Está sobre la mesa de novedades. Leo el título: ‘Otra noche de mierda en esta puta ciudad’. Y aunque llama mi atención, ni siquiera lo hojeo. Título fuerte, rotundo, rompedor, que quizá esconda un punto de decepción. No pierdo más tiempo en él. Camino hacia otra parte. Miro las novedades: libros esperados y autores conocidos. Concluyo mi inspección y decido salir, pero antes de hacerlo vuelvo a mirar ‘Otra noche de mierda en esta puta ciudad’. Nick Flynn fue su autor, lo dice el lomo y la tapa. ¿Quién es? No me suena, no me dice nada, decididamente no le conozco. Gano la calle y me marcho.
Dos semanas después vuelvo por aquella librería. ‘Otra noche de mierda en esta puta ciudad’ ya no está sobre la mesa de novedades. Habrá caducado, como caducan ahora los libros. Se ve que no los adoban con buenos conservantes. Claro, pienso, con semejante título ¿quién lo mantendría a la vista durante mucho tiempo? Desde mi anterior visita no hay nada nuevo, sólo rutina, producto de la época, del tiempo, de la estación. Me detengo ante la estantería de autores extranjeros. Y allí me lo tropiezo de nuevo. Algo tiene ‘Otra noche de mierda en esta puta ciudad’ que sabe cómo localizarme o, más correctamente, cómo dejarse localizar incluso cuando su condición novedosa ya es pasado. La verdad es que la mayoría de los títulos de una librería no son nuevos, son el fondo de la tienda. Sólo son eterna novedad media docena de autores y una decena adicional de títulos. En fin, alargo la mano y cojo la novela. Miro la contraportada e incluso la leo. Y me entero que Nick Flynn es de Massachusets, que tiene 47 años y que es profesor universitario. No me disgusta la sinopsis, promete. Luego observo la portada: un suburbano en pleno desplazamiento. Urbano, ciudad, urbe: lo que me gusta, lo que me tienta, lo que me identifica. Vuelvo a colocar el libro en el anaquel. Cuando llego a casa me tumbo en el sofá y pienso que cualquiera le dice a algún dependiente de la librería: "Deme ‘Otra noche de mierda en esta puta ciudad’" o "Deseo ‘Otra noche de mierda en esta puta ciudad’". Va a estar jodido. Pero entonces caigo en la cuenta de que llegan los Reyes Magos. Por las fechas y con un cálculo elemental, ya casi deben de ser más de Occidente que de Oriente. Les escribo la carta y el seis de enero, de madrugada, Melchor, Gaspar y Baltasar visitan mi casa. El sofá se cubre con regalos, con paquetes, con bultos disimulados entre cojines. Y algunos bultos, sospechosamente, parecen libros. Uno de ellos es ‘Otra noche de mierda en esta puta ciudad’.
Esta novela, publicada en España en 2007, está escrita al estilo de la realidad ficcionada. Y también autobiográfica, es la moda. Un poco lo de ‘El mundo’ de Millás, pero a la americana. El protagonista es el propio Nick Flynn, un joven que no conoció a su padre y que, tras una adolescencia tortuosa escasamente feliz, semidelictiva, acaba trabajando en un hogar de acogida de indigentes, uno de cuyos clientes asiduos es su propio padre.
Flynn va jugando con el tiempo: los años y sus acontecimientos, su vida y la de su padre. Pronto descubrirá que su progenitor ha sobrevivido a fuerza de muchas cosas: pequeños trabajos legales, estafas, alguna estancia en la cárcel y borracheras, muchas borracheras de vodka con naranja preferentemente. Y además presenta la peculiaridad de que se considera el mejor escritor del mundo, de la talla de Salinger nada menos. Un escritor, por cierto, del que no se conoce ni una sola página escrita. Nick corrobora lo que cuenta con frases en cursiva, las mismas que debieron pronunciarse exactamente en cada una de las escenas narradas. Un refuerzo narrativo plenamente válido. El joven Nick, aterrorizado por el ejemplo paterno, se debatirá durante toda la obra entre el deseo de ayudar a su padre y su temor por contaminarse. Finalmente, escogerá una solución de compromiso: ni una entrega absoluta ni un desprecio, también absoluto, hacia él. Algo que podríamos definir como una cordialidad distante, carente de sentimientos.
Dejando a un lado el eficaz estilo empleado por Nick Flynn, lo que confiere un valor excepcional a la novela es el retrato de las miserias, de los subterráneos, de la podredumbre de la sociedad estadounidense. El pretexto del albergue de acogida, de su infancia desnortada, de su familia deshecha permiten a Flynn esbozar un fresco lúcido de la realidad de más de dos millones de estadounidenses, que ostentan la calificación social de indigentes, seres humanos que no tienen donde caerse muertos cuando sale la Luna y que buscan un plato de comida y un camastro para pasar la noche.
Hay espléndidas perlas en el texto sobre todo esto. Veamos algunas. Sobre la vida familiar: "Pero estábamos bien los tres juntos viendo la tele en un caluroso sábado por la tarde, percibiendo el movimiento del mundo exterior, que seguía su marcha con o sin nosotros ..."; sobre la vida presidiaria: "La cárcel es como un desierto del tiempo, aunque los días, como en todas partes, tienen su ritmo"; sobre los propios albergues y las "conciencias samaritanas": "Trabaja un tiempo con personas sin hogar y verás que todo el mundo quiere contribuir a la causa con una bolsa de ropa vieja"; sobre la vida ciudadana: "...en las horas muertas, entre las once de la noche y las ocho de mañana, toda la ciudad anda en busca de un trago [...] Calculándolo bien, lo mejor es dejarse caer borracho al suelo a las once y despertarse cuando el sol quema en los labios". Pero para mí, el párrafo más demoledor lo reserva el de Massachusets para uno de sus últimos capítulos: "Mi padre pasará el resto de la noche sentado en un banco, cerca del Ritz. Frente a él, mil ventanas; cada una de ellas se abre a una habitación, continente y contenido. Mil habitaciones en las que él no está".
La lectura de esta novela la he intercalado con otras prosas, prensa, revistas, entrevistas y cómics. Y se ha ganado a pulso su derecho a ser leída porque ha impuesto su propia ley sobre mi conciencia: una ley demoledora, espeluznante, hasta convertirse en un texto de obligada lectura. Y no se piensen, mis improbables lectores (por mucho que mi amiga Susi Pérez me canee por utilizar esta muletilla, que le tomé prestada en su día a ese magnífico columnista y articulista, ahora en Babelia, antes en ABC, que es Manuel Rodríguez Rivero), que aunque últimamente hable mucho de cómics y entreviste dibujantes me he olvidado de la Literatura. No, todo lo contrario. Como ya señaló Alvaro Pons en la entrevista que publicó este mismo diario a principios de año, el consumidor de cultura debe abarcar un espectro de inquietudes lo más amplio posible. Y eso es lo que yo hago o intento hacer: leer novela, leer tebeos, ver cine, escuchar música y alguna otra cosa más.
Después de engullir ‘Otra noche de mierda en esta puta ciudad’, desearía que los habitantes del pentágono peninsular tardásemos siglos en alcanzar un nivel similar de miseria al norteamericano. Pero me temo que ello no será posible porque caminamos, y con paso firme, hacia ello. Que no nos pase nada.
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‘Otra noche de mierda en esta puta ciudad’, de Nick Flynn. Editorial Anagrama, 2007. 313 páginas, 19 euros.
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