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Perseidas

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Pueden y deben ustedes hacer lo posible e imposible para ver, si lo permite la creciente Luna, una lluvia de estrellas fugaces, polvo de ellas, “lágrimas de san Lorenzo” o como deseen llamar a ese espectáculo en que la instantaneidad se convierte en eternidad en las retinas de nuestros ojos.

Esta madrugada se olvidan, si pueden, de la ruina y rutina, del compadre y la comadre, de la obligación y la devoción, del paro y del trabajo, de la subsistencia y la existencia, de Mariano y Pedro, y bien pertrechados, o sea, con un saco de paciencia, unos prismáticos, una oleada de melancolía, un jersey o un poncho, el amante o la amada, una botella de ron pampero y una neverita portátil en la que deben depositarse los bellos cubitos de hielo y alguna bebida refrescante, tomen el camino de la playa o la montaña, busquen un lugar donde la luz artificial no nos fastidie el invento y, sin más, aguanten lo indecible para ver por lo menos un hilo de luz que, en este firmamento del que pasamos, nos haga saborear una manifestación que, por ser cosa de la madre naturaleza, es sagrada.

El tiempo debe transcurrir silencioso no sea que el grillo de la roja duna salte con su chirrido o las florecillas de agua abran sus pétalos; hasta el beso que demos al ser querido no debe ir acompañado de un suspiro de lujuria contenida; la breve conversación no debe pasar de un “te amo” en susurro; el encuentro de la ola con la orilla y la espuma saltarina y plenamente luminosa, deben ser contempladas en la delicia de ser testigos únicos de vivir un milagro.

Es mi obligación invitarles al espectáculo de la fugacidad del recuerdo, de saborear aquello, lo que sea, que un día cambió nuestras vidas. Puede ocurrir que no vean nada, pero la imaginación juega un papel importantísimo en el deseo de ser felices durante el fugaz paso de la cotidianidad al asombro. Y si no ven estrellas que galopan silenciosamente en el firmamento, amen más que nunca a la vida, porque la vida, queridos amigos y amigas, es la estrella más importante que existe en esta feria de vanidades; y, además, es fugaz.

Perseidas

José García Pérez
viernes, 12 de agosto de 2016, 09:37 h (CET)
Pueden y deben ustedes hacer lo posible e imposible para ver, si lo permite la creciente Luna, una lluvia de estrellas fugaces, polvo de ellas, “lágrimas de san Lorenzo” o como deseen llamar a ese espectáculo en que la instantaneidad se convierte en eternidad en las retinas de nuestros ojos.

Esta madrugada se olvidan, si pueden, de la ruina y rutina, del compadre y la comadre, de la obligación y la devoción, del paro y del trabajo, de la subsistencia y la existencia, de Mariano y Pedro, y bien pertrechados, o sea, con un saco de paciencia, unos prismáticos, una oleada de melancolía, un jersey o un poncho, el amante o la amada, una botella de ron pampero y una neverita portátil en la que deben depositarse los bellos cubitos de hielo y alguna bebida refrescante, tomen el camino de la playa o la montaña, busquen un lugar donde la luz artificial no nos fastidie el invento y, sin más, aguanten lo indecible para ver por lo menos un hilo de luz que, en este firmamento del que pasamos, nos haga saborear una manifestación que, por ser cosa de la madre naturaleza, es sagrada.

El tiempo debe transcurrir silencioso no sea que el grillo de la roja duna salte con su chirrido o las florecillas de agua abran sus pétalos; hasta el beso que demos al ser querido no debe ir acompañado de un suspiro de lujuria contenida; la breve conversación no debe pasar de un “te amo” en susurro; el encuentro de la ola con la orilla y la espuma saltarina y plenamente luminosa, deben ser contempladas en la delicia de ser testigos únicos de vivir un milagro.

Es mi obligación invitarles al espectáculo de la fugacidad del recuerdo, de saborear aquello, lo que sea, que un día cambió nuestras vidas. Puede ocurrir que no vean nada, pero la imaginación juega un papel importantísimo en el deseo de ser felices durante el fugaz paso de la cotidianidad al asombro. Y si no ven estrellas que galopan silenciosamente en el firmamento, amen más que nunca a la vida, porque la vida, queridos amigos y amigas, es la estrella más importante que existe en esta feria de vanidades; y, además, es fugaz.

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