“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Albert Einstein.
Esta madrugada, Ezequiel, mi ángel profético, ha vuelto a merodear por los balcones y las puertas, los alféizares y las ventanas de mi casa y, aunque ignoro el motivo, alguna razón tendría (quizás el menda, consciente de que carecía de artículo que ofrecerle hoy a usted, desocupado lector, había reclamado de manera sutil su perentoria presencia), conjeturo yo, ha decidido colarse de rondón en mi choza, porque esta mañana, encima de mi escritorio, he hallado, escritos con su letra (el rasgo de la misma es inconfundible), los siguientes cinco y desiguales párrafos, cinco:
Servidor puede marrar (cuestión que intenta mantener a raya y evitar mi inteligencia), pero tiene en todo momento presente (predio que suele quedar a cargo de mi memoria), como propósito ineludible e inexcusable (territorio que procura gobernar con equidad mi voluntad), atinar.
En alguna otra urdidura o “urdiblanda”, con proposiciones, sintagmas y vocablos distintos a los que usaré aquí, he hilado y trenzado que estoy dispuesto a brindar mi apoyo probo, sin fisuras, a cuantos reivindican su derecho a equivocarse con tal de que cumplan, eso sí, a rajatabla, (con) esta condición señera, sine qua non, que se hayan autoimpuesto, previamente, la obligación señora, serena, seria y severa de acertar.
Por alta, ancha, profunda y esforzada (desde el punto de vista ético-estético-estilístico) que sea nuestra pretensión (voluntad suprema) de querer congelar en nuestro caletre (memoria firme) el aviso del salmo XLI de David (memoria férrea), que, si no recuerdo mal (memoria floja), versa sobre un latinajo, abysus abysum invocat, quiero decir, el axioma de que el abismo siempre invoca al abismo (memoria sólida), seguiremos dándonos de bruces o narices contra la ardua, cruda, dura y ruda realidad del suelo (inteligencia poca) y dando tumbos y más tumbos (inteligencia magra) hasta la propia tumba.
De las tres potencias (que van encaminadas a ser actos, incluso cuando acaecen o devienen los entreactos) del alma, la primera (mas sólo teniendo en cuenta su posición dentro del diccionario; pues están tan cohesionadas, son tan interdependientes, que cuesta, y acaso sea tarea estéril, establecer un orden de prelación cabal entre ellas), la inteligencia, es facultad imprescindible, necesaria, porque nos habilita para poder pulsar el botón concreto, el correcto, y nos permite subir o bajar el interruptor específico o preciso que va a poner en marcha el mecanismo del recuerdo o va a hacer posible que funcione a las mil maravillas la memoria, inmenso panel u ordenador donde se va a tamizar, recoger, procesar y clasificar toda la información suministrada (incluidos nuestros fallos; y con la apodíctica intención de no volver a cometerlos, por supuesto), porque, a pesar de que nuestra indudable voluntad haya sido, sea o vaya a ser, en todo “cronotopos”, tiempo y lugar, dar de lleno en el blanco o centro, o sea, hacer diana, lo cierto es que seguiremos coleccionando yerros hasta el lecho mortuorio, y algunos, incluso, qué se apuesta, hasta el mismo túmulo o catafalco.
Siento, de veras, no poder ayudarle a usted, desocupado lector, más en este asunto tan intrincado u oscuro de las tres potencias del alma. Pues soy persona de vasta incultura general, con un par de lagunas (¡qué digo lagunas, charcas!, de conocimiento) apenas.
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