No sé ustedes, pero quien esto escribe tuvo durante su niñez de postguerra una o más huchas de barro, regalo de mis padres, en las que iba depositando las perras gordas (diez céntimos de pesetas), reales (veinticinco céntimos de las mismas) y alguna que otra rubia monetaria, peseta.
Hasta estos últimos años en que es harto difícil ahorrar algo, en aquellos lejanos tiempos iba introduciendo algunas que otras monedas en la hucha, especialmente los aguinaldos y parte de la “paguilla” semanal que mi padre me daba; cuando llegaban tiempos difíciles o había una película del oeste buena, sirva de ejemplo “Murieron con las botas puesta” -las andanzas del general Custer y el sioux Caballo Loco-, tomaba un cuchillo, lo introducía en la ranura, le daba la vuelta a la hucha y se deslizaban monedas que tomaba para ver la “peli”; un día rompí la hucha para darle todo su contenido a mi hermano que era demasiado gastoso.
Pues bien, “la hucha de las pensiones” -Pacto de Toledo de 1995- está siendo uno de los temas estrellas de esta campaña que ya tiende a su fin; la oposición acusa a Mariano Rajoy de estar usando la mencionada hucha como arma arrojadiza al Registrador porque este señor, con buen criterio, creo, echa mano de ella para pagar las pensiones a nosotros los jubilados con lo que cumple con su deber, pues para eso, precisamente eso, fue acordada su función: no dejar más tiesos de lo que estamos a ese gran ejército que conformamos los sentados en bancos de parques; no es mi caso, seamos sinceros.
Cuando Albert, Pablo y Pedro le echan en cara esto al “gallego” no sé en realidad lo que ellos hubiesen hecho en caso de haber gobernado o si llegaran a gobernar, uf que terror si fuésemos mermados de aquello que en parte aportábamos cuando currábamos o que aportan los pocos que en la actualidad lo hacen.
Los abuelos, en su mayoría jubilados, somos una ONG silenciosa que presta más servicios que Caritas, que ya es decir, y que todas las Consejerías de Asuntos Sociales de la Comunidades Autónomas, porque colaboramos a que miles de familias, las nuestras en su mayoría, no pasen vicisitudes de diversa índole y, como en épocas casi prehistóricas, damos el aguinaldo a nuestros nietos y nietas para que vivan unos días de inmensa felicidad.
Si algún día hay que romper la famosa hucha, pues se hace añicos antes de que no podamos comprar el “dianben” para la diabetes.
Buena parte, pero que muy buena, estamos de acuerdo en que nuestras autoridades introduzcan el cuchillo en la ranura de la hucha y salga una buena rociada de euros; y cuando ya no existan dichos euros tendrán que habilitar partidas presupuestarias para que podamos seguir tirando; claro es que existe otra posibilidad, por ejemplo que nos gaseen; pero no creo que se llegue a este holocausto.
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