Planteaba muy acertadamente el político y ensayista inglés William
Temple que el más influyente de todos los factores educacionales es la
conversación en el hogar del niño. Sin duda alguna es el entorno familiar
el responsable de potenciar entornos educativos favorables para el niño
o la niña. Que conjuntamente con la comunidad y los diferentes entornos
educativos en los que desarrollan su vida se convierten en el eje
fundamental del crecimiento personal.
Los estudios en este sentido nos muestran como el entorno educativo así
como nuestros recursos sociales, culturales y económicos que en
conjunción con nuestras vivencias personales nos van moldeando como
lo haría un alfarero que dibuja las curvas de una vasija en su torno.
¿Sabías que lo que vivimos en nuestra infancia juega un papel muy
importante en cómo afrontamos e interpretamos nuestra vida futura? Es
decir nuestra historia de vivencias pasadas y cómo estas se han ido
gestionando y el papel que han jugado nuestros educadores en todo este
proceso, principalmente nuestros padres y madres, van a incidir en cómo
afrontamos, diseñamos y abordamos el presente y el futuro. Entender el
cómo y cuándo nos trazamos planes de vida, para lanzarnos a
plantearnos la vida como un proceso de crecimiento y superación
personal.
EDUCAR, en letras mayúsculas significa enseñar a las personas a
construirse a lo largo de su proceso madurativo, es decir, a dotar a las
personas de aquellas herramientas personales que les ayuden a asumir
el pasado, proyectarnos en el futuro y mientras tanto vivir el presente con
el afán de crecer como personas.
Quizás caigo en la utopía cuando planteo que sean los elementos de
construcción personal los que presidan el diseño educativo de la
enseñanza que reciban nuestros hijos e hijas. En contra de esos
planteamientos más curriculares centrados en los conocimiento
puramente teóricos que plantean otros. Creo que no podemos caer en la
máxima de que educar y enseñar son dos elementos independientes y
totalmente diferenciados. Todos y cada uno de nosotros y nosotras
aportamos valor al proceso educativo de cada uno y de cada una de los
miembros de nuestra comunidad.
Por eso es fundamental dotar a los más pequeños de esas competencias
personales, sociales y emocionales que les ayuden a potenciar su
satisfacción con la vida y su felicidad. Y no pensar únicamente en
mejorar la calidad de vida de los más pequeños dotándoles únicamente
de medios y recursos físicos que faciliten la adquisición de la
información, lo que sin duda alguna también es importante.
Pero en la actualidad nos encontramos con un sistema educativo
dirigido a satisfacer criterios de optimización económica, lo que sin duda
amplía las diferencias entre las personas, pero no solo de oportunidades
profesionales sino de potencialidades vitales.
¿Sabías que los diferentes estudios demuestran que el 85% de los
contenidos teóricos que aprendemos a lo largo de nuestros estudios
terminan olvidándose en los primeros tres años de terminados estos.
Parece que a nadie le interesa potenciar personas con las habilidades y
recursos que vayan dirigidos a la gestión emocional, así como la
posibilidad de implementar la vivencia de las emociones positivas. En
misma línea parece que nos es relevante el desarrollo del optimismo o
que las personas gestionen adecuadamente las crisis personales y
sociales, que encuentren sentido a lo que realizan o que dediquen sus
esfuerzos a potenciar su bienestar personal, es decir, a ser más felices.
Las personas aprendemos a ser más fuerte emocionalmente, lo que
implica potenciar programas centrados en gestionar las emociones
negativas, evitando que nos afecten tan negativa a nuestras vidas,
siendo verdaderos lastres y frenos de nuestro desarrollo personal. Esa
gestión personal incide en la prevención y la mejora de la salud mental
ya que podemos evitar que la tristeza se convierta en depresión, que esa
sensación de inquietud y de nervios se transformen en ansiedad. Pero
vamos más allá cuando aprendemos a gestionar nuestro enfado y las
emociones que este nos ha generado, sobre todo cuando este se
convierte en rabia o en ira, y aprendemos a reconducirla y a
transformarlas en transformadoras de esa situación que nos enfada.
Como te he comentado en múltiples ocasiones cuando los más
pequeños aprenden a gestionar sus emociones, a potenciar una actitud
positiva ante su vida, cuando se dan las condiciones de potenciar el
optimismo, o centramos en definir que fortalezas les definen como
personas, eso implica que entiendan que la vida significa estar inmersos
en un proceso de enriquecimiento personal constante, lo que permite
desarrollarse en todas sus facetas.
Claro que ello implicaría un cambio estructural en la educación, pero a
diferentes niveles, en primer lugar tendría que haber un interés claro
desde las administraciones por la educación, y no un interés político,
además de una apuesta entre padres, profesores y alumnos, por una
educación de personas y para personas.