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Reseña elaborada por el escritor colombiano Wilson Rogelio Enciso sobre la última novela de José Luis Ortiz Güell

Puente en la niebla

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Portada Puente en la niebla

‘Puente en la niebla’ es la segunda novela del escritor español José Luis Ortiz Güell. En esta ocasión el toque editorial le correspondió a Ediciones Kuelap SAC, dirigida por Elías Mondragón Herrera. El prólogo (una pieza magistral) lo escribió María Beatriz Muñoz Ruiz (foto de la portada), directora de la Revista Digital Cultural One Stop.


Esta obra zarandea, hiela y desequilibra al lector desde el alusivo título hasta la última frase del travieso epílogo: …la amabilidad controlada se convirtió en ojos como platillos. Título y proposición esta que solo tendrán sentido y alcance para el lector juicioso que logre anudar, decantar y desnudar la entreverada esencia de cada uno de los personajes que hacen parte de la colcha humana y universal tejida por el autor. Cobertor de letras que, tal vez, este zurció para intentar guarecerse él mismo de ese frío sentimental y de hastío social que se percibe, casi visible, ¡que cala huesos!, al ir pasando página tras página.


Me parece que es como si el autor nos trasladara sus vivencias y ensueños, tales cuales. Algo de esto deja entrever en el preámbulo: Escribo esta novela para hablar del significado de la bondad y del amor, hablar de la realidad… Amén de, para quienes algo conocemos de José Luis, ser esta una develación esquiva de algunos de sus proyectos, en trémulo proceso unos, otros que jamás inició, unos más que se quedaron, o quedarán, en el cedazo de la frustración, y hasta ensoñaciones afectivas que jamás satisfizo, o que tal vez solo en su mente sucedieron, o que hizo a medias, cualquiera haya sido la razón.


Sea lo que sea, eso sí, me parece, reitero, de pronto me equivoco, con esta novela creo que el autor buscó quitarse de encima todo aquello que le pesaba y andar lento le hacía. Aligerarse de ese lastre social contemporáneo, junto con otro más recóndito, este de carácter romántico-afectivo, que amodorran las ansias de seguir el trillado camino de la vida. Intuyo que Ortiz escribió esta novela para instar liberarse él, acomodándonos tales cargas sobre nuestros lomos y observar después qué cara ponemos o cómo le hacemos para sobrellevar recuerdos e ilusiones similares a los allí destilados que, con toda seguridad, si son los del autor, no solo son los suyos libreteados y adaptados para sus personajes. En su narrativa deja entrever, aún más cuando uno lo escucha, que casi todos los seres humanos algo (o mucho) de todo ese nudo de embrollos y afectaciones allí plasmados en letras de nostalgia social guardamos en nuestras molleras, sin tal vez dejar ver mucho, menos compartir. Lo que implica, y todos lo sabemos, sufrir dos y más veces cada que recordamos tales penalidades o momentos de gozo privado, prohibido, pero, sobre todo, escondido… ¡o jamás cumplidos!


Cuando iba por la mitad de la obra comencé a pensar que ‘Puente en la niebla’ era como una fotografía literaria del hombre promedio de finales del siglo XX y primeras décadas del XXI. Al final la duda se disipó. ¡Tal cual!


Esencia y comparación estas las asimilará el lector, cuando y donde quiera que se tope, bien sea en Nueva York, Madrid, Washington, principales escenarios de la novela, o donde este quiera ubicar o acomodar la trama y a los personajes, que son universales. Porque gracias al pincel de la ficción Ortiz logra que ‘Puente en la niebla’ también sea atemporal. Esto, puesto que la historia se ubica en el pasado reciente, en el convulso presente, así como en el aberrantemente tecnológico futuro mediato. Época cercana para cuando la invasiva tecnología, lo predice, se incrusta y lleva en la piel como un aditamento ‘normal e imprescindible’. Tiempos y espacios por los cuales el lector, inexorable, es transportado sin siquiera poder, o tal vez sin quererse resistir, expectante, a la espera de lo que va a pasar en la siguiente página con los personajes… o consigo mismo. Esto, porque la novela también tiene la terrible virtud de convertir al lector en unos de sus protagonistas, cuando no en dos o tres. Sin que este lo pueda… o quiera evitar.


Esta es una novela universal porque, además, seres como David, Marta (la madre), Mónica, Phil, Nicole, María y su pequeño enfermo de cáncer, Estrella, la veinteañera y esplendente Sharon, Adriana (la hija), Norma, Paul… y todos, tienen, viven, gozan y sufren historias tan comunes y corrientes, así como dramáticas, como cualquiera de los humanos de ayer, de hoy, de mañana. Y este es otro de los encantos de la obra; porque difícilmente el lector, sea quien sea, esté donde esté, en la época que sea, algo de alguno, o de varios de los personajes va a tener, se va a identificar, le va a llegar.


El lector se sentirá protagonista porque, es muy probable, que en algún momento de su vida le haya pasado, o le pueda pasar, o esté viviendo aquello que a los personajes de la novela les ocurre. Independiente de si alguna vez fue funcionario de la ONU, de Greenpeace o de cualquiera otra organización mundial, nacional o local, o de una tienda o un hospital en Madrid, de un famoso bar en Queens, o de un restaurante exclusivo en la Gran Manzana. Si condujo un vehículo de alta, baja, media gama, o clásico, si escuchó música de tal o cual grupo. Si tuvo una cita clandestina en un motel con un amor de ayer que jamás olvidó y que la vida para siempre le marcó. Si vio morir de cáncer a un sobrino, o a alguien cercano, o de cualquiera otra enfermedad catastrófica, o de vejez; dramático y de indecible dolor cuando se trata de la agonía de una madre. Si se imaginó o soñó enfrentar con su hija o alguien de sus entretelas un voraz incendio del cual saldrían con lesiones graves, si es que logran salir. Si tuvo amores platónicos o ilusiones que solo en sueños vaporosos hizo o intentó hacer realidad. Pero, sobre todo, inexorable, el lector será involucrado en la escena literaria cuando reflexione que algún día llegará a la senectud, si es que ya no está en esa dura cuesta de la vida, cuando los recuerdos y las heridas del alma pesan y duelen a veces más que las calamitosas e incapacitantes afectaciones físicas.


Situaciones y escenas cotidianas de finales del XX y comienzos del XXI en las cuales el autor tiene la magia (o tal vez la intención) de involucrar al lector en el enredo. De hacerlo sentir como si ‘Puente en la niebla’ fuese o contase su trasfigurada historia por haberse sumergido entre las torrentosas y profundas aguas del subconsciente social contemporáneo, vertido en el delta del confeso preámbulo, los 18 capítulos de revelación, hasta llegar al sentencioso epílogo de esta ingeniosa novela.


Autor de este artículo:

Wilson Rogelio Enciso

Escritor colombiano (Chaguaní, 4/15 de julio de 1958), profesional en Ciencias Políticas y Administrativas (Administrador público), especializado en Administración de la Planeación Urbana y Regional y diplomado en: Docencia Universitaria, Educación Virtual, Educación a Distancia y Planeación Estratégica. Laboró con el Estado colombiano entre 1978 y 2015 y fue docente universitario de 1986 a 2012. Es autor de una saga de dieciséis novelas, dos en proceso y cuatro en perspectiva, dos compilaciones de narraciones románticas y más de sesenta relatos.

Obras publicadas: La iluminada muerte de Marco Aurelio Mancipe, 2016, novela. Con derrotero incierto, 2017, novela. Enfermos del alma, 2018, novela. El frío del olvido, 2019, novela. Amé en silencio, y en silencio muero, 2017, compilación de narraciones románticas. Matarratón, 2021, novela.


Es autor de cuentos y relatos que sube de manera periódica a redes y que publica en Revista Latina NC, en Escondite Literario Tropical y en su página wrenciso.com. Fundó y gestiona desde 2016 la iniciativa literaria: Una novela para cada escuela. Busca incentivar la lectura desde el aula de clase en lugares remotos y de difícil acceso a la literatura, tanto en su país como en otras partes del mundo.

Puente en la niebla

Reseña elaborada por el escritor colombiano Wilson Rogelio Enciso sobre la última novela de José Luis Ortiz Güell
Redacción
lunes, 6 de junio de 2022, 11:55 h (CET)

Portada Puente en la niebla

‘Puente en la niebla’ es la segunda novela del escritor español José Luis Ortiz Güell. En esta ocasión el toque editorial le correspondió a Ediciones Kuelap SAC, dirigida por Elías Mondragón Herrera. El prólogo (una pieza magistral) lo escribió María Beatriz Muñoz Ruiz (foto de la portada), directora de la Revista Digital Cultural One Stop.


Esta obra zarandea, hiela y desequilibra al lector desde el alusivo título hasta la última frase del travieso epílogo: …la amabilidad controlada se convirtió en ojos como platillos. Título y proposición esta que solo tendrán sentido y alcance para el lector juicioso que logre anudar, decantar y desnudar la entreverada esencia de cada uno de los personajes que hacen parte de la colcha humana y universal tejida por el autor. Cobertor de letras que, tal vez, este zurció para intentar guarecerse él mismo de ese frío sentimental y de hastío social que se percibe, casi visible, ¡que cala huesos!, al ir pasando página tras página.


Me parece que es como si el autor nos trasladara sus vivencias y ensueños, tales cuales. Algo de esto deja entrever en el preámbulo: Escribo esta novela para hablar del significado de la bondad y del amor, hablar de la realidad… Amén de, para quienes algo conocemos de José Luis, ser esta una develación esquiva de algunos de sus proyectos, en trémulo proceso unos, otros que jamás inició, unos más que se quedaron, o quedarán, en el cedazo de la frustración, y hasta ensoñaciones afectivas que jamás satisfizo, o que tal vez solo en su mente sucedieron, o que hizo a medias, cualquiera haya sido la razón.


Sea lo que sea, eso sí, me parece, reitero, de pronto me equivoco, con esta novela creo que el autor buscó quitarse de encima todo aquello que le pesaba y andar lento le hacía. Aligerarse de ese lastre social contemporáneo, junto con otro más recóndito, este de carácter romántico-afectivo, que amodorran las ansias de seguir el trillado camino de la vida. Intuyo que Ortiz escribió esta novela para instar liberarse él, acomodándonos tales cargas sobre nuestros lomos y observar después qué cara ponemos o cómo le hacemos para sobrellevar recuerdos e ilusiones similares a los allí destilados que, con toda seguridad, si son los del autor, no solo son los suyos libreteados y adaptados para sus personajes. En su narrativa deja entrever, aún más cuando uno lo escucha, que casi todos los seres humanos algo (o mucho) de todo ese nudo de embrollos y afectaciones allí plasmados en letras de nostalgia social guardamos en nuestras molleras, sin tal vez dejar ver mucho, menos compartir. Lo que implica, y todos lo sabemos, sufrir dos y más veces cada que recordamos tales penalidades o momentos de gozo privado, prohibido, pero, sobre todo, escondido… ¡o jamás cumplidos!


Cuando iba por la mitad de la obra comencé a pensar que ‘Puente en la niebla’ era como una fotografía literaria del hombre promedio de finales del siglo XX y primeras décadas del XXI. Al final la duda se disipó. ¡Tal cual!


Esencia y comparación estas las asimilará el lector, cuando y donde quiera que se tope, bien sea en Nueva York, Madrid, Washington, principales escenarios de la novela, o donde este quiera ubicar o acomodar la trama y a los personajes, que son universales. Porque gracias al pincel de la ficción Ortiz logra que ‘Puente en la niebla’ también sea atemporal. Esto, puesto que la historia se ubica en el pasado reciente, en el convulso presente, así como en el aberrantemente tecnológico futuro mediato. Época cercana para cuando la invasiva tecnología, lo predice, se incrusta y lleva en la piel como un aditamento ‘normal e imprescindible’. Tiempos y espacios por los cuales el lector, inexorable, es transportado sin siquiera poder, o tal vez sin quererse resistir, expectante, a la espera de lo que va a pasar en la siguiente página con los personajes… o consigo mismo. Esto, porque la novela también tiene la terrible virtud de convertir al lector en unos de sus protagonistas, cuando no en dos o tres. Sin que este lo pueda… o quiera evitar.


Esta es una novela universal porque, además, seres como David, Marta (la madre), Mónica, Phil, Nicole, María y su pequeño enfermo de cáncer, Estrella, la veinteañera y esplendente Sharon, Adriana (la hija), Norma, Paul… y todos, tienen, viven, gozan y sufren historias tan comunes y corrientes, así como dramáticas, como cualquiera de los humanos de ayer, de hoy, de mañana. Y este es otro de los encantos de la obra; porque difícilmente el lector, sea quien sea, esté donde esté, en la época que sea, algo de alguno, o de varios de los personajes va a tener, se va a identificar, le va a llegar.


El lector se sentirá protagonista porque, es muy probable, que en algún momento de su vida le haya pasado, o le pueda pasar, o esté viviendo aquello que a los personajes de la novela les ocurre. Independiente de si alguna vez fue funcionario de la ONU, de Greenpeace o de cualquiera otra organización mundial, nacional o local, o de una tienda o un hospital en Madrid, de un famoso bar en Queens, o de un restaurante exclusivo en la Gran Manzana. Si condujo un vehículo de alta, baja, media gama, o clásico, si escuchó música de tal o cual grupo. Si tuvo una cita clandestina en un motel con un amor de ayer que jamás olvidó y que la vida para siempre le marcó. Si vio morir de cáncer a un sobrino, o a alguien cercano, o de cualquiera otra enfermedad catastrófica, o de vejez; dramático y de indecible dolor cuando se trata de la agonía de una madre. Si se imaginó o soñó enfrentar con su hija o alguien de sus entretelas un voraz incendio del cual saldrían con lesiones graves, si es que logran salir. Si tuvo amores platónicos o ilusiones que solo en sueños vaporosos hizo o intentó hacer realidad. Pero, sobre todo, inexorable, el lector será involucrado en la escena literaria cuando reflexione que algún día llegará a la senectud, si es que ya no está en esa dura cuesta de la vida, cuando los recuerdos y las heridas del alma pesan y duelen a veces más que las calamitosas e incapacitantes afectaciones físicas.


Situaciones y escenas cotidianas de finales del XX y comienzos del XXI en las cuales el autor tiene la magia (o tal vez la intención) de involucrar al lector en el enredo. De hacerlo sentir como si ‘Puente en la niebla’ fuese o contase su trasfigurada historia por haberse sumergido entre las torrentosas y profundas aguas del subconsciente social contemporáneo, vertido en el delta del confeso preámbulo, los 18 capítulos de revelación, hasta llegar al sentencioso epílogo de esta ingeniosa novela.


Autor de este artículo:

Wilson Rogelio Enciso

Escritor colombiano (Chaguaní, 4/15 de julio de 1958), profesional en Ciencias Políticas y Administrativas (Administrador público), especializado en Administración de la Planeación Urbana y Regional y diplomado en: Docencia Universitaria, Educación Virtual, Educación a Distancia y Planeación Estratégica. Laboró con el Estado colombiano entre 1978 y 2015 y fue docente universitario de 1986 a 2012. Es autor de una saga de dieciséis novelas, dos en proceso y cuatro en perspectiva, dos compilaciones de narraciones románticas y más de sesenta relatos.

Obras publicadas: La iluminada muerte de Marco Aurelio Mancipe, 2016, novela. Con derrotero incierto, 2017, novela. Enfermos del alma, 2018, novela. El frío del olvido, 2019, novela. Amé en silencio, y en silencio muero, 2017, compilación de narraciones románticas. Matarratón, 2021, novela.


Es autor de cuentos y relatos que sube de manera periódica a redes y que publica en Revista Latina NC, en Escondite Literario Tropical y en su página wrenciso.com. Fundó y gestiona desde 2016 la iniciativa literaria: Una novela para cada escuela. Busca incentivar la lectura desde el aula de clase en lugares remotos y de difícil acceso a la literatura, tanto en su país como en otras partes del mundo.

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