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Sustituir la caridad

La caridad es un plus de orden cualitativo que hace la vida más llevadera, menos áspera, menos sórdida
Antonio Moya Somolinos
viernes, 3 de julio de 2015, 22:00 h (CET)
En precedente colaboración he tratado de la necesidad de que la sociedad civil pueda respirar libremente para responder mejor a la dignidad del hombre.

Un aspecto que considero equivocado en el excesivo protagonismo del Estado español es, por ejemplo, la asistencia social. Evidentemente todo el aparato asistencial de las Administraciones tiene un valor objetivo positivo inicialmente, aunque es claro que ni puede ni ha podido nunca sustituir a la caridad cristiana en el ejercicio de las obras de misericordia porque el Amor de Dios no puede ser fabricado por una Administración pública, y tampoco esta tiene esa función.

Pero que la Administración Pública no tenga una función de caridad no quiere decir que el ser humano no anhele en su interior ser tratado con caridad. Es más, si los funcionarios públicos no ponen individualmente la caridad cristiana en sus cometidos—quizá porque no son cristianos—, todos esos servicios sanitarios o asistenciales no pasarán de ser unos servicios sin alma destinados a unos ciudadanos que se suponen también sin alma. Es decir, funciones de un mundo frío.

La educación es otro aspecto en el que se confunde el papel que el Estado debe ocupar en relación a los ciudadanos. Por poner un ejemplo, los formularios que la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía exige para matricular a los niños en centros de primaria y secundaria concertados, presentan al final unas casillas para la firma en las que pone “GUARDADOR LEGAL 1” y “GUARDADOR LEGAL 2” en donde debería decir “EL PADRE” y “LA MADRE”. No son pocos los padres indignados que borran con tippex esas expresiones de los impresos por sentirse agredidos en su derecho a que se considere que ellos son los padres de sus hijos, y no meros guardadores legales, y que la educación de esos niños no es competencia de la Junta de Andalucía, sino de ellos, plenos responsables de la educación de sus hijos, que encomiendan subsidiariamente parte de esa educación al Estado.

Vivir en una sociedad en la que hay tantos y tan variados servicios sociales, educativos y asistenciales, puede provocar—consciente o inconscientemente—una inhibición en muchos cristianos, que declinan practicar las obras de misericordia “porque ya lo hace el Estado”. Podríamos preguntarnos y preguntar a muchos cristianos cuánto tiempo hace que no han visitado y cuidado a un enfermo o anciano que no sea necesariamente pariente suyo, o si han ido a un bar con algún mendigo para comer con él un bocadillo juntos o si se han preocupado de dónde va a dormir esta noche un mendigo que anda por la calle perdido y dando vueltas, o si hacen algo por enseñar—no solo el catecismo, sino otras cosas—a quien no sabe o sabe poco de casi todo.

Junto a esta caridad individual que parece correr el peligro de ser sofocada por la acción social sin alma del Estado, existe afortunadamente una gran variedad de posibilidades de caridad organizada en donde hay sitio para todo aquel que quiera vivir la caridad de Jesucristo. Me refiero sobre todo a Cáritas, que en estos momentos difíciles está haciendo lo que ningún político, sindicalista o Administración han hecho, que es atender a quienes están en situaciones críticas de supervivencia, demostrando que la caridad es insustituible por la frialdad del Estado. Tampoco deja de ser oportuno mencionar al Banco de Alimentos u otras iniciativas parecidas que van apareciendo, en las que se puede percibir también la honradez humana con que se gestionan los pocos recursos de que dispone la caridad organizada.

No se puede silenciar la conciencia refugiándose en el Estado; la caridad es un plus de orden cualitativo que hace la vida más llevadera, menos áspera, menos sórdida.

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