Un día tras otro, en referencia a lo que algunas voces denominan “la cuestión catalana”, escuchamos y leemos incesantemente frases como: “sociedad fracturada”, “necesidad de coser heridas”, “permanente dolor de cabeza de los gobiernos centrales”, “Madrid no escucha”, “hay que llegar al corazón de los catalanes”, “algunos pretenden hacerle la respiración asistida a los separatistas”, “existe en Cataluña el deseo de desconectarse de España”, “la izquierda es la muleta de Artur Mas” etc. En definitiva, un cuadro que sugiere un parte médico digno de una sala de urgencias con fracturas, heridas, cefaleas y pacientes achacosos por doquier. Sin duda, somos dignísimos acreedores del calificativo de “el enfermo de Europa” versión 2.0. El aniquilado Imperio Otomano ya tiene sucesor.
Ahora bien, ¿quién o quienes nos han conducido hasta esta situación? En las últimas fechas hemos escuchado a Mariano Rajoy culpar a Artur Mas “de no asumir responsabilidades y de echar la culpa a los de fuera”. Pedro Sánchez, declaró recientemente que Artur Mas “debe asumir responsabilidades”, aunque apostilla que “cada vez que gobierna la derecha crecen los independentistas”. Albet Rivera también ha deslizado en más de una ocasión que el presidente Mariano Rajoy no ha sabido seducir a muchos catalanes con un proyecto atractivo de país, mientras que los separatistas culpan al Estado “de cerrar todas las puertas del diálogo”. Conclusión: Podemos hablar de un lavarse las manos como conducta generalizada en España, una forma hipócrita de repartir culpas entre todos.
Mirando por el retrovisor, se puede trazar una analogía entre este comportamiento actual y la actitud política desvergonzada que denunciaron dos personajes como Ramiro de Maeztu y Montero Ríos, que contagiados de la atmósfera inquisitorial extendida entre la prensa finisecular tras el desastre del 98, se pronunciaron de forma reveladora ante la opinión pública. Ambos llegaban a la misma deducción.
Ramiro, desalentado proclamaba: “¿Responsabilidades? Las tiene nuestra desidia, el género chico, las corridas de toros, el garbanzo nacional, el suelo que pisamos, el agua que bebemos y puesto que a todos alcanzan (…) todos, absolutamente todos, debemos sufrir el castigo”.
Por otro lado, Montero Ríos en un conocido artículo, echaba mano de una fábula contextualizada en una aldea de su Galicia natal, que relataba el asesinato de un despreciable sujeto llamado Meco. La justicia se mostraba desesperada buscando al asesino. El juez desmoralizado, sin indicios, encerró en la cárcel a todos los vecinos varones del pueblo y comenzó a interrogarlos uno a uno. - ¿Quién mató a Meco? - Preguntaba el magistrado – Matámoslo todos- era la respuesta invariable que daban todos los habitantes. Por tanto, la Justicia se veía en la tesitura de poner a todos los habitantes en la calle o procesar a todo el pueblo.
-¿Quién mató a Meco? – Podríamos preguntarnos en la doliente España actual. Todos los partidos y todos los gobernantes que han gobernado deberían contestar como el sr. Montero Ríos exponía en la narración: “si fueran sinceros, si quisieran penetrar en su conciencia, si de buena fe desearan hacerse dignos de su país, aceptarían las merecidísimas penas: LO MATAMOS TODOS”
|