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Etiquetas | Entrevista | David Roas | Escritor | Barcelona
Entrevista a David Roas, escritor barcelonés que acaba de publicar su nuevo libro de relatos titulado ‘Niños’, editado por Páginas de Espuma

«La idea de que el monstruo anida en lo cotidiano, en tu entorno, es lo que produce el miedo»

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David Roas (Barcelona, 1965), alto, delgado, pelo canoso, irónico, escritor, cuentista, profesor, crítico y alguna cosa más, acudió a Valencia para participar en la IV Edición del Golem Fest y presentar su nuevo libro de relatos, ‘Niños’, editado por Páginas de Espuma. En el escenario del Auditorio Joan Plaça del Jardín Botánico de la capital del Turia, acompañado por el también escritor Carlos Pitillas, habló sobre la huella que dejan los miedos infantiles en la literatura. 


La charla supo a poco por breve, pero fue suficiente para impregnar la sala con el aroma que dejan las cosas interesantes en nuestros oídos. Y en nuestro ánimo. Precisamente ‘Niños’ trata sobre esos miedos inexplicables − ¿quién no los sintió en su momento?−, que acechan nuestra infancia. Los niños y niñas que fuimos, aquí representados por los protagonistas de estos relatos, juegan, bailan, corren, saltan, se divierten y perciben esos temores… Pero a la vez los provocan, porque ellos mismos son el terror. Horas después, sentados en el Café La Placita, justo frente a la Iglesia de San Sebastián, David Roas y quien esto suscribe comenzamos a conversar sobre esas criaturas y esos temores. Eran las cinco de la tarde. Minuto arriba, minuto abajo. El sol comenzaba a declinar, mientras el piloto rojo de la grabadora señalaba el inicio de la entrevista.


David, ¿escribiste los relatos que forman ‘Niños’ de manera aleatoria o, desde el primer momento, querías hablar de los miedos infantiles?

No, no, fue una decisión plenamente consciente, nada aleatoria. En mi anterior libro, ‘Invasión’, había unos relatos titulados ‘Cuentos dictados’, llamados así porque me los dictó David, mi hijo. Yo solo tuve que convertirlos en tinta y papel. En mi cabeza se quedó el runrún de que era un tema que tenía que continuar y mi mujer me animaba a seguir con ellos. Así que desde el año 2018 solo me dediqué a escribir cuentos para este libro. Alguno de ellos, como el de ‘Zoltar speaks’, hacía ya tiempo que lo tenía en mi cabeza. Es verdad que el primer relato, ‘Vinieron de dentro de’ había sido ya publicado en aquel mismo volumen, pero estaba convencido de que tenía que ser el primero de ‘Niños’, porque se refería a un embarazo. Así que le pedí permiso a mi editor para incluirlo también aquí. Por eso en la dedicatoria puedes leer «A Ana, por provocarlo. A Davichu, por inspirarlo», que son mi mujer y mi hijo.


¿De dónde arranca tu fascinación por el género fantástico o de terror, que te lleva a escribir cuentos e investigar sobre ellos?

No sé, quizá lo haga porque creo que, junto con el humor, la fantasía es la mejor perspectiva con la que yo puedo ver e intentar entender la realidad. Es una doble vía que, a veces, confluye en una sola, pero bien entendido que la realidad es una entidad carente de sentido y que mi única manera de afrontarla llega a través de formas que la ponen en cuestión.


Escribir relatos fantásticos o de terror a veces resulta complicado o intimidador. ¿El humor podría ser esa barrera que te permite hacerlo con una cierta distancia?

Es una buena pregunta. El humor exige distancia y sin distancia no hay humor. Si estás demasiado cerca, te deprimes, te horrorizas o empatizas, porque necesitas mirarla realidad con un metro de separación. Y, a partir de ahí, te ríes y lo haces sabiendo que es una risa que no conduce a ninguna parte, porque te estás riendo de la muerte y tú te vas a morir también. No es más que una forma de capear el temporal.


Leyendo estos cuentos acudió a mi mente el payaso de la película ‘Balada triste de trompeta’. ¿Los niños pueden resultar tan terroríficos como el payaso sabihondo?

He visto esa película y el payaso que aparece ahí es muy grotesco. ¿Qué hizo Stephen King con ‘It’? Ese payaso parece la figura más atractiva y simpática para los niños, pero, si lo vuelves del revés, puedes convertirlo en un ser terrible. Nunca me han gustado los payasos, me parecen unas figuras absolutamente inquietantes, que se pintan la cara. Me producen mucho miedo.


Ya que hablas del miedo y de tus miedos, ¿cuánto tienen de terapéutico estos cuentos?

[Risas] Mientras los escribía, lo cual no sé si es muy terapéutico o no, descubrí que en los cuatro cuentos publicados en ‘Invasión’, donde hablaba de mi relación con el niño, había cosas de las que no era consciente y este libro ha continuado en esa línea. El niño de la cubierta, como comentaba en la charla de esta mañana, me ha hecho darme cuenta de mi propia relación con mi madre, que falleció en 2014, y de que la paternidad no es otra cosa que asumir que tú también has sido niño e hijo de… Si eso significa ser terapéutico, entonces estos relatos sí lo son. No sé si me han curado de nada, porque la terapia significa curación, pero sí me han permitido ser consciente de miedos, pensamientos y emociones, que ignoraba. Los dos últimos cuentos de ‘Niños’ tienen mucho que ver con lo que vendrá después. El niño protagonista tendrá que sobrevivir y seguir viviendo y eso, hasta ahora, jamás me lo había planteado y la literatura me ha ayudado a verlo.


Presentación1


El título del libro induce a pensar en los niños, indefensas criaturas a las que hay que proteger. Sin embargo, tú has girado la tortilla y llevas al lector a pensar que quien necesita protección es el padre.

Sí, es verdad, tienes razón, porque aquí el padre descubre muchas cosas, que desconocía. Pero sobre todo esos cuentos, en los que aparece mi madre, mejor dicho, la madre del narrador, me han proporcionado a través de la ficción nuevas perspectivas de la realidad y también de mí mismo. Y eso me resulta muy interesante.


Cuando terminé de leer los cuatro o cinco primeros relatos, tuve la sensación de que en ellos se lloraba mucho. ¿El primer temor hacia tu hijo es que, como no sabes por qué llora, te embarga la angustia?

Claro, tú y cualquiera que ha tenido hijos sabe que lo primero que te preguntas es qué tengo que hacer con este ser, ¿dónde está el libro de instrucciones? A este respecto, en el cuento titulado ‘La agonía del salmón’ me inspiré mucho en la experiencia de una amiga mía que tuvo un hijo terrible. Pensaba en cómo un niño solo puede comunicarse a través de la risa o el lloro y eso te deja descolocado. Ahora el niño de los cuentos tiene ya diez años, me puedo entender con él y saber qué le ocurre, pero antes…


Has citado ‘La agonía del salmón’ y al leer ese cuento veo que los salmones tienen difícil lo de ligar. Para copular una sola vez en su vida y después morir, han de remontar el curso de los ríos, perder peso, estresarse y pelear con las hembras y otros machos. Creo que no me gustaría haber nacido salmón.

Exactamente. La compañera de trabajo a la que me refería antes, me contaba que no podía dormir, porque lo que le ocurría a su hijo no obedecía a los cólicos normales de los lactantes, sino que era algo especial. Una tarde, mientras veía un documental sobre los salmones, me dije que éramos exactamente eso, salmones. Toda tu vida ha consistido en reproducirte para tener un hijo y ya está. En el cuento he reflejado lo que explicaba el documental con fidelidad. No he añadido ni una palabra de más. Y el remate de la vida del salmón es que, cuando las crías nazcan de los huevos, devorarán al padre como su primer alimento, lo que me parece una metáfora magistral de nuestra vida.


¿La llegada de un hijo al hogar de un escritor condiciona el tipo de lecturas y escrituras que va a llevar a cabo por falta de tiempo libre?

No. Mi problema siempre ha sido vivir en cuatro o cinco medios: profesor, investigador, escritor… Escribo cuando puedo. Excepto ‘Zoltar speaks’, que lo escribí en Nueva York, los relatos de ‘Niños’ están escritos en la maravillosa plaza del rectorado de Alcalá de Henares, mientras mi hijo jugaba por allí. La verdad es que su llegada tal vez ha coartado las posibilidades de salir, pero en el aspecto literario ha servido de estímulo. El año pasado, cuando él tenía nueve años, escribió un libro de microcuentos que autopublicamos. Así que nos retroalimentamos el uno del otro.


Los cuentos de ‘Niños’ pertenecen al género de fantasía, terror y ciencia ficción, pero consigues que parezcan absolutamente reales. 

Bueno, creo que excepto el cuento de los hermanos gemelos, todos los relatos parten de situaciones cotidianas y reales. A mí me gusta que sea así. Siempre llevo la libreta conmigo y observo lo que sucede a mi alrededor. Si alguien me cuenta alguna cosa interesante y detecto que puede haber un cuento detrás, lo robo sin problemas. La realidad es tan loca que se presta a ello. Conseguir que la ficción haga creer al lector que lo que lee es cierto me parece muy interesante.


Has estructurado ‘Niños’ como la evolución de las etapas de la vida de los insectos: huevo, larva, pupa y adulto.

Muchas veces descubro la estructura interna de mis libros con la escritura bastante avanzada, pero en esta ocasión fue distinto. Surgió más pronto, cuando llevaba escritos tres o cuatro relatos. Observé que las historias no las protagonizaban siempre los mismos niños, que tampoco tenían la misma edad. En consecuencia, opté por una organización cronológica, desde que el niño vive en el vientre de su madre hasta que alcanza los diez años.


Introduzcámonos un poco en los cuentos. El primero, ‘Vinieron de dentro de’, del que has hablado antes, es como decir «ya estoy aquí. No sabéis la que os espera».

Justo es eso. Este relato pertenece a mi época pre-padre y ya lo había publicado en ‘Invasiones’. Pero le dije a mi editor que ‘Niños’ tenía que empezar por él y me lo permitió. Esas risas, que pueden ser buenas o malas, que alguien oye y proceden de la barriga de su madre embarazada, eran algo muy sintomático de todo lo que puede venir después. Es como tu dices  «preparaos que vengo».


En ‘Terrores nocturnos’, aparece un monstruo llamado Chupacabras, que atemoriza al niño y cuyo dibujo incluyes en el relato. ¿La principal fuente de los temores infantiles procede de los sueños?

No lo sé, yo me nutro de las experiencias de mi hijo, que también está perturbado por el padre y la madre que tiene, sobre todo por el padre. Hay miedos reales, por ejemplo, a que papá y mamá se vayan o a la separación, pero en el sueño, igual que los adultos, vuelcan de forma simbólica sus temores y fantasías. Todavía no sé por qué soñaría él con el Chupacabras, pero yo le pedí que me lo contara para que pudiera expresarse y llevarlo al relato. Desde luego fue un sueño terrible, que le persiguió durante mucho tiempo. Y un día hizo un dibujo del monstruo, que he incluido en el libro, y ahora mi hijo me pide derechos. Me dice que, si el cuento se vende mucho, él quiere una parte.


Varios temas clásicos del terror desfilan por los cuentos. En ‘Espejismos’ aparece el monstruo que se oculta debajo de la cama.

Yo utilizo un video de YouTube maravilloso, el de un niño y su padre, que aborda este tema. Cada año se lo pongo a mis alumnos y les pregunto qué hacemos con eso. Cuando la realidad cotidiana deja de funcionar, surgen los miedos más inquietantes. El hecho de que esto pueda suceder en tu familia me parece algo profundamente perturbador y la idea de que el monstruo anida en lo cotidiano, debajo de la cama, dentro del armario, en tu habitación o en tu reducto más íntimo, es lo que produce el miedo. Yo me siento un lovecraftiano puro, pero esa posición queda a kilómetros de distancia de este otro tipo de miedo.


La casa también es otro tema recurrente. Aparece en ‘Niños’ (‘Ancestros’), y también en ‘Invasión’ (‘La casa vacía’). Sé que no eres el único escritor fascinado por las casas, ¿por qué te interesan tanto?

Es que la casa, como acabo de decir, es tu espacio más cotidiano, más doméstico, valga la redundancia, y personal. Es una proyección de ti mismo. La diseñas y acondicionas a tu medida y, si resulta asaltada por algo incontrolable, no se lleva nada bien. La casa es una metáfora de tu realidad y si tu realidad no funciona, ¿qué pasa? ¿Dónde estoy? Si a esto le sumas la familia y dentro de ella está instalado el horror, le añades un plus. Como entidad me interesa mucho la familia, porque es fuente de lo inquietante y del terror. Es lo más cercano que tienes y resulta un campo fantástico para ver cómo el monstruo puede estar ahí. El asesino morboso que viene de fuera está bien, pero si la violencia la tienes dentro de casa es mucho peor.


Sigamos con la familia. El cuento ‘Reunión familiar’ más que una historia de terror es una historia de horror. Son términos parecidos, pero no idénticos.

[Risas] Sí, creo que ese cuento junto el titulado ‘Subsistencia’ son los dos relatos más enfermos. ‘Reunión familiar’ fue un encargo, que me hizo una editora para formar parte de una antología. En aquel momento yo tenía en mi cabeza la historia que Mark Twain contó sobre el hecho de que él era gemelo de otro niño. Uno de los dos se había ahogado y ambos llevaban puestas pulseras identificativas, que se perdieron en el agua y nunca se supo cuál de ellos seguía vivo. Luego resultó que era mentira, pero yo llevaba esa historia metida en la cabeza, porque me parecía brutal la idea de que, ya de mayor, tu propia madre te dijese que no sabe quién eres tú. Y me costó mucho escribirlo porque hube de bucear por zonas muy oscuras. Pero estoy muy contento con el resultado, porque a la gente que lo conoce le parece un relato muy perturbador.


‘El día de la marmota’, donde el niño despierta cada mañana muy temprano a su padre, es un cuento de venganza, no me digas que no.

[Nuevas risas]. Sí, sí, que lo es, pero la situación todavía empeoró. Cuando mi hijo era más pequeño, cada día se despertaba muy temprano y venía a mi lado de la cama. Le regalé un reloj y, entonces, seguía viniendo, pero ahora para decirme «Papi, ya son las siete», con lo que el regalo del reloj no me sirvió de nada. Lo cierto es que perseguí la escritura de ese cuento durante mucho tiempo, porque transmite sensación de impotencia, ya que tú como padre no puedes quejarte, porque tu hijo te despierte cada mañana a las siete. Y el título procede de que cuando lo llevaba a jugar a la plaza del rectorado de Alcalá de Henares, me encontraba con un montón de padres, entre ellos Eric, un yankee, al que veía tan dormido como yo y le decía; The groundhog day; a lo que él me respondía: Yes! Afortunadamente, ahora eso ha cambiado, porque ya es más mayor, se levanta antes, se prepara sus cereales y ve Netflix.


Para mí el relato más perturbador es el titulado ‘Voces’, donde has convertido a ese asistente virtual, llamado Alexa, en una fuente de misterios, perturbaciones, miedos…

Me lo veía venir. No sé por qué, pero hay varias personas que me han dicho lo mismo que tú. Está basado en un hecho real: mi mujer y mi hijo decidieron regalarme Alexa un 24 de diciembre y el día 26 ya no estaba en mis manos. Se lo había llevado mi hijo a su cuarto. Yo pasaba por la puerta de su habitación y le oía hablar, discutir y preguntarle cosas a Alexa. Entonces empecé a pensar en que tenía que sacarle partido a esa situación y se me cruzó, no sé por qué, mi madre ya fallecida. Al principio, el relato tenía un tono irónico, pero ha terminado yendo hacia otro lado, que no voy a desvelar. Por esa evolución lo titulé ‘Voces’.


Hay poca música en los relatos. Tan solo algo de Metallica.

Sí, no sé por qué. Comparado con otros libros míos es verdad que hay poca música. Metallica aparece porque mi hijo, a veces, escucha cosas interesantes como esa.


Vamos a concluir con un clásico: ‘La lotería’, el mítico cuento de la escritora estadounidense Shirley Jackson. Le has dado una vuelta. Has introducido cambios en el título, ‘La (otra) lotería’, en el desenlace y en la voz narrativa, sin duda para ti se trata de una obra maestra.

¡Buaaaah! Eso lleva en mi cabeza desde 1987. Cuando entré en la universidad, a estudiar Filología Española y dentro de la asignatura de Teoría Literaria, entre otros muchos títulos mi profesor nos puso ‘La lotería’ de Shirley Jackson, y yo me dije ¡Dios mío! Te juro que desde entonces no he dejado de leerlo y lo he incluido en mis clases. No he podido librarme de él. Al nacer mi hijo pensé que el cuento todavía podría ser peor, que ya es difícil, si lo narrase un niño. Por eso mi versión no sólo la cuenta un niño, sino que en el sorteo participan únicamente niños de 3 a 16 años. Muchos párrafos son idénticos a los del relato de Shirley Jackson, porque yo quería dejar constancia de que el texto auténtico estaba presente. Para mí es un cuento que representa las más altas cumbres del horror sin que haya nada visible. En él se habla de la tradición, de la sociedad y de lo que los seres humanos somos capaces de hacer para mantener el orden. Sorteamos a alguien y lo matamos para que el mundo siga igual, porque lo cierto es que no hay ninguna otra explicación sobre eso.


Sin duda que Shirley Jackson vivió una existencia muy interesante.

Ella tuvo cuatro hijos y, si lees sus obras, descubres que hay un montón de artículos sobre su vida diaria y te mueres de risa. Ella tenía una conciencia tremenda para la época en que vivió. Su marido era profesor de universidad y ella escribía por la noche, porque con sus cuatro hijos no disponía de otro momento para hacerlo. El otro día en una entrevista salió este mismo tema y respondí que yo de mayor quería ser Shirley Jackson.

«La idea de que el monstruo anida en lo cotidiano, en tu entorno, es lo que produce el miedo»

Entrevista a David Roas, escritor barcelonés que acaba de publicar su nuevo libro de relatos titulado ‘Niños’, editado por Páginas de Espuma
Herme Cerezo
lunes, 12 de diciembre de 2022, 11:06 h (CET)

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David Roas (Barcelona, 1965), alto, delgado, pelo canoso, irónico, escritor, cuentista, profesor, crítico y alguna cosa más, acudió a Valencia para participar en la IV Edición del Golem Fest y presentar su nuevo libro de relatos, ‘Niños’, editado por Páginas de Espuma. En el escenario del Auditorio Joan Plaça del Jardín Botánico de la capital del Turia, acompañado por el también escritor Carlos Pitillas, habló sobre la huella que dejan los miedos infantiles en la literatura. 


La charla supo a poco por breve, pero fue suficiente para impregnar la sala con el aroma que dejan las cosas interesantes en nuestros oídos. Y en nuestro ánimo. Precisamente ‘Niños’ trata sobre esos miedos inexplicables − ¿quién no los sintió en su momento?−, que acechan nuestra infancia. Los niños y niñas que fuimos, aquí representados por los protagonistas de estos relatos, juegan, bailan, corren, saltan, se divierten y perciben esos temores… Pero a la vez los provocan, porque ellos mismos son el terror. Horas después, sentados en el Café La Placita, justo frente a la Iglesia de San Sebastián, David Roas y quien esto suscribe comenzamos a conversar sobre esas criaturas y esos temores. Eran las cinco de la tarde. Minuto arriba, minuto abajo. El sol comenzaba a declinar, mientras el piloto rojo de la grabadora señalaba el inicio de la entrevista.


David, ¿escribiste los relatos que forman ‘Niños’ de manera aleatoria o, desde el primer momento, querías hablar de los miedos infantiles?

No, no, fue una decisión plenamente consciente, nada aleatoria. En mi anterior libro, ‘Invasión’, había unos relatos titulados ‘Cuentos dictados’, llamados así porque me los dictó David, mi hijo. Yo solo tuve que convertirlos en tinta y papel. En mi cabeza se quedó el runrún de que era un tema que tenía que continuar y mi mujer me animaba a seguir con ellos. Así que desde el año 2018 solo me dediqué a escribir cuentos para este libro. Alguno de ellos, como el de ‘Zoltar speaks’, hacía ya tiempo que lo tenía en mi cabeza. Es verdad que el primer relato, ‘Vinieron de dentro de’ había sido ya publicado en aquel mismo volumen, pero estaba convencido de que tenía que ser el primero de ‘Niños’, porque se refería a un embarazo. Así que le pedí permiso a mi editor para incluirlo también aquí. Por eso en la dedicatoria puedes leer «A Ana, por provocarlo. A Davichu, por inspirarlo», que son mi mujer y mi hijo.


¿De dónde arranca tu fascinación por el género fantástico o de terror, que te lleva a escribir cuentos e investigar sobre ellos?

No sé, quizá lo haga porque creo que, junto con el humor, la fantasía es la mejor perspectiva con la que yo puedo ver e intentar entender la realidad. Es una doble vía que, a veces, confluye en una sola, pero bien entendido que la realidad es una entidad carente de sentido y que mi única manera de afrontarla llega a través de formas que la ponen en cuestión.


Escribir relatos fantásticos o de terror a veces resulta complicado o intimidador. ¿El humor podría ser esa barrera que te permite hacerlo con una cierta distancia?

Es una buena pregunta. El humor exige distancia y sin distancia no hay humor. Si estás demasiado cerca, te deprimes, te horrorizas o empatizas, porque necesitas mirarla realidad con un metro de separación. Y, a partir de ahí, te ríes y lo haces sabiendo que es una risa que no conduce a ninguna parte, porque te estás riendo de la muerte y tú te vas a morir también. No es más que una forma de capear el temporal.


Leyendo estos cuentos acudió a mi mente el payaso de la película ‘Balada triste de trompeta’. ¿Los niños pueden resultar tan terroríficos como el payaso sabihondo?

He visto esa película y el payaso que aparece ahí es muy grotesco. ¿Qué hizo Stephen King con ‘It’? Ese payaso parece la figura más atractiva y simpática para los niños, pero, si lo vuelves del revés, puedes convertirlo en un ser terrible. Nunca me han gustado los payasos, me parecen unas figuras absolutamente inquietantes, que se pintan la cara. Me producen mucho miedo.


Ya que hablas del miedo y de tus miedos, ¿cuánto tienen de terapéutico estos cuentos?

[Risas] Mientras los escribía, lo cual no sé si es muy terapéutico o no, descubrí que en los cuatro cuentos publicados en ‘Invasión’, donde hablaba de mi relación con el niño, había cosas de las que no era consciente y este libro ha continuado en esa línea. El niño de la cubierta, como comentaba en la charla de esta mañana, me ha hecho darme cuenta de mi propia relación con mi madre, que falleció en 2014, y de que la paternidad no es otra cosa que asumir que tú también has sido niño e hijo de… Si eso significa ser terapéutico, entonces estos relatos sí lo son. No sé si me han curado de nada, porque la terapia significa curación, pero sí me han permitido ser consciente de miedos, pensamientos y emociones, que ignoraba. Los dos últimos cuentos de ‘Niños’ tienen mucho que ver con lo que vendrá después. El niño protagonista tendrá que sobrevivir y seguir viviendo y eso, hasta ahora, jamás me lo había planteado y la literatura me ha ayudado a verlo.


Presentación1


El título del libro induce a pensar en los niños, indefensas criaturas a las que hay que proteger. Sin embargo, tú has girado la tortilla y llevas al lector a pensar que quien necesita protección es el padre.

Sí, es verdad, tienes razón, porque aquí el padre descubre muchas cosas, que desconocía. Pero sobre todo esos cuentos, en los que aparece mi madre, mejor dicho, la madre del narrador, me han proporcionado a través de la ficción nuevas perspectivas de la realidad y también de mí mismo. Y eso me resulta muy interesante.


Cuando terminé de leer los cuatro o cinco primeros relatos, tuve la sensación de que en ellos se lloraba mucho. ¿El primer temor hacia tu hijo es que, como no sabes por qué llora, te embarga la angustia?

Claro, tú y cualquiera que ha tenido hijos sabe que lo primero que te preguntas es qué tengo que hacer con este ser, ¿dónde está el libro de instrucciones? A este respecto, en el cuento titulado ‘La agonía del salmón’ me inspiré mucho en la experiencia de una amiga mía que tuvo un hijo terrible. Pensaba en cómo un niño solo puede comunicarse a través de la risa o el lloro y eso te deja descolocado. Ahora el niño de los cuentos tiene ya diez años, me puedo entender con él y saber qué le ocurre, pero antes…


Has citado ‘La agonía del salmón’ y al leer ese cuento veo que los salmones tienen difícil lo de ligar. Para copular una sola vez en su vida y después morir, han de remontar el curso de los ríos, perder peso, estresarse y pelear con las hembras y otros machos. Creo que no me gustaría haber nacido salmón.

Exactamente. La compañera de trabajo a la que me refería antes, me contaba que no podía dormir, porque lo que le ocurría a su hijo no obedecía a los cólicos normales de los lactantes, sino que era algo especial. Una tarde, mientras veía un documental sobre los salmones, me dije que éramos exactamente eso, salmones. Toda tu vida ha consistido en reproducirte para tener un hijo y ya está. En el cuento he reflejado lo que explicaba el documental con fidelidad. No he añadido ni una palabra de más. Y el remate de la vida del salmón es que, cuando las crías nazcan de los huevos, devorarán al padre como su primer alimento, lo que me parece una metáfora magistral de nuestra vida.


¿La llegada de un hijo al hogar de un escritor condiciona el tipo de lecturas y escrituras que va a llevar a cabo por falta de tiempo libre?

No. Mi problema siempre ha sido vivir en cuatro o cinco medios: profesor, investigador, escritor… Escribo cuando puedo. Excepto ‘Zoltar speaks’, que lo escribí en Nueva York, los relatos de ‘Niños’ están escritos en la maravillosa plaza del rectorado de Alcalá de Henares, mientras mi hijo jugaba por allí. La verdad es que su llegada tal vez ha coartado las posibilidades de salir, pero en el aspecto literario ha servido de estímulo. El año pasado, cuando él tenía nueve años, escribió un libro de microcuentos que autopublicamos. Así que nos retroalimentamos el uno del otro.


Los cuentos de ‘Niños’ pertenecen al género de fantasía, terror y ciencia ficción, pero consigues que parezcan absolutamente reales. 

Bueno, creo que excepto el cuento de los hermanos gemelos, todos los relatos parten de situaciones cotidianas y reales. A mí me gusta que sea así. Siempre llevo la libreta conmigo y observo lo que sucede a mi alrededor. Si alguien me cuenta alguna cosa interesante y detecto que puede haber un cuento detrás, lo robo sin problemas. La realidad es tan loca que se presta a ello. Conseguir que la ficción haga creer al lector que lo que lee es cierto me parece muy interesante.


Has estructurado ‘Niños’ como la evolución de las etapas de la vida de los insectos: huevo, larva, pupa y adulto.

Muchas veces descubro la estructura interna de mis libros con la escritura bastante avanzada, pero en esta ocasión fue distinto. Surgió más pronto, cuando llevaba escritos tres o cuatro relatos. Observé que las historias no las protagonizaban siempre los mismos niños, que tampoco tenían la misma edad. En consecuencia, opté por una organización cronológica, desde que el niño vive en el vientre de su madre hasta que alcanza los diez años.


Introduzcámonos un poco en los cuentos. El primero, ‘Vinieron de dentro de’, del que has hablado antes, es como decir «ya estoy aquí. No sabéis la que os espera».

Justo es eso. Este relato pertenece a mi época pre-padre y ya lo había publicado en ‘Invasiones’. Pero le dije a mi editor que ‘Niños’ tenía que empezar por él y me lo permitió. Esas risas, que pueden ser buenas o malas, que alguien oye y proceden de la barriga de su madre embarazada, eran algo muy sintomático de todo lo que puede venir después. Es como tu dices  «preparaos que vengo».


En ‘Terrores nocturnos’, aparece un monstruo llamado Chupacabras, que atemoriza al niño y cuyo dibujo incluyes en el relato. ¿La principal fuente de los temores infantiles procede de los sueños?

No lo sé, yo me nutro de las experiencias de mi hijo, que también está perturbado por el padre y la madre que tiene, sobre todo por el padre. Hay miedos reales, por ejemplo, a que papá y mamá se vayan o a la separación, pero en el sueño, igual que los adultos, vuelcan de forma simbólica sus temores y fantasías. Todavía no sé por qué soñaría él con el Chupacabras, pero yo le pedí que me lo contara para que pudiera expresarse y llevarlo al relato. Desde luego fue un sueño terrible, que le persiguió durante mucho tiempo. Y un día hizo un dibujo del monstruo, que he incluido en el libro, y ahora mi hijo me pide derechos. Me dice que, si el cuento se vende mucho, él quiere una parte.


Varios temas clásicos del terror desfilan por los cuentos. En ‘Espejismos’ aparece el monstruo que se oculta debajo de la cama.

Yo utilizo un video de YouTube maravilloso, el de un niño y su padre, que aborda este tema. Cada año se lo pongo a mis alumnos y les pregunto qué hacemos con eso. Cuando la realidad cotidiana deja de funcionar, surgen los miedos más inquietantes. El hecho de que esto pueda suceder en tu familia me parece algo profundamente perturbador y la idea de que el monstruo anida en lo cotidiano, debajo de la cama, dentro del armario, en tu habitación o en tu reducto más íntimo, es lo que produce el miedo. Yo me siento un lovecraftiano puro, pero esa posición queda a kilómetros de distancia de este otro tipo de miedo.


La casa también es otro tema recurrente. Aparece en ‘Niños’ (‘Ancestros’), y también en ‘Invasión’ (‘La casa vacía’). Sé que no eres el único escritor fascinado por las casas, ¿por qué te interesan tanto?

Es que la casa, como acabo de decir, es tu espacio más cotidiano, más doméstico, valga la redundancia, y personal. Es una proyección de ti mismo. La diseñas y acondicionas a tu medida y, si resulta asaltada por algo incontrolable, no se lleva nada bien. La casa es una metáfora de tu realidad y si tu realidad no funciona, ¿qué pasa? ¿Dónde estoy? Si a esto le sumas la familia y dentro de ella está instalado el horror, le añades un plus. Como entidad me interesa mucho la familia, porque es fuente de lo inquietante y del terror. Es lo más cercano que tienes y resulta un campo fantástico para ver cómo el monstruo puede estar ahí. El asesino morboso que viene de fuera está bien, pero si la violencia la tienes dentro de casa es mucho peor.


Sigamos con la familia. El cuento ‘Reunión familiar’ más que una historia de terror es una historia de horror. Son términos parecidos, pero no idénticos.

[Risas] Sí, creo que ese cuento junto el titulado ‘Subsistencia’ son los dos relatos más enfermos. ‘Reunión familiar’ fue un encargo, que me hizo una editora para formar parte de una antología. En aquel momento yo tenía en mi cabeza la historia que Mark Twain contó sobre el hecho de que él era gemelo de otro niño. Uno de los dos se había ahogado y ambos llevaban puestas pulseras identificativas, que se perdieron en el agua y nunca se supo cuál de ellos seguía vivo. Luego resultó que era mentira, pero yo llevaba esa historia metida en la cabeza, porque me parecía brutal la idea de que, ya de mayor, tu propia madre te dijese que no sabe quién eres tú. Y me costó mucho escribirlo porque hube de bucear por zonas muy oscuras. Pero estoy muy contento con el resultado, porque a la gente que lo conoce le parece un relato muy perturbador.


‘El día de la marmota’, donde el niño despierta cada mañana muy temprano a su padre, es un cuento de venganza, no me digas que no.

[Nuevas risas]. Sí, sí, que lo es, pero la situación todavía empeoró. Cuando mi hijo era más pequeño, cada día se despertaba muy temprano y venía a mi lado de la cama. Le regalé un reloj y, entonces, seguía viniendo, pero ahora para decirme «Papi, ya son las siete», con lo que el regalo del reloj no me sirvió de nada. Lo cierto es que perseguí la escritura de ese cuento durante mucho tiempo, porque transmite sensación de impotencia, ya que tú como padre no puedes quejarte, porque tu hijo te despierte cada mañana a las siete. Y el título procede de que cuando lo llevaba a jugar a la plaza del rectorado de Alcalá de Henares, me encontraba con un montón de padres, entre ellos Eric, un yankee, al que veía tan dormido como yo y le decía; The groundhog day; a lo que él me respondía: Yes! Afortunadamente, ahora eso ha cambiado, porque ya es más mayor, se levanta antes, se prepara sus cereales y ve Netflix.


Para mí el relato más perturbador es el titulado ‘Voces’, donde has convertido a ese asistente virtual, llamado Alexa, en una fuente de misterios, perturbaciones, miedos…

Me lo veía venir. No sé por qué, pero hay varias personas que me han dicho lo mismo que tú. Está basado en un hecho real: mi mujer y mi hijo decidieron regalarme Alexa un 24 de diciembre y el día 26 ya no estaba en mis manos. Se lo había llevado mi hijo a su cuarto. Yo pasaba por la puerta de su habitación y le oía hablar, discutir y preguntarle cosas a Alexa. Entonces empecé a pensar en que tenía que sacarle partido a esa situación y se me cruzó, no sé por qué, mi madre ya fallecida. Al principio, el relato tenía un tono irónico, pero ha terminado yendo hacia otro lado, que no voy a desvelar. Por esa evolución lo titulé ‘Voces’.


Hay poca música en los relatos. Tan solo algo de Metallica.

Sí, no sé por qué. Comparado con otros libros míos es verdad que hay poca música. Metallica aparece porque mi hijo, a veces, escucha cosas interesantes como esa.


Vamos a concluir con un clásico: ‘La lotería’, el mítico cuento de la escritora estadounidense Shirley Jackson. Le has dado una vuelta. Has introducido cambios en el título, ‘La (otra) lotería’, en el desenlace y en la voz narrativa, sin duda para ti se trata de una obra maestra.

¡Buaaaah! Eso lleva en mi cabeza desde 1987. Cuando entré en la universidad, a estudiar Filología Española y dentro de la asignatura de Teoría Literaria, entre otros muchos títulos mi profesor nos puso ‘La lotería’ de Shirley Jackson, y yo me dije ¡Dios mío! Te juro que desde entonces no he dejado de leerlo y lo he incluido en mis clases. No he podido librarme de él. Al nacer mi hijo pensé que el cuento todavía podría ser peor, que ya es difícil, si lo narrase un niño. Por eso mi versión no sólo la cuenta un niño, sino que en el sorteo participan únicamente niños de 3 a 16 años. Muchos párrafos son idénticos a los del relato de Shirley Jackson, porque yo quería dejar constancia de que el texto auténtico estaba presente. Para mí es un cuento que representa las más altas cumbres del horror sin que haya nada visible. En él se habla de la tradición, de la sociedad y de lo que los seres humanos somos capaces de hacer para mantener el orden. Sorteamos a alguien y lo matamos para que el mundo siga igual, porque lo cierto es que no hay ninguna otra explicación sobre eso.


Sin duda que Shirley Jackson vivió una existencia muy interesante.

Ella tuvo cuatro hijos y, si lees sus obras, descubres que hay un montón de artículos sobre su vida diaria y te mueres de risa. Ella tenía una conciencia tremenda para la época en que vivió. Su marido era profesor de universidad y ella escribía por la noche, porque con sus cuatro hijos no disponía de otro momento para hacerlo. El otro día en una entrevista salió este mismo tema y respondí que yo de mayor quería ser Shirley Jackson.

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Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.

En el finísimo camino del hilo casi invisible / la araña desafíala terca gravedad y la engañosa distancia, / el hierro se desgastacon el frotar de la ventana, / casi una imperceptible sinfonía endulza el ambiente / cuando el viento transitaentre las grietas de la madera, / al mismo tiempo, / dos enamorados entregan su saliva el uno al otro / como si fueran enfermos recibiendo una transfusión.



 
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