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La cara de la cruz

Eduardo Cassano
Eduardo Cassano
jueves, 18 de junio de 2009, 02:20 h (CET)
Sólo faltaba la opinión de Zapatero, y ayer explicó, con el talante que le caracteriza y la obligatoria diplomacia del puesto, que no le parece correcto el precio que el Real Madrid ha pagado por Cristiano Ronaldo. Ni a él ni a muchos, máxime cuando está financiado por dinero de cajas y bancos que sin embargo no llega al ciudadano de a pie que realmente lo necesita.

Durante la última semana el asunto, que teóricamente es deportivo, ha dividido las opiniones de políticos, sociólogos y personas varias que trabajan en los medios de comunicación, dando mayor importancia a este hecho, en lugar de informar y exigir medidas para las personas que realmente más lo necesitan. ¿Acaso Cristiano Ronaldo, que ha costado 94 millones y que va a cobrar 13 millones por temporada, necesita algún tipo de publicidad para que su vida mejore aún más?

En las afueras de Sevilla, sin embargo, más de cuarenta familias llevan tres meses viviendo en chabolas, después de huir del barrio de las Tres Mil Viviendas por amenazas de la familia del joven de 17 años que murió en un tiroteo. En esas chabolas malviven casi un centenar de menores, algunos con apenas unos meses, sin escolarizar, sin agua potable y en condiciones antihigiénicas, bajo la amenaza de la ley gitana si vuelven a sus casas.

Después de tres meses, las personas con poder para realojar a estas familias en pisos vacíos, que los hay -y muchos- en todas las ciudades españolas, se dedican a debatir si el fichaje de Cristiano Ronaldo es ético o no en tiempo de crisis. Los medios de comunicación informan sobre lo que sucede en Sevilla, pero apenas unos minutos entre las diferentes tertulias sobre, cómo no, el flamante fichaje del jugador portugués. Y mientras tanto, Cristiiano Ronaldo se gasta 18.000 euros en champagne en una sola noche de juerga y ello suma más minutos y páginas de debate.

La cara del éxito a menudo esconde la cruz de la humildad, es algo que ocurre con muchos jugadores de fútbol que han vivido en la pobreza y cuando le llenan los bolsillos de dinero, olvidan sus orígenes y la cantidad de personas que están en esa situación. ¿Acaso otorgar tantos minutos de televisión, tantas páginas en los periódicos y tanto debate alrededor de la figura de Cristiano Ronaldo, cuya imagen evoca la prepotencia y la ostentación, es un buen ejemplo para nuestros jóvenes? ¿Cuándo aprenderemos a transmitir a través de los medios de comunicación algo más positivo que las drogas que consumía Maradona, los escándalos sexuales de algunos jugadores brasileños, o ganarse la vida como un producto de márketing como Beckham?

Y mientras tanto en Sevilla, en la otra división, 60.000 personas se manifiestan para que su presidente se marche porque su equipo ha bajado de categoría. A poca distancia, esas cuarenta familias y casi un centenar de menores del barrio de las Tres Mil Viviendas siguen en condiciones precarias, escasa ayuda y la justa publicidad porque hay otros temas, al parecer, de mayor categoría que la suya.

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Suecia ha sido históricamente un ejemplo de bienestar social con una red de protección estatal admirada globalmente. Esta solidez ha contribuido a niveles de vida envidiables, y a una confianza ciudadana notable en sus instituciones. Sin embargo, en los últimos años, esta misma estructura ha empezado a mostrar fisuras.

Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.

La mente guarda algunos recuerdos como si fueran heridas sin cicatrizar. A veces vuelven, una y otra vez, con la fuerza de lo que creemos no haber resuelto: la culpa, el dolor, los reproches. Y sentimos que seguimos viviendo ese momento, y nos quedamos anclados en un pasado que ya no existe. Pero un recuerdo no es más que eso: un pensamiento que aparece en la mente. No es realidad, porque no está ocurriendo aquí y ahora.

 
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