el juguete roto y desarmarlo, por fin, para que no siga tocando el tambor como el célebre conejito de un anuncio de pilas inagotables: “NO” (rataplán) “NO” (rataplán) y “NO” (rataplán)

Tanta percusión de pata de palo (de palomo cojo que no llega a pirata) contra la tarima del Congreso de los Diputados acaba cansando al personal de dentro y al de fuera. Tanto que ya se están sacando de la manga la reforma de no sé qué reglamento para evitar que las terceras elecciones (de haberlas) tengan lugar el día de Navidad. Esta negativa a aceptar la derrota, a asumir las consecuencias de una serie de fracasos electorales, tiene mucho que ver con la ofuscación de aquel guripa malcriado que se negaba comer rancho: “Que se jeringue el cabo, que yo no como”

El hecho es que cuando Pedro Sánchez fue elegido secretario general hace dos años, pocos apostaron un ochavo por él, ya que se trataba de otra “situación coyuntural”, un compromiso circunstancial, a los que tan acostumbrados nos tiene el PSOE desde casi dos décadas. Era preciso encontrar a alguien “de perfil bajo” que aligerara la salsa espesa (casi engrudo) dejada por Rubalcaba y su equipo de “chefs”. Elegir a uno más o menos joven y de buen ver (tiene algo de George Clooney, what else?) fue más bien un guiño a la galería de marujas que combaten sus ocios viendo Sálvame, que de una buena opción. Lo cual ha quedado demostrado por no ser éste ni dúctil ni maleable.

Los “popes de la cosa” andan revueltos. El consuetudinario consejo de ancianos del PSOE, cuyo gran maestre es Felipe González, nunca vio a Sánchez como el mejor representante de un ideario socialdemócrata: tenía un discurso (sólo “discurso”, ojo) escorado a la izquierda que les inquietaba. También ocurrió en su día con Zapatero, pero este se les fue completamente de las manos al ganar, contra todo pronóstico, las elecciones de marzo de 2004, tras el atentado terrorista en Madrid.

Lo cierto es que Sánchez -.atrapado en sus propias contradicciones, en las de su partido y en los casos de corrupción que han afectado al Partido Socialista en los últimos tiempos- lo ha tenido muy difícil desde el principio.

Podemos pasó en un tiempo asombroso de ser un partido emergente a convertirse en el verdadero rival del partido que fundara Pablo Iglesias “el viejo” y a disputarle la hegemonía de la izquierda. Hasta las elecciones del 26J, el PSOE tuvo sobre sí la espada de Damocles del “sorpasso”. No ocurrió finalmente; no por la hábil política de Sánchez and co., sino por el error táctico de Podemos al fagocitar a Izquierda Unida. Se trató, pues, de una victoria pírrica del PSOE: esos votos de más que impidieron el temido “sorpasso” vinieron del desencanto de los fieles a Izquierda Unida.

El verano supuso un compás de espera (nadie, en este país, renuncia a sus vacaciones) pero después de obtener el resultado electoral más bajo de su historia (85 diputados) la máquina de la conspiración empezó a activarse en los despachos de Ferraz y San Telmo y en algún otro corrillo y mentidero. Sólo había que esperar al previsible e inevitable batacazo final en las autonómicas gallegas y vascas del 25S para descabezar a la marioneta.

Y así ha ocurrido.

Felipe González –aún factotum de los socialistas clásicos- ha dejado por mentiroso a su secretario general y aunque no haya constancia documental de que Pedro Sánchez asegurara a González, tras las pasadas elecciones generales, que se abstendría en la segunda votación de la sesión de investidura de Rajoy, permitiendo así la gobernabilidad de España, lo cierto es que al argumento, o en este caso revelación, “de autoridad”, se le da mucho más crédito que a todo lo que pueda argüir un diletante líder con peana de barro. La suerte está echada para él: tendrá que renunciar o, por alguna otra vía, le pondrán de patitas en la calle.

Poco importa si las verdaderas razones de Sánchez para actuar como ha actuado se deben a su incapacidad política o a ambiciones personales. El problema radica en que paso a paso Podemos va alcanzando su objetivo de hacerse con el voto de la izquierda.

Cuando Pablo Iglesias “el joven” se postulaba hace meses como vicepresidente del Gobierno y nombraba las tres cuartas partes de un hipotético gabinete presidido por Pedro Sánchez, no hacía otra cosa que chotearse del que ya a esas alturas era un juguete roto.

Quo vadis, PSOE?

El hecho es que cuando Pedro Sánchez fue elegido secretario general hace dos años, pocos apostaron un ochavo por él
Luis del Palacio
viernes, 30 de septiembre de 2016, 00:56 h (CET)
La descomposición interna del PSOE se halla en una fase acelerada. La falta de liderazgo de su secretario general, Pedro Sánchez, no ha hecho sino aumentar las contradicciones y pone de manifiesto la falta de cohesión de las distintas facciones y tendencias que forman parte de cualquier grupo político. Cada vez más están ávidos por saltar sobre el juguete roto y desarmarlo, por fin, para que no siga tocando el tambor como el célebre conejito de un anuncio de pilas inagotables: “NO” (rataplán) “NO” (rataplán) y “NO” (rataplán)

Tanta percusión de pata de palo (de palomo cojo que no llega a pirata) contra la tarima del Congreso de los Diputados acaba cansando al personal de dentro y al de fuera. Tanto que ya se están sacando de la manga la reforma de no sé qué reglamento para evitar que las terceras elecciones (de haberlas) tengan lugar el día de Navidad. Esta negativa a aceptar la derrota, a asumir las consecuencias de una serie de fracasos electorales, tiene mucho que ver con la ofuscación de aquel guripa malcriado que se negaba comer rancho: “Que se jeringue el cabo, que yo no como”

El hecho es que cuando Pedro Sánchez fue elegido secretario general hace dos años, pocos apostaron un ochavo por él, ya que se trataba de otra “situación coyuntural”, un compromiso circunstancial, a los que tan acostumbrados nos tiene el PSOE desde casi dos décadas. Era preciso encontrar a alguien “de perfil bajo” que aligerara la salsa espesa (casi engrudo) dejada por Rubalcaba y su equipo de “chefs”. Elegir a uno más o menos joven y de buen ver (tiene algo de George Clooney, what else?) fue más bien un guiño a la galería de marujas que combaten sus ocios viendo Sálvame, que de una buena opción. Lo cual ha quedado demostrado por no ser éste ni dúctil ni maleable.

Los “popes de la cosa” andan revueltos. El consuetudinario consejo de ancianos del PSOE, cuyo gran maestre es Felipe González, nunca vio a Sánchez como el mejor representante de un ideario socialdemócrata: tenía un discurso (sólo “discurso”, ojo) escorado a la izquierda que les inquietaba. También ocurrió en su día con Zapatero, pero este se les fue completamente de las manos al ganar, contra todo pronóstico, las elecciones de marzo de 2004, tras el atentado terrorista en Madrid.

Lo cierto es que Sánchez -.atrapado en sus propias contradicciones, en las de su partido y en los casos de corrupción que han afectado al Partido Socialista en los últimos tiempos- lo ha tenido muy difícil desde el principio.

Podemos pasó en un tiempo asombroso de ser un partido emergente a convertirse en el verdadero rival del partido que fundara Pablo Iglesias “el viejo” y a disputarle la hegemonía de la izquierda. Hasta las elecciones del 26J, el PSOE tuvo sobre sí la espada de Damocles del “sorpasso”. No ocurrió finalmente; no por la hábil política de Sánchez and co., sino por el error táctico de Podemos al fagocitar a Izquierda Unida. Se trató, pues, de una victoria pírrica del PSOE: esos votos de más que impidieron el temido “sorpasso” vinieron del desencanto de los fieles a Izquierda Unida.

El verano supuso un compás de espera (nadie, en este país, renuncia a sus vacaciones) pero después de obtener el resultado electoral más bajo de su historia (85 diputados) la máquina de la conspiración empezó a activarse en los despachos de Ferraz y San Telmo y en algún otro corrillo y mentidero. Sólo había que esperar al previsible e inevitable batacazo final en las autonómicas gallegas y vascas del 25S para descabezar a la marioneta.

Y así ha ocurrido.

Felipe González –aún factotum de los socialistas clásicos- ha dejado por mentiroso a su secretario general y aunque no haya constancia documental de que Pedro Sánchez asegurara a González, tras las pasadas elecciones generales, que se abstendría en la segunda votación de la sesión de investidura de Rajoy, permitiendo así la gobernabilidad de España, lo cierto es que al argumento, o en este caso revelación, “de autoridad”, se le da mucho más crédito que a todo lo que pueda argüir un diletante líder con peana de barro. La suerte está echada para él: tendrá que renunciar o, por alguna otra vía, le pondrán de patitas en la calle.

Poco importa si las verdaderas razones de Sánchez para actuar como ha actuado se deben a su incapacidad política o a ambiciones personales. El problema radica en que paso a paso Podemos va alcanzando su objetivo de hacerse con el voto de la izquierda.

Cuando Pablo Iglesias “el joven” se postulaba hace meses como vicepresidente del Gobierno y nombraba las tres cuartas partes de un hipotético gabinete presidido por Pedro Sánchez, no hacía otra cosa que chotearse del que ya a esas alturas era un juguete roto.

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