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La luz solar para Clara y para mí

No a las guerras
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
jueves, 25 de enero de 2024, 12:07 h (CET)

Quisiera retroceder, no ser juzgada, ¿para qué?, si quieren digo que son “grandes” y aquí no ha pasado nada, hombres que están confundidos, que saben de bacterias, de carne y huesos, de glóbulos rojos... pero no de fe.


No todo lo tienen claro, como pasa a Clara y a mí. No somos santos ni dulces ni sinceros, ni verdaderos, somos el producto de la sociedad de nuestro tiempo a la que será muy difícil cambiar. No creo que tenga el perdón, pues Dios desde su diván de cuadros amarillos y azules estará viendo el concurso de la televisión pensando que tendremos que volver a nacer. A él no le importa que eso pase, le da igual que repitamos curso, que tengamos que comprar de nuevo libros, es lo mismo.


Y aunque nos enseñaron que la reencarnación no existe, yo sigo contándolo así: Dios no tiene claro que tenga que salvarnos, el tiempo es eterno y se vale de que la carne sea débil para tenernos esclavizados en la Tierra muchos, interminables años, como gusanos, caracoles, gatos, caballos, arañas, o como personas... en el peor de los casos, para producir el caos, la injusticia y la guerra que marca nuestro tiempo y de la que todos somos un poco responsables.


Guerra que vas y vienes y lamentablemente a algunos, entretienes, que crea el negocio de las armas, que nos hace ver noticias tristes que nos siembran inseguridad, pesar.


Guerra no debes estar ni para Clariña ni para mí, debes terminar un día y permitirnos no tener que pensar en si habrá ataque, en si se venderán armas, en la bomba atómica, y en los seres, ayyyy los seres que pueden hacer uso de ella, quizás borrachos, drogados o embobados con la posibilidad de hacer daño, de oscurecerlo todo, de hacernos verlo todo imposible, la paz, la armonía, la luz solar.

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Los pobladores acostumbraban dormir muy temprano. Las luces del pueblo se encendían a las seis de la tarde y eran apagadas a las nueve de la noche, puede afirmarse que era ironía del tiempo. El vecindario del barrio hablaba del burdel y en especial de la mente enfermiza de una mujer, su pasión la llevó a la cárcel, su encanto de mujer le garantizaba los halagos de sus admiradores, pero el día del hecho criminal, en un abrir y cerrar de ojos se esfumó su encanto y la venta de su cuerpo.

Muchas gracias, Señor, por enseñarme, a postrarme ante a Ti con devoción, y por abrir Tu noble Corazón donde poder, dichoso, refugiarme.

 
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