Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Niños | Infancia | Armas | CAza | Cazadores | Delitos | Derechos infantiles
«Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad» (Karl A. Menninger)

Niños, armas, caza

|

—Mis padres me pegan lo normal.


Esta frase que congela el tuétano ha sido escuchada por psicólogos infantiles en boca de niños y constituye una prueba dramática de la normalización de la violencia con víctimas de esas edades en ciertos casos. Los menos, es cierto, pero eso no hace que sean menos espantosos.


Aunque no es necesario ser objeto de castigo físico (o mental) para que tenga lugar esta aberración: formarlos física y emocionalmente como los agresores es otra de sus variantes, y alimentar en ellos el placer por el uso de las armas o matar por diversión transita de lleno por tan perverso camino.


Pólvora

Esta página de Facebook dedicada a ambas actividades muestra en una de sus publicaciones –cargada del horror y el asco que produce su impunidad- cómo hay vía libre para exponer a los niños a una educación que propiciará comportamientos agresivos y desadaptativos. Ha sido compartida por numerosos perfiles cinegéticos.


Escriben los administradores de ese muro que drogarse con la utilización de armas de fuego “es un viaje de ida, un camino sin retorno”, y en eso tienen razón aunque ellos nos lo expliquen desde el orgullo: la violencia inculcada a esa criatura es un cáncer destinado a evolucionar en metástasis y generador de destrucción, la de otros seres que se crucen en su camino, la suya propia.


Rompe el alma escuchar a niños decir que sus padres les pegan lo normal, pero no lo hace menos verles jugar con rifles o sonreír orgullosos junto al corcito al que acaban de reventarle las entrañas de un disparo. O de varios.


Los cazadores, cuando se habla de sus actos en esta faceta, son muy dados a repetir desafiantes que ellos educan a sus hijos como les da la gana, pero eso no puede ser así sea cual sea la situación en un Estado de Derecho. Del mismo modo que cuando les resultan inservibles para la caza a menudo matan a sus perros pensando que son de su propiedad y que pertenecen a la misma categoría que la linterna estropeada que arrojan a la basura sin mayores consecuencias, creen poder hacer con sus hijos cuanto se les antoje. Pero no, esos niños no son propiedad de sus padres, ninguno lo es, y educarlos en el uso de las armas o en el matar por pasatiempo debe tipificarse como delito, porque la normalización de dichas conductas en las mentes infantiles es caldo de cultivo demostrado para el ejercicio de la violencia en diferentes ámbitos y, en todo caso, vulnera varios de sus derechos.


No hace falta más que repasar en las hemerotecas asesinatos de género o ajustes de cuentas por unos metros de linde, enfado con el director del banco o petición de la documentación por parte de guardias rurales, entre otros, o basta con revisar perfiles de criminales en serie: en un alto porcentaje encontramos como protagonista que aprieta el gatillo a un cazador adulto, y rascando en el pasado a un niño que fue adoctrinado en la crueldad con animales, es decir, en la caza, una de sus modalidades. Aunque no es necesario ir tan lejos, llega con echarle un vistazo a los comentarios en las redes de los adictos a esnifar vapores de pólvora y de hemorragias ajenas, plagados de incitación a saltarse la ley en materia cinegética o de amenazas.


Qué imagen tan terrible la que ilustra este texto. Y qué degenerada la Ley que lo permite, la del mismo país que jura que estamos a la vanguardia en la Protección de los Derechos de la Infancia.


«Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad» (Karl A. Menninger).

Niños, armas, caza

«Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad» (Karl A. Menninger)
Julio Ortega Fraile
sábado, 7 de agosto de 2021, 09:36 h (CET)

—Mis padres me pegan lo normal.


Esta frase que congela el tuétano ha sido escuchada por psicólogos infantiles en boca de niños y constituye una prueba dramática de la normalización de la violencia con víctimas de esas edades en ciertos casos. Los menos, es cierto, pero eso no hace que sean menos espantosos.


Aunque no es necesario ser objeto de castigo físico (o mental) para que tenga lugar esta aberración: formarlos física y emocionalmente como los agresores es otra de sus variantes, y alimentar en ellos el placer por el uso de las armas o matar por diversión transita de lleno por tan perverso camino.


Pólvora

Esta página de Facebook dedicada a ambas actividades muestra en una de sus publicaciones –cargada del horror y el asco que produce su impunidad- cómo hay vía libre para exponer a los niños a una educación que propiciará comportamientos agresivos y desadaptativos. Ha sido compartida por numerosos perfiles cinegéticos.


Escriben los administradores de ese muro que drogarse con la utilización de armas de fuego “es un viaje de ida, un camino sin retorno”, y en eso tienen razón aunque ellos nos lo expliquen desde el orgullo: la violencia inculcada a esa criatura es un cáncer destinado a evolucionar en metástasis y generador de destrucción, la de otros seres que se crucen en su camino, la suya propia.


Rompe el alma escuchar a niños decir que sus padres les pegan lo normal, pero no lo hace menos verles jugar con rifles o sonreír orgullosos junto al corcito al que acaban de reventarle las entrañas de un disparo. O de varios.


Los cazadores, cuando se habla de sus actos en esta faceta, son muy dados a repetir desafiantes que ellos educan a sus hijos como les da la gana, pero eso no puede ser así sea cual sea la situación en un Estado de Derecho. Del mismo modo que cuando les resultan inservibles para la caza a menudo matan a sus perros pensando que son de su propiedad y que pertenecen a la misma categoría que la linterna estropeada que arrojan a la basura sin mayores consecuencias, creen poder hacer con sus hijos cuanto se les antoje. Pero no, esos niños no son propiedad de sus padres, ninguno lo es, y educarlos en el uso de las armas o en el matar por pasatiempo debe tipificarse como delito, porque la normalización de dichas conductas en las mentes infantiles es caldo de cultivo demostrado para el ejercicio de la violencia en diferentes ámbitos y, en todo caso, vulnera varios de sus derechos.


No hace falta más que repasar en las hemerotecas asesinatos de género o ajustes de cuentas por unos metros de linde, enfado con el director del banco o petición de la documentación por parte de guardias rurales, entre otros, o basta con revisar perfiles de criminales en serie: en un alto porcentaje encontramos como protagonista que aprieta el gatillo a un cazador adulto, y rascando en el pasado a un niño que fue adoctrinado en la crueldad con animales, es decir, en la caza, una de sus modalidades. Aunque no es necesario ir tan lejos, llega con echarle un vistazo a los comentarios en las redes de los adictos a esnifar vapores de pólvora y de hemorragias ajenas, plagados de incitación a saltarse la ley en materia cinegética o de amenazas.


Qué imagen tan terrible la que ilustra este texto. Y qué degenerada la Ley que lo permite, la del mismo país que jura que estamos a la vanguardia en la Protección de los Derechos de la Infancia.


«Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad» (Karl A. Menninger).

Noticias relacionadas

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.

Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto