Hace poco más de un mes celebrabamos una fiesta entrañable: la “Presentación de Jesús en el Templo” y tenemos una cierta imagen, que nos hemos hecho por representaciones que podemos encontrar en nuestras iglesias, pero también en algún libro o en Internet, si hacemos alguna búsqueda al respecto. En esa idea que tenemos están siempre José y María con el Niño en brazos. También está presente, en esa imaginería, el cuarto protagonista, el anciano Simeón, que esperaba este momento como una luz de Dios. Menos aparece en la iconografía la profetisa Ana.
Los expertos opinan que María tuviera unos 15 o 16 años, porque era lo más normal en esa sociedad: que las chicas se casaran pronto y así tener muchos hijos. María estaba prometida a José, pero todavía no “casados”, cuando llega el Ángel Gabriel. Esto nos hace pensar en una niña, jovencita, con su bebé recién nacido en sus brazos, que llega con José a aquel magnífico templo de Jerusalén.
Pero no iban a un lugar más o menos cercano para cumplir una obligación, están en la casa del Padre. Jesús está “en su casa”. Esto nos hace pensar en aquel otro momento de gran importancia en la vida del Señor: a los 12 años se queda en Jerusalén cuando sus padres, sin saberlo, se vuelven a Nazaret. Jesús no se ha perdido, está en la casa de su Padre, tan a gusto que no es consciente del gran disgusto que se llevarán sus padres al no encontrarlo en la caravana de regreso.
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