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Incapaces de controlar nuestras vidas

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Paul Kennedy es uno de los intelectuales más influyentes de nuestro tiempo y cuando hace 20 años publicó su apasionante libro, “Hacia el siglo XXI” le acusaban de catastrofista y hasta de maltusiano. Abordaba una de las cuestiones más candentes de entonces, las fuerzas transnacionales con que tendrían que enfrentarse los Estados durante las próximas décadas: duplicación de la población mundial; incesante degradación del medioambiente y su impacto en el crecimiento económico; globalización del comercio; desequilibrios estructurales y las distintas velocidades del desarrollo o los avances de la tecnología que podrían agravar o paliar los problemas ecológicos y demográficos.

Cuando ya hemos superado los 7.300 millones de habitantes en el planeta, sus previsiones adquieren gran relevancia. Al tratar de la explosión demográfica, no vacilaba en afirmar que la mayor responsabilidad la tenía el Norte, no el Sur. El 20% del planeta, el Norte sociológico, ya estaba consumiendo el 80% de los productos. Subrayaba que China no tardaría en superar a Estados Unidos como el contaminante número uno, e India estaba a punto de superar a Rusia como el número dos. Sugería que era preciso transferir tecnología para ayudar a los países del Sur a resolver sus problemas ambientales.

No dejaba de señalar que la educación de las mujeres era el medio principal para que se produjera una maternidad querida y responsable. El dato no ha dejado de acentuarse al comprobar que, en los países en donde las mujeres tienen el mismo acceso a la educación y a los puestos de trabajo y de responsabilidad que los hombres, no se producía esa explosión demográfica.

Ya en 1990, Estados Unidos, con solo con el 5% de la población del mundo, consumía el 26% del producto mundial siendo responsable de la mayor parte del consumo de energía y de las emisiones de gases tóxicos. Pero por más que se alertase del peligro existe una reacción ciudadana contra toda regulación gubernamental.

En su artículo “¿Hemos entrado en una nueva era?”, se preguntaba si la disminución del peso del dólar, la irrealidad de los sueños europeos, las guerras en Medio y Próximo Oriente en beneficio de los grandes fabricantes de armas, así como de los que mueven el mundo de los carburantes en su beneficio, la carrera armamentística en Asia y la parálisis de la ONU son indicadores de un cambio que anuncian que hemos cruzado una línea divisoria histórica que podría señalar un cambio de Era.

Hacemos esta dolorosa reflexión cuando la opinión pública mundial está conmocionada por el escándalo de las grandes compañías controladas por los alemanes: Volkswagen, Audi, SEAT, Sköda, de ese crimen social de contaminación por cerca de doce millones de vehículos con un designio de contaminar brutalmente en los espacios no controlados mientras reducían las emisiones en el resto. Con premeditación, alevosía, engaño y desprecio de la ley aún a costa de la salud de millones de ciudadanos en otros países. ¿Dónde ha quedado el mito de la calidad, seriedad y excelencia en la industria alemana? ¿Así pretenden convertirse en los adalides de Europa? Avergüenzan las políticas del Deustche Bank, de Siemens y de tantos otros instrumentos de presión aún a costa de la supervivencia de millones de seres en la misma Unión Europea.

Nadie que viviera en 1480 podría reconocer el mundo desde 1530, 50 años después; un mundo de naciones-estado, la ruptura de la cristiandad, la expansión europea hacia Asia y América, la revolución de Gutenberg en las comunicaciones. Tal vez fue la mayor línea divisoria histórica de todos los tiempos, al menos en Occidente, explica.

Muchos expertos en tecnología se entusiasman con la revolución en las telecomunicaciones y sus consecuencias para las autoridades tradicionales y los nuevos movimientos de liberación. De ello hay pruebas con la “primavera árabe” y en movimientos populares con propuestas radicales y asamblearias que pueden conducir a una desesperación explosiva o a movimientos mesiánicos que destruirían los logros sociales de libertad, justicia, participación y sobriedad compartida.

Esos indicadores quizás nos anuncian que entramos en un mundo convulso incapaz de controlar su destino. ¿Alguien sabe que 500 años de historia, que representan el mundo de 1500, están a punto de terminarse?

Europa nunca ha sido un “continente”, a pesar del eurocentrismo que ejerció durante unos siglos, y que desde hace milenios, en China y en Japón, nos situaban en el “extremo oeste de Asia, en donde viven personas rudas que visten pieles, habitan grutas, hablan a gritos y comen con las manos”, según documentos japoneses del s. XVI. En el Far West.

Sólo habría que añadir que somos incapaces de controlar nuestra explosión demográfica mientras destruimos el medio en el que vivimos, nos movemos y somos.

Incapaces de controlar nuestras vidas

José Carlos García Fajardo
miércoles, 7 de octubre de 2015, 05:26 h (CET)
Paul Kennedy es uno de los intelectuales más influyentes de nuestro tiempo y cuando hace 20 años publicó su apasionante libro, “Hacia el siglo XXI” le acusaban de catastrofista y hasta de maltusiano. Abordaba una de las cuestiones más candentes de entonces, las fuerzas transnacionales con que tendrían que enfrentarse los Estados durante las próximas décadas: duplicación de la población mundial; incesante degradación del medioambiente y su impacto en el crecimiento económico; globalización del comercio; desequilibrios estructurales y las distintas velocidades del desarrollo o los avances de la tecnología que podrían agravar o paliar los problemas ecológicos y demográficos.

Cuando ya hemos superado los 7.300 millones de habitantes en el planeta, sus previsiones adquieren gran relevancia. Al tratar de la explosión demográfica, no vacilaba en afirmar que la mayor responsabilidad la tenía el Norte, no el Sur. El 20% del planeta, el Norte sociológico, ya estaba consumiendo el 80% de los productos. Subrayaba que China no tardaría en superar a Estados Unidos como el contaminante número uno, e India estaba a punto de superar a Rusia como el número dos. Sugería que era preciso transferir tecnología para ayudar a los países del Sur a resolver sus problemas ambientales.

No dejaba de señalar que la educación de las mujeres era el medio principal para que se produjera una maternidad querida y responsable. El dato no ha dejado de acentuarse al comprobar que, en los países en donde las mujeres tienen el mismo acceso a la educación y a los puestos de trabajo y de responsabilidad que los hombres, no se producía esa explosión demográfica.

Ya en 1990, Estados Unidos, con solo con el 5% de la población del mundo, consumía el 26% del producto mundial siendo responsable de la mayor parte del consumo de energía y de las emisiones de gases tóxicos. Pero por más que se alertase del peligro existe una reacción ciudadana contra toda regulación gubernamental.

En su artículo “¿Hemos entrado en una nueva era?”, se preguntaba si la disminución del peso del dólar, la irrealidad de los sueños europeos, las guerras en Medio y Próximo Oriente en beneficio de los grandes fabricantes de armas, así como de los que mueven el mundo de los carburantes en su beneficio, la carrera armamentística en Asia y la parálisis de la ONU son indicadores de un cambio que anuncian que hemos cruzado una línea divisoria histórica que podría señalar un cambio de Era.

Hacemos esta dolorosa reflexión cuando la opinión pública mundial está conmocionada por el escándalo de las grandes compañías controladas por los alemanes: Volkswagen, Audi, SEAT, Sköda, de ese crimen social de contaminación por cerca de doce millones de vehículos con un designio de contaminar brutalmente en los espacios no controlados mientras reducían las emisiones en el resto. Con premeditación, alevosía, engaño y desprecio de la ley aún a costa de la salud de millones de ciudadanos en otros países. ¿Dónde ha quedado el mito de la calidad, seriedad y excelencia en la industria alemana? ¿Así pretenden convertirse en los adalides de Europa? Avergüenzan las políticas del Deustche Bank, de Siemens y de tantos otros instrumentos de presión aún a costa de la supervivencia de millones de seres en la misma Unión Europea.

Nadie que viviera en 1480 podría reconocer el mundo desde 1530, 50 años después; un mundo de naciones-estado, la ruptura de la cristiandad, la expansión europea hacia Asia y América, la revolución de Gutenberg en las comunicaciones. Tal vez fue la mayor línea divisoria histórica de todos los tiempos, al menos en Occidente, explica.

Muchos expertos en tecnología se entusiasman con la revolución en las telecomunicaciones y sus consecuencias para las autoridades tradicionales y los nuevos movimientos de liberación. De ello hay pruebas con la “primavera árabe” y en movimientos populares con propuestas radicales y asamblearias que pueden conducir a una desesperación explosiva o a movimientos mesiánicos que destruirían los logros sociales de libertad, justicia, participación y sobriedad compartida.

Esos indicadores quizás nos anuncian que entramos en un mundo convulso incapaz de controlar su destino. ¿Alguien sabe que 500 años de historia, que representan el mundo de 1500, están a punto de terminarse?

Europa nunca ha sido un “continente”, a pesar del eurocentrismo que ejerció durante unos siglos, y que desde hace milenios, en China y en Japón, nos situaban en el “extremo oeste de Asia, en donde viven personas rudas que visten pieles, habitan grutas, hablan a gritos y comen con las manos”, según documentos japoneses del s. XVI. En el Far West.

Sólo habría que añadir que somos incapaces de controlar nuestra explosión demográfica mientras destruimos el medio en el que vivimos, nos movemos y somos.

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