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La checa contra Pío Moa

Almudena Negro
Almudena Negro
sábado, 1 de diciembre de 2007, 01:47 h (CET)
He disfrutado mucho leyendo los libros de Pío Moa en los que el historiador que aporta documentación inédita sobre la Guerra Civil española, extraída fundamentalmente de fuentes de la izquierda, así como me deleité en su día con “De un tiempo y un país”, el diario de Pío Moa elaborado durante su etapa marxista-. Diario en el que se describe a la perfección el lavado de cerebro estalinista que lleva a un ciudadano de nivel cultural medio-alto, en plena dictadura franquista y, en parte, debido al ambiente de la época, a pertenecer a una organización terrorista y marxista, como fueron los GRAPO.

De hecho, el diario redactado durante su militancia izquierdista, que Pío Moa ha respetado en su integridad (cuando nada se tiene que ocultar, nada hay que revisar), me recuerdan a las del gran liberal Jean François Revel (“El ladrón en la casa vacía”), en las que el francés, entre otras cosas, relata magistralmente la dificultad psicológica a la que se enfrenta cualquier militante de izquierdas en cuya mente se ha instalado ya la duda para salir de la secta. Son necesarios años y años, casi décadas y una voluntad férrea para aceptar que el socialismo sólo crea miseria. Y es que para abandonar la secta la persona debe de cambiar todo su esquema mental e incluso su escala de valores. El yo antes que el colectivo. De la desconfianza a la confianza en la persona. Del pesimismo apocalíptico al optimismo. Y esto supone, que se dice pronto, pasar de la utopía mezclada con la ideología –de la promesa de un paraíso terrenal y de bellos ideales que jamás se alcanzarán, más en cuyo nombre cualquier atrocidad se legitima- a la realidad. Ahí es nada.

Pío Moa, como otras personas representativas de la derecha actual –desde Jiménez Losantos hasta Josep Piqué o Juan Carlos Girauta pasando por Pilar del Castillo- , abandonó en su día la izquierda –quizás porque, como Sánchez Dragó, muchos de ellos, habiendo militado en el PCE, jamás fueron comunistas y sí antifranquistas-.

Moa, precisamente por haber militado en la extrema izquierda, sabe bien que la denuncia –que no querella; para poner una querella hay que jugarse los cuartos y la extrema izquierda es de la cofradía del puño cerrado- presentada por catorce “antifascistas” (desconocen que también los nazis quemaban en la plaza pública los libros de los autores incómodos) contra él en los juzgados de Plaza de Castilla no pretende en absoluto como objetivo primordial, por mucho que se pregone, su encarcelamiento. Pretenden, siguiendo el manual estalinista de destrucción del adversario, previa estigmatización –“franquista”, “extrema derecha”-, su asesinato civil. Pretenden intimidar, incluso aterrorizar, a todos los que no se pliegan a la memoria histérica de unos cuantos que han decidido volver a reabrir viejas heridas del pasado porque son incapaces de ofrecer nada, salvo más de recetas ya fracasadas, para el futuro. Seguramente este grupo liberticida, que ha colocado al historiador en la diana de los violentos, vinculado a Izquierda Unida –que comparte con ellos sus “sensibilidades”, no se ha percatado de su responsabilidad si a Moa le sucediera algo. Que la tienen.

Por otro lado, no sorprende, en absoluto, el silencio que ante semejante atropello totalitario guardan la inmensa mayoría de medios de comunicación, siempre serviles con el poder. Son los mismos que llevan a las televisiones a mujeres que luego son asesinadas por sus parejas. Los mismos que van por ahí impartiendo lecciones de ética.

Sí sorprende el silencio, con excepciones como las Nuevas Generaciones del distrito de Salamanca en Madrid, del Partido Popular. Ya lo advertía Edmund Burke: “Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”.

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La escritura es un acontecimiento ontológico o, lo que es lo mismo, una expresión de realidades y a la vez es una forma de fijar el pensamiento, el conocimiento, las sensaciones, las emociones, etc. También es una especie de archivo de la memoria, con todo lo que eso supone. En realidad, como se sabe ya desde la antigüedad es una extensión del lenguaje hablado. Además, es una forma de ser en el mundo.

Migrantes. Es lo último en apelativos orientados a retorcer el lenguaje para tornarlo ariete ideológico. Parecen no venir ni emigrar desde ningún lado, ni dirigirse, inmigrando, a otro lugar concreto y delimitado, como si estuviesen sometidos a una suerte de movimiento pendular perpetuo que solo se detendrá al legalizarlos en algún sitio. Existen asuntos sensibles sobre los cuales parece que está prohibido debatir, o al menos hacerlo con racionalidad y argumentos.

¿Qué supone eso de enfrentarse cada día a los sucesivos retos de la vida? La versión de la respuesta siempre será personal, aunque los matices particulares aparezcan entreverados con las oleadas procedentes de la comunidad. Son tantos los factores implicados, que la rutina atenúa el sofoco de atender a todos ellos; con el inconveniente de prescindir de algunos conocimientos.

 
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