Subía despacio, sin hacer ruido, para no molestar a la fauna. De vez en cuando, una fresca brisa mecía los árboles y cuando me tocaba el turno, me refrescaba la cara y me hacía suspirar. Era como cuando un ser querido y deseado te viene a visitar.
Era como si me cogiera la cabeza por los pelos y me la sacara del agua y de repente, pudiera respirar ¡ay! Subía inmerso en lo que sucedía en el bosque, poniendo atención en lo que éste sugería a mis sentidos. Subíamos por la cuesta que haciendo zigzag lleva al pico del Águila desde el pantano de Arguís (Huesca).
Después bajaríamos hacia el antiguo Mesón “Nuebo” cerca del túnel de la Manzaneda. Más tarde bajaríamos al bello pueblo de Arguís para ver sus chimeneas espantabrujas, su Iglesia, sus ermitas, sus senderos flanqueados por muros de piedra seca, sus vistas, etc. Para, posteriormente, ir al hotel a orillas del pantano donde dejamos los coches.
De vez en cuando, cuando el bosque se abría, me paraba con la excusa de tomar un trago de agua y aprovechaba para echar un ojo al valle y a los picos que lo circundan. El paisaje allí es tan grandioso, es tanta la fuerza que emana de él, que me hacían sentir minúsculo a su lado.
Y pensaba:”¡Qué suerte tan grande es poder disfrutar de algo tan hermoso y, además, tenerlo tan cerca. ¡Somos unos privilegiados de tener en nuestra región uno de los paisajes montañosos más bonitos de España!” Y esto no solo lo digo yo, se lo he oído decir a mucha gente de otras regiones cuando me los encuentro por allá arriba. Por favor, ¡cuidémoslo!
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