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El descarado lenguaje de los políticos

Wifredo Espina
miércoles, 10 de agosto de 2016, 09:42 h (CET)
Cada vez es más vacío el lenguaje de la mayoría de políticos, estos últimos meses. Peor aún, cansino, reiterativo y mentiroso. No es un lenguaje constructivo, sino destructivo.Un lenguaje a la contra.

Todo vale para justificar la propia ineficacia y para desacreditar al contrario. La ambigüedad, la contradicción y la mentira. Además, dicho con descaro y sin la menor elegancia oratoria, con que se adornaba esta intervenciones parlamentarias o mediáticas en otros tiempos.

Y esto, no solamente evidencia el bajo nivel de nuestros actores políticos, sino que es una ofensa a la inteligencia del ciudadano que quizás se los tomó en serio y, con el civismo que corresponde en un país democrático, fue a votarles.

Es tal el desparpajo que utilizan a través de los medios de comunicación, para desfigurar la realidad y barrer para dentro, a favor de sus intereses partidarios, que seguramente estos medios no debieran darles la acogida que no se merecen.

No estaría mal que las asociaciones representativas de estos medios -prensa, radio y televisión- y los propios profesionales, dejasen de ser meras cajas de resonancia de tales comportamientos, y se replanteasen si están cumplienndo debidamente su deber o se han convertido en puros propagandistas.

No basta ya la mera postura crítca de columnistas, tertulianos, opinadores y presentadores, hay que valorar objetivamente el interés de las declaraciones que se publican o transmiten. Es hora que los medios y los profesionales, libre y responsablement, hagan también autocrítica.

Y los receptores -lectores, radioyentes o telespectadores- deben concienciarse más -muchos ya lo están- que no deben tragarse todo lo que les echen.

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Suecia ha sido históricamente un ejemplo de bienestar social con una red de protección estatal admirada globalmente. Esta solidez ha contribuido a niveles de vida envidiables, y a una confianza ciudadana notable en sus instituciones. Sin embargo, en los últimos años, esta misma estructura ha empezado a mostrar fisuras.

Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.

La mente guarda algunos recuerdos como si fueran heridas sin cicatrizar. A veces vuelven, una y otra vez, con la fuerza de lo que creemos no haber resuelto: la culpa, el dolor, los reproches. Y sentimos que seguimos viviendo ese momento, y nos quedamos anclados en un pasado que ya no existe. Pero un recuerdo no es más que eso: un pensamiento que aparece en la mente. No es realidad, porque no está ocurriendo aquí y ahora.

 
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