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Variedades arrevistadas

Rafa Esteve-Casanova
Rafa Esteve-Casanova
viernes, 30 de noviembre de 2007, 04:56 h (CET)
La mayoría de los que ya no cumpliremos los cincuenta todavía recordamos con más cariño que añoranza aquellos viejos programas de las fiestas populares de nuestros pueblos o barrios en los que siempre, justo la noche anterior a la fiesta del santo patrón, se anunciaba la “apoteósica” actuación de una compañía de variedades arrevistadas. Entre los adolescentes las dosis de testosterona se alborotaban ante el anuncio de aquel espectáculo que nos iba a facilitar ver algunos centímetros más de carne femenina de lo que era habitual por aquel entonces al tiempo que, si permanecíamos atentos a las evoluciones de las bailarinas, atisbaríamos en la lontananza algún escorzo de blanca braga, toda una odisea para nuestros jóvenes años.

Así que, lo confieso, fui un fiel seguidor de aquellas variedades arrevistadas gracias a las cuales, y a pesar de la cortante censura, íbamos conociendo un poco, pero muy poco, más de la anatomía femenina. Con el paso del tiempo, y el estreno de unos pantalones de camal largo diferentes a los de la primera comunión, mis amigos y yo nos hicimos habituales de los palcos proscenio de los teatros de nuestra ciudad por los que pasaban las más afamadas compañías de revista y, puedo decir, que desde un palco proscenio del Teatro Ruzafa de Valencia presencie una de las últimas actuaciones de la gran Celia Gámez. Mis ídolos adolescentes fueron Sofía Loren y Silvana Mangano bailando el “ballón” pero también Mary d’Arcos, Merche Mar, Lita Claver “La Maña” o Tania Doris y en muchas ocasiones tarareé aquellas mismas canciones de doble sentido que ellas nos dedicaban con sonrisa picarona y ojos tiernos mientras adornadas de plumas bajaban con encanto unas escaleras llenas de bombillas y que no conducían a ninguna parte, tan sólo iban del escenario al mismo escenario.

Y un buen día tuve la oportunidad de vivir desde dentro el que siempre me había parecido un mundo distante en lo posible, lejano en el tiempo y extraño para el siglo XX. Pude, durante algunos meses, formar parte del trepidante mundo del oropel, la pluma y la fantasía que es como desde fuera se ve al mundo de las variedades arrevistadas. Supe del calor y del frío en noches inhóspitas donde nadie se acercaba a las taquillas para sacar su entrada, conocí los sinsabores de la lucha desigual contra la administración y sus obsoletas normativas, hice kilómetros y kilómetros alejado de los míos para llevar la alegría y el buen humor a desconocidos rincones y saqué fuerzas, no se de dónde, para tener siempre una sonrisa con la que atender a los que se nos acercaban en demanda de risas y sueños. Pero también me quedan de aquellos tiempos los recuerdos de madrugadas alegres ante una botella rodeado de las coristas que, aparcada su mochila de plumas, son como cualquier dependienta o cualquier interventora bancaria, las ciudades y pueblos que nos acogían, a nosotros los antiguos cómicos, con los brazos abiertos de la amistad y algún que otro amor de pocos días olvidado entre lágrimas cuando las últimas luces del pueblo decían adiós a nuestro autobús.

Es por todo esto que la reposición por parte de los miembros de La Cubana de la que considero una de sus mejores obras, “Cómeme el coco, negro”, me ha hecho recordar todo un mundo que, por desgracia, ha desaparecido entre las voraces fauces del progreso y los programas televisivos. Los “cubanos”, 18 años después de su estreno, y para conmemorar las bodas de plata de la compañía han reestrenado en el viejo cine Coliseum de Barcelona, ahora reconvertido en teatro, la obra que les sirvió para homenajear al desaparecido mundo de las variedades arrevistadas y los teatros portátiles que iban de pueblo en pueblo haciendo que sus gentes, al menos por unos días, se sintieran más felices. La noche del estreno el público puesto en pie premió con sus aplausos esta nueva versión de “Cómeme el coco, negro”, es verdad que ya no estaba José Corbacho haciendo de Pepe Iberia, émulo de Antonio Molina, y que, esta vez, el negro era de verdad y no han tenido que embetunarlo como hicieron en la anterior versión con Santi Millán. Pero tanto los antiguos como los nuevos “cubanos” con Jordí Milán, su director, al frente siguen demostrando que La Cubana es un vivero de actores y que aunque el refrán popular dice que nunca segundas partes fueron buenas esta vez la sabiduría popular se equivoca y vale la pena pasar por el teatro para disfrutar de estas especiales variedades arrevistadas con sabor añejo pero no rancio. Les aseguro que saldrán cantando el estribillo de la obra, aquel que dice “Vengan todos a gozar/ con el teatro cubano/ donde la felicidad/ está al alcance de tu mano”.

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