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De qué estoy escribiendo

La alegría, no exenta de tristeza, es que mis brazos, manos y dedos obedecen perfectamente lo que mi pensamiento elabora en las neuronas
José García Pérez
domingo, 22 de mayo de 2016, 12:56 h (CET)
Con el paso de los años se arruga la piel, pero no el alma. Y uno que no es de piedra, contempla muy especialmente sus manos repletas de arrugas y de verdes venas que parece van a estallar en cualquier instante. Duelen las rodillas cada vez con más intensidad y los pocos pasos que doy durante el día son torpes, demasiado torpes, pero no tanto cuando regreso a casa, tal vez porque el ingerir algo de alcohol -no en demasía, sino una medida adecuada- alivia mi tormento de superar una extraña enfermedad llamada “Ataxia de Charcot” que poco a poco, año a año, va haciendo desaparecer la mielina de mis extremidades inferiores y mis pies, los que hundo en el hielo de este extraño mundo, y ya no obedecen las órdenes que lanza mi cerebro.

La alegría, no exenta de tristeza, es que mis brazos, manos y dedos obedecen perfectamente lo que mi pensamiento elabora en las neuronas y consigo teclear lo que estimo correcto, aunque a otros le pueda caer mal; pero cuando lo hago no es por ese motivo sino porque intento vivir en equilibro mental, o sea, ser sincero entre lo que pienso y realizo, porque eso es realmente el equilibrio.

Claro es que lo que yo pienso no es lo que piensan otras personas, entre otras causas porque soy una persona irrepetible al igual que usted, querido lector. “Ca uno es ca uno”, decía un famoso torero, y ello nos salva de ser personas fotocopiadas, clónicas, sujetas a unos mismos ideales y obedientes a normas escritas en repertorios ideológicos.

Difícil es que me obceque con la idea de que siempre estoy en posesión de la verdad; soy humano, y por ello sometido a la fuerza de los signos de lo tiempos -hace años les llamaba signos del Espíritu-, y esas señales consiguen que al menos tenga una cierta personalidad, la de ser mutable, o sea, cambiante ante lo que el mundo me presenta.

Quiero decir que no soy un cabezón, algunos llaman a eso tener personalidad porque se piensa igual que hace cuarenta o treinta o veinte o diez años o ayer mismo. Soy una persona siempre en construcción y, a veces, aunque me cueste trabajo reconstruyo mi edificio o fachada y soy otro, pienso de forma diferente, y en ese ser “así o asao” me siento feliz.

Gracias por aguantar el tostón.

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