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La realidad nos expone a una sanidad pública cuestionada durante años

He caído

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En la trampa del cinismo político. En poner el foco allá donde quieren que alumbremos y no donde debemos iluminar. La desesperación por una cita médica que parecía no llegar nunca vía sanidad pública, me empujó hacia la acera de enfrente. Vallada, exclusiva y aparentemente mejorada, te invitaba a eliminar cualquier tipo de traba burocrática a golpe de talonario. Bienvenida sanidad privada. Fácil, legítimo, pero, en el fondo, también peligroso.


Como pagar un parking para esquivar la pérdida de tiempo que supone buscar un aparcamiento, pensarán algunos. Incluso como una interesante aportación social para dejar hueco a aquellos menos afortunados que no les llega, económicamente hablando. Cierto, respetable, pero incomparable.


La realidad nos expone a una sanidad pública cuestionada durante años. Llamadas a la nada por teléfonos que no se descuelgan y listas de espera tan largas como el tiempo entre la solicitud y la celebración de citas médicas, aún teniendo una atención cada vez más telemática. Un cuello de botella que no solo afecta a las enfermedades más graves, sino a detalles menores que, por falta de atención y prevención, terminan desembocando en el grupo de las primeras. Además de en el mar de las alternativas privadas a causa del cansancio personal, claro.


Defectos - que los hay como en todas partes - y virtudes - que por fortuna suelen abundar - del sistema sanitario público al margen, este asunto esconde un importante componente sociopolítico. A su vez, se trata de un ejemplo más de la realidad actual que puede trasladarse a otras tantas cuestiones.


La salud encabeza la prioridad de la sociedad - que no de la política social - a causa de la pandemia. Los seguros privados de salud han alcanzado un récord histórico de casi 10.000 millones de facturación tras el covid. Casi el 20% de los españoles cuenta con uno. El porqué apunta a la sobresaturación. Bien por el desahogo a lo público y la agilidad de gestiones sencillas. Pero ese alivio corre el riesgo de convertirse en el mejor de los argumentos para no solventar el problema real. Lejos de una interpretación y gestión de apoyo a la sanidad pública, es utilizado para engordar el mensaje contrario. Ese que provoca continuar atascados en un túnel cuya oscuridad conduce a la vorágine de la privatización quasi-total. Porque cuanto más transvase exista de lo público a lo privado, menos saturado estará el primero: coartada perfecta para minimizar sus recursos todavía más. Tiempo al tiempo.


Las plantas cerradas contrastaban con la derivación de pacientes de hospitales públicos a privados, para lo que Madrid gastó 35 millones de euros en tiempos de pandemia. A pesar de su envoltorio, no es un regalo gubernamental. Lo pagamos todos con nuestros impuestos. Se trata de una cuestión de fondo. La administración pública se apoya en la privada para darte servicio que debería cubrir lo público. Dieciséis camas UCI yacían inútiles en el Hospital Infanta Sofía de Madrid mientras se inauguraba el Zendal por 170 millones de euros, tres veces más de lo previsto. Sin quirófanos, pero con ilusión. Lo de “por y para” los ciudadanos es digno de reflexionar.


Forzados por la presión hospitalaria del momento, los expertos sanitarios coleccionaban contratos por días e incluso por horas a la par que aumentaba su responsabilidad. Ahora, ya en el olvido, muchos de ellos, demasiados, son despedidos. Seis mil en Madrid. Como si en prepandemia fuéramos sobrados.


Es aquí cuando debemos preguntarnos dónde reside la responsabilidad. Sanidad o política. El simple hecho de dudar certifica que la política ha logrado su objetivo: cambiar el foco. La distorsión de la realidad sumida al foco de la culpabilidad. Porque cualquier tipo de necesidad básica no garantizada, como casi toda cuestión en esta vida, conlleva un culpable. Algo o alguien a lo que rendir cuentas. Hacerlo supone atentar contra uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo y sus profesionales.


Y será entonces, al acudir (o no) por algo grave al público y carezcan de medios, cuando salten nuestras alarmas. Aún con todo, muchos seguirán poniendo el foco, erróneamente, en las limitadas destrezas sanitarias públicas, y habrán caído en la trampa del negocio de la salud. El poder del foco.

He caído

La realidad nos expone a una sanidad pública cuestionada durante años
Alberto Fandos
martes, 19 de abril de 2022, 09:29 h (CET)

En la trampa del cinismo político. En poner el foco allá donde quieren que alumbremos y no donde debemos iluminar. La desesperación por una cita médica que parecía no llegar nunca vía sanidad pública, me empujó hacia la acera de enfrente. Vallada, exclusiva y aparentemente mejorada, te invitaba a eliminar cualquier tipo de traba burocrática a golpe de talonario. Bienvenida sanidad privada. Fácil, legítimo, pero, en el fondo, también peligroso.


Como pagar un parking para esquivar la pérdida de tiempo que supone buscar un aparcamiento, pensarán algunos. Incluso como una interesante aportación social para dejar hueco a aquellos menos afortunados que no les llega, económicamente hablando. Cierto, respetable, pero incomparable.


La realidad nos expone a una sanidad pública cuestionada durante años. Llamadas a la nada por teléfonos que no se descuelgan y listas de espera tan largas como el tiempo entre la solicitud y la celebración de citas médicas, aún teniendo una atención cada vez más telemática. Un cuello de botella que no solo afecta a las enfermedades más graves, sino a detalles menores que, por falta de atención y prevención, terminan desembocando en el grupo de las primeras. Además de en el mar de las alternativas privadas a causa del cansancio personal, claro.


Defectos - que los hay como en todas partes - y virtudes - que por fortuna suelen abundar - del sistema sanitario público al margen, este asunto esconde un importante componente sociopolítico. A su vez, se trata de un ejemplo más de la realidad actual que puede trasladarse a otras tantas cuestiones.


La salud encabeza la prioridad de la sociedad - que no de la política social - a causa de la pandemia. Los seguros privados de salud han alcanzado un récord histórico de casi 10.000 millones de facturación tras el covid. Casi el 20% de los españoles cuenta con uno. El porqué apunta a la sobresaturación. Bien por el desahogo a lo público y la agilidad de gestiones sencillas. Pero ese alivio corre el riesgo de convertirse en el mejor de los argumentos para no solventar el problema real. Lejos de una interpretación y gestión de apoyo a la sanidad pública, es utilizado para engordar el mensaje contrario. Ese que provoca continuar atascados en un túnel cuya oscuridad conduce a la vorágine de la privatización quasi-total. Porque cuanto más transvase exista de lo público a lo privado, menos saturado estará el primero: coartada perfecta para minimizar sus recursos todavía más. Tiempo al tiempo.


Las plantas cerradas contrastaban con la derivación de pacientes de hospitales públicos a privados, para lo que Madrid gastó 35 millones de euros en tiempos de pandemia. A pesar de su envoltorio, no es un regalo gubernamental. Lo pagamos todos con nuestros impuestos. Se trata de una cuestión de fondo. La administración pública se apoya en la privada para darte servicio que debería cubrir lo público. Dieciséis camas UCI yacían inútiles en el Hospital Infanta Sofía de Madrid mientras se inauguraba el Zendal por 170 millones de euros, tres veces más de lo previsto. Sin quirófanos, pero con ilusión. Lo de “por y para” los ciudadanos es digno de reflexionar.


Forzados por la presión hospitalaria del momento, los expertos sanitarios coleccionaban contratos por días e incluso por horas a la par que aumentaba su responsabilidad. Ahora, ya en el olvido, muchos de ellos, demasiados, son despedidos. Seis mil en Madrid. Como si en prepandemia fuéramos sobrados.


Es aquí cuando debemos preguntarnos dónde reside la responsabilidad. Sanidad o política. El simple hecho de dudar certifica que la política ha logrado su objetivo: cambiar el foco. La distorsión de la realidad sumida al foco de la culpabilidad. Porque cualquier tipo de necesidad básica no garantizada, como casi toda cuestión en esta vida, conlleva un culpable. Algo o alguien a lo que rendir cuentas. Hacerlo supone atentar contra uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo y sus profesionales.


Y será entonces, al acudir (o no) por algo grave al público y carezcan de medios, cuando salten nuestras alarmas. Aún con todo, muchos seguirán poniendo el foco, erróneamente, en las limitadas destrezas sanitarias públicas, y habrán caído en la trampa del negocio de la salud. El poder del foco.

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