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Etiquetas | Cartas a un ex guerrillero
Sor Clara Tricio

Vana palabrería

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Querido Efraín: Hemos de desear siempre la vida dichosa y eterna que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con el objeto de mantener vivo este deseo debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que nos distraen de él, y predicarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo.

Por eso, cuando dice el Apóstol: “Vuestras peticiones sean presentadas a Dios”, no hay que entender estas palabras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras necesidades, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración, sin mostrarlas ante los hombres para gloriarnos en vano de nuestras plegarias, pues de todo hay quien presume.

Si esto es así, aunque en el cumplimiento de nuestros deberes, hemos de orar siempre con el deseo; no puede considerarse inútil y vituperable el entregarse largamente a la oración, siempre y cuando no nos lo impidan otras obligaciones buenas y necesarias. Ni hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa son las muchas palabras y otra cosa el efecto perseverante y continuado. Pues del mismo Señor Jesucristo está escrito que pasaba “toda la noche en oración” y que oró largamente, con lo cual, ¿qué hizo sino darnos ejemplo, al orar en el tiempo, aquel mismo que, con el Padre, oye nuestra oración en la eternidad?

Se cuenta que los monjes en Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta y no se fatigue ni se embote con la prolijidad de las palabras. Con esto nos enseñan claramente que así como no hay que forzar la atención cuando no logra mantenerse despierta, así tampoco hay que interrumpirla cuando se puede continuar orando.

Lejos, pues, de nosotros la oración con vana palabrería; pero, que no falte la oración prolongada mientras persevere ferviente la atención: Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabras superfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha. Con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos, con profundos sentimientos, que con palabras y expresiones verbales. Porque el Señor recoge nuestras lágrimas y a él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA

Vana palabrería

Sor Clara Tricio
Sor Clara Tricio
lunes, 6 de octubre de 2008, 10:55 h (CET)
Querido Efraín: Hemos de desear siempre la vida dichosa y eterna que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con el objeto de mantener vivo este deseo debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que nos distraen de él, y predicarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo.

Por eso, cuando dice el Apóstol: “Vuestras peticiones sean presentadas a Dios”, no hay que entender estas palabras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras necesidades, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración, sin mostrarlas ante los hombres para gloriarnos en vano de nuestras plegarias, pues de todo hay quien presume.

Si esto es así, aunque en el cumplimiento de nuestros deberes, hemos de orar siempre con el deseo; no puede considerarse inútil y vituperable el entregarse largamente a la oración, siempre y cuando no nos lo impidan otras obligaciones buenas y necesarias. Ni hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa son las muchas palabras y otra cosa el efecto perseverante y continuado. Pues del mismo Señor Jesucristo está escrito que pasaba “toda la noche en oración” y que oró largamente, con lo cual, ¿qué hizo sino darnos ejemplo, al orar en el tiempo, aquel mismo que, con el Padre, oye nuestra oración en la eternidad?

Se cuenta que los monjes en Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta y no se fatigue ni se embote con la prolijidad de las palabras. Con esto nos enseñan claramente que así como no hay que forzar la atención cuando no logra mantenerse despierta, así tampoco hay que interrumpirla cuando se puede continuar orando.

Lejos, pues, de nosotros la oración con vana palabrería; pero, que no falte la oración prolongada mientras persevere ferviente la atención: Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabras superfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha. Con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos, con profundos sentimientos, que con palabras y expresiones verbales. Porque el Señor recoge nuestras lágrimas y a él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas.

Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA

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