En la cuna de la propaganda moderna hasta nuestros días, confluyen tres conceptos preceptúales en el receptor: concepto visual, concepto auditivo y concepto cognitivo. La litografía y el diseño impreso publicitario y propagandístico en este caso, se vertebraban sobre una regularidad objetiva que se sustentaba sobre unas leyes estrictas visuales.
En los años ochenta, y en el contexto de la Guerra Fría se liberó entre la juventud energías hasta entonces reprimidas y que contagió como epidemia al panorama cultural europeo. Es en momento cuando el Punk, el New Wave y la cultura del Cinefilm se vivían como únicos medios de comunicación antisistema a través de los cuales se expresaba la insolencia, la independencia y la protesta sobre la dualidad del mundo y el sistema establecido.
Los carteles suizos rompieron contra el establisment a comienzos de los ochenta, generando una fricción con las leyes de la creación estética funcional, la racional composición, la reducción formal-cromática y la tipografía hecha sobre cuadrícula. Diseñadores como Emil Ruder, Jan Tschichold, Armand Hoffmann, Peter Frey, Wolfang Weingart, etc. Convirtieron un mero oficio de escuadra y cartabón en un móvil de creación y expresión cultural. Estos autores contribuyeron: a menguar el dogmatismo, a la liberación de las energías creativas demandadas a gritos por los jóvenes del telón de acero y abriendo por tanto, las puertas al mundo de la creación condensada de simbolismos.
En resumen, el “Swiss Style” se convirtió en el sinónimo de ruptura, de fricción, en contrapunto con la neutralidad e indiferencia política internacional de la que han hecho alarde durante los últimos cien años.
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