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España ha experimentado los peores efectos de las medidas aplicadas durante el gobierno fuerte del Partido Popular

Mínimo común acuerdo

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Jordi Évole ha tenido la audacia de hacerle a Mariano Rajoy todas aquellas preguntas de las que, la ciudadanía, espera una respuesta. La corrupción en su partido, la gestión de la crisis y los recortes -entre otras- han sido replicadas como un padre abronca a su joven vástago que cuestiona la autoridad familiar. Esta actitud paternalista típica de los conservadores considera que la esfera política es un monopolio de unos pocos y en concreto de algunos de esos pocos, de ellos. Una postura que se acerca en determinados renglones al carácter autoritario de algunas dictaduras y que sólo sirve para garantizar altas cotas de gobernabilidad en el mejor o vacío de poder en los peor de los casos en un contexto democrático. Así es como España ha experimentado los peores efectos de las medidas aplicadas durante el gobierno fuerte del Partido Popular y ha observado la mayor inacción ante los escarceos financieros de su élite.

La mayoría de las fuerzas política desde Ciudadanos hasta Podemos, pasando por PSOE e Izquierda Unida, coinciden en una verdad. El problema de España es su actual Presidente del Gobierno, aún en funciones y es que basta con observar el rércord del bajísimo grado de confianza del Ejecutivo. Sin lugar a dudas, el Partido Popular es el responsable de muchos de los errores y de los escándalos que han salido a la luz, pero si algún elemento contribuye a ahondar los efectos perniciosos de esta caída en el vacío es el ridículo liderazgo de Rajo, cuyo único y gran esfuerzo político han sido dos. Por un lado, desbancar a su competidora y adversaria interna por la presidencia del partido, Esperanza Aguirre, y por otro, esperar a que el conjunto del censo electoral se cansase de la figura de Rodríguez Zapatero. El gallego es paciente.

Quepa subrayar que esta columna no es una crítica gratuita contra el partido conservador. De la misma forma que Suárez pensó que una democracia europea no es una democracia sin un partido comunista, tampoco lo es sin un partido conservador que acoja las distintas tendencias dentro de este sector ideológico. Es una crítica directa contra su líder y en segundo lugar contra la apatía e incapacidad de regeneración interna y renovación del liderazgo, especialmente entre las altas jerarquías del mismo. Por eso, la crisis interna que sufren los populares no es algo que afecte sólo al partido, sino que es necesario que el cierre de esa crisis y la renovación del partido se produzca cuanto antes. Eso, si es que esperan ocupar algún papel de importancia en la nueva legislatura, pues no es suficiente con ser el partido más votado. Y en esa refundación conservadora, no caben Rajoys posibles.

Mínimo común acuerdo

España ha experimentado los peores efectos de las medidas aplicadas durante el gobierno fuerte del Partido Popular
Francisco Collado Campana
martes, 5 de abril de 2016, 09:32 h (CET)
Jordi Évole ha tenido la audacia de hacerle a Mariano Rajoy todas aquellas preguntas de las que, la ciudadanía, espera una respuesta. La corrupción en su partido, la gestión de la crisis y los recortes -entre otras- han sido replicadas como un padre abronca a su joven vástago que cuestiona la autoridad familiar. Esta actitud paternalista típica de los conservadores considera que la esfera política es un monopolio de unos pocos y en concreto de algunos de esos pocos, de ellos. Una postura que se acerca en determinados renglones al carácter autoritario de algunas dictaduras y que sólo sirve para garantizar altas cotas de gobernabilidad en el mejor o vacío de poder en los peor de los casos en un contexto democrático. Así es como España ha experimentado los peores efectos de las medidas aplicadas durante el gobierno fuerte del Partido Popular y ha observado la mayor inacción ante los escarceos financieros de su élite.

La mayoría de las fuerzas política desde Ciudadanos hasta Podemos, pasando por PSOE e Izquierda Unida, coinciden en una verdad. El problema de España es su actual Presidente del Gobierno, aún en funciones y es que basta con observar el rércord del bajísimo grado de confianza del Ejecutivo. Sin lugar a dudas, el Partido Popular es el responsable de muchos de los errores y de los escándalos que han salido a la luz, pero si algún elemento contribuye a ahondar los efectos perniciosos de esta caída en el vacío es el ridículo liderazgo de Rajo, cuyo único y gran esfuerzo político han sido dos. Por un lado, desbancar a su competidora y adversaria interna por la presidencia del partido, Esperanza Aguirre, y por otro, esperar a que el conjunto del censo electoral se cansase de la figura de Rodríguez Zapatero. El gallego es paciente.

Quepa subrayar que esta columna no es una crítica gratuita contra el partido conservador. De la misma forma que Suárez pensó que una democracia europea no es una democracia sin un partido comunista, tampoco lo es sin un partido conservador que acoja las distintas tendencias dentro de este sector ideológico. Es una crítica directa contra su líder y en segundo lugar contra la apatía e incapacidad de regeneración interna y renovación del liderazgo, especialmente entre las altas jerarquías del mismo. Por eso, la crisis interna que sufren los populares no es algo que afecte sólo al partido, sino que es necesario que el cierre de esa crisis y la renovación del partido se produzca cuanto antes. Eso, si es que esperan ocupar algún papel de importancia en la nueva legislatura, pues no es suficiente con ser el partido más votado. Y en esa refundación conservadora, no caben Rajoys posibles.

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