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La guinda del ministro Guindos con su amigo Soria por el asuntillo del
Banco Mundial tiene un fuerte sabor a gusanillo que asoma su figura por la
manzana podrida; y a pesar de ello es casi seguro que las huestes de
Mariano Rajoy volverán a ganar en las elecciones que casi con toda
probabilidad se celebrarán el próximo día dieciocho de diciembre.
Y es que al otro lado de la derecha existe un batiburrillo de intereses
por coger un sillón en el futuro Consejo de Ministros de España que haría
sonrojar al más pintado.
Ahí tienen ustedes a Pedro Sánchez estableciendo una ronda de
contactos con todos los partidos del arco parlamentario, a excepción de
Bildu, para intentar convertirse en el desatascador mayor del Reino; hasta
por hablar lo ha hecho con el prescindible Rajoy, todo sea por la patria.
De repente, sin que nadie le haya postulado para ser investido como
Presidente, se ha puesto a marear la perdiz subido en una noria de contactos
que abarca desde el PP al infinito mundo del Grupo Mixto; él va diciendo
que no pretende nada, y a uno le asalta la duda, creo que razonable, de
sospechar que va ganando tiempo para resistir de forma numantina en la
sillita de Secretario General del PSOE acompañado de sus lugartenientes
Hernando y Luena.
Los próximos resultados electorales en Galicia y Euskadi podrían ser
el puntillazo de su negativa gestión al frente de su responsabilidad actual;
intentar conseguir la cuadratura de círculo, o sea, que Ciudadanos, socio de
pactos con PSOE y PP, acceda mediante una abstención a aupar a Podemos
al gobierno de España se me antoja altamente difícil a no ser que el partido
“naranja” desee totalmente el suicidio político; y si no es así, ¿acaso
pretende el amigo Sánchez pactar con el separatismo catalán a cualquier
precio?
Tal vez lo deseable sería que siguiéramos con un gobierno en
funciones por tiempo indefinido ya que, según datos fiables, la cuestión
económica no va marchando del todo mal y, por ello, la caca sería mejor no
menearla, dice un servidor.
www.josegarciaperez.es
En 2007, cuando José Luis Rodríguez Zapatero finalizaba su primera legislatura, empezó a cuajar en la sociedad catalana una sensación de cansancio y disgusto. Los problemas crónicos en Cercanías, un aeropuerto que entonces era insuficiente para responder a la proyección de Barcelona, la baja inversión pública por parte del Estado o el acentuado déficit fiscal acabaron por engendrar lo que se bautizó como el 'català emprenyat' (catalán enfadado).
Un sistema de Monarquía Parlamentaria o República Parlamentaria que obligue a lo que, de forma concisa y clara ha manifestado el señor Javier Lambán, presidente de Aragón y secretario general del PSOE regional, terminará siempre en un fracaso social y en una realidad disimulada en la que “ordenan e imponen” los poderosos.
La denuncia del sicofante tardofranquista, el seudo sindicato Manos Limpias contra la mujer de Sánchez por "presunto tráfico de influencias", y la posterior admisión a trámite por el juez Peinado, se convirtió en todo un misil en la línea de estabilidad emocional y de resiliencia de Sánchez al dejarle paralizadas las hormonas segregadoras del arrojo político.
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