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Alicia Martínez

Dragó y su puta Ezpaña

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Dice sabiamente el refranero: “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.

Fernando Sánchez Dragó es un personaje que marchita con agria madurez, no exenta de su obscena obsesión por el dinero. Es persona hortera, de baja estopa social que ni asimiló, en su otrora juventud, las buenas costumbres del Colegio del Pilar. De ahí, que sea ramplón en sus ademanes, paleto en el vestir y tan cursi hablando de los toros que no conoce ni por asomo el envidiosos mundo taurino. El problema de Dragó, aún sin enterrar, es su irreconciabilidad con el libre pensamiento. Ortega diría de él que no es más que un hortera que deambula entre el vino, los chismes y una juventud cargada de un mal uso del erotismo. El cambio climático se la bufa, no así, su obstinada obsesión por lecturas que antañazo despertaban su libido. El cínico y mal escritor- repetitivo chafardero que al final no dice nada-, me dicen, que era un asiduo a las revistas de gente liberal, o sea, el Lib y el Clima.

El presumido y releído Dragó, es, en esencia, lo más abrupto de ésta España tan visceralmente nuestra. Es un español que todavía no ha aportado nada a la literatura española y sucumbe siempre enfurecido entre la envidia que le arrebata. Por reiterativo, es estéril y hace del idioma español una burda sonrisa para los intelectuales de pro. Cuando se adentra en el mundo de los toros manifiesta en todo su esplendor los horrendos fetiches de ese mundo tan chabacano donde los valores se confunden con el hedor del dinero y la traición. Sabemos que en los toros, el único que tiene decencia es el toro. La valentía que se presume a lo taurino, forma parte de un folclore mal entendido, el respeto sólo es merecedor el que tiene cuernos, la educación brilla por su ausencia, la firmeza exclusivamente la aporta el dinero, el orden se da en las mulillas, la sinceridad ni se conoce y el cumplimiento del deber, aparece cuando el animal es torpemente arrastrado al desguace carnal.
Dragó forma parte de un pueblo que no se asemeja a la España libre que forjaron aquellas jóvenes, llamadas las Trece Rosas. Llanamente, no es un demócrata.

Si Dragó fuera una puta sus chulos sin comparsa se distribuirían entre Telemadrid, el Japón de sus amores y lo taimado que sólo los gatos pueden proporcionar.

La magia de Dragó- magia apagada de un español acomplejado- es tan trágica como su irascible deseo de tener dinero.

Amigo Dragó, no olvide aquello de que “España y yo somos así, señora”.

Dragó y su puta Ezpaña

Alicia Martínez
Alicia Martínez
domingo, 27 de enero de 2008, 07:30 h (CET)
Dice sabiamente el refranero: “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.

Fernando Sánchez Dragó es un personaje que marchita con agria madurez, no exenta de su obscena obsesión por el dinero. Es persona hortera, de baja estopa social que ni asimiló, en su otrora juventud, las buenas costumbres del Colegio del Pilar. De ahí, que sea ramplón en sus ademanes, paleto en el vestir y tan cursi hablando de los toros que no conoce ni por asomo el envidiosos mundo taurino. El problema de Dragó, aún sin enterrar, es su irreconciabilidad con el libre pensamiento. Ortega diría de él que no es más que un hortera que deambula entre el vino, los chismes y una juventud cargada de un mal uso del erotismo. El cambio climático se la bufa, no así, su obstinada obsesión por lecturas que antañazo despertaban su libido. El cínico y mal escritor- repetitivo chafardero que al final no dice nada-, me dicen, que era un asiduo a las revistas de gente liberal, o sea, el Lib y el Clima.

El presumido y releído Dragó, es, en esencia, lo más abrupto de ésta España tan visceralmente nuestra. Es un español que todavía no ha aportado nada a la literatura española y sucumbe siempre enfurecido entre la envidia que le arrebata. Por reiterativo, es estéril y hace del idioma español una burda sonrisa para los intelectuales de pro. Cuando se adentra en el mundo de los toros manifiesta en todo su esplendor los horrendos fetiches de ese mundo tan chabacano donde los valores se confunden con el hedor del dinero y la traición. Sabemos que en los toros, el único que tiene decencia es el toro. La valentía que se presume a lo taurino, forma parte de un folclore mal entendido, el respeto sólo es merecedor el que tiene cuernos, la educación brilla por su ausencia, la firmeza exclusivamente la aporta el dinero, el orden se da en las mulillas, la sinceridad ni se conoce y el cumplimiento del deber, aparece cuando el animal es torpemente arrastrado al desguace carnal.
Dragó forma parte de un pueblo que no se asemeja a la España libre que forjaron aquellas jóvenes, llamadas las Trece Rosas. Llanamente, no es un demócrata.

Si Dragó fuera una puta sus chulos sin comparsa se distribuirían entre Telemadrid, el Japón de sus amores y lo taimado que sólo los gatos pueden proporcionar.

La magia de Dragó- magia apagada de un español acomplejado- es tan trágica como su irascible deseo de tener dinero.

Amigo Dragó, no olvide aquello de que “España y yo somos así, señora”.

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