Como el agua de la lluvia, cae la luz de la mañana sobre Jorcas (Teruel). Las gotas empapan de claridad a las viejas tejas de los tejados de la parroquia de la Virgen de la Asunción de Nuestra Señora. Con su seco aliento, el otoño ha hendido las hojas que yertas y quebradizas yacen sobre la alfombrada quebrada.
El río Alfambra se viste en las mejores tiendas de la naturaleza. Con un abrigo confeccionado de pétalos de chopos a topos que apenas cubre su esbelto cuerpo. Cosido con hilo de plata, de oro y de turquesas, une sus diferentes tramos dejando entrever su refrescante silueta. Bajo palacios hechos de ramas y muros de piedra seca, nos sentimos como reyes en la ruta de los chopos cabeceros que, suavemente, se incrusta en un estrecho atolladero.
A nuestros pies, una crujiente alfombra dorada, que a nuestro paso alguien puso de forma apresurada. Planeando cruza, majestuosamente, el cielo un milano. Un aguilucho cenizo se para en el aire acechando a su presa sobre un campo de girasoles secos. Una calandria común nos ameniza la andada con su canto. Encima del trampolín al cañón aflorado, flanqueados por el recinto fortificado y la ermita de la Peña, nos asomamos a la espectacular herida que, con el tiempo y una caña, el río Alfambra a la tierna roca le ha propinado.
Haciendo equilibrios por la cornisa de la meseta, con el viento como nuestro enemigo íntimo, arribamos a Aguilar del Alfambra sedientos. Y como colofón, terminamos nuestra epopeya con unas cervezas en lnuestras manos.
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