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Falsedad, disimulo, fingimiento,
cara opuesta a la sinceridad,
vicio instalado en la sociedad
que lo sostiene sin remordimiento.
No tiene visos de razonamiento,
pero sí un componente de maldad,
distante del decoro y la verdad
y muy cercadel envilecimiento.
La utilizan personas empeñadas,
en enturbiar las buenas relaciones
hasta hacerlas bastante complicadas.
Empleando expresiones trasnochadas,
muy distantes de las buenas razones
que pudieran frenar sus cacicadas.
En una casona antigua y desolada, en el centro de la sala se encontraba un espejo de un metro de alto y cincuenta centímetros de ancho, montado y sostenido por una linda mesita antigua. En él convergían las articulaciones de todos los espacios.
Cuenta Irene Vallejo que San Agustín se quedó absolutamente perplejo al ver al obispo de Milán leyendo para sí mismo, al ver cómo “sus ojos transitaban por las páginas, pero su lengua callaba”. La anécdota la usa la escritora —siempre elegante, delicada y tensa— para argumentar que, hasta bien entrada la Edad Media, la lectura se hacía solo en voz alta, de ahí la extrañeza del filósofo, que veía, por primera vez, un lector tal como nosotros lo imaginamos.
Me veo en el espejo y veo el tiempo, que en el silencio, ya no muere. Mi rostro lleno de quebrantos, arrugas en mis ojos, en mis labios.
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