El axiomático epígrafe que precede a estas líneas tiene que ver con la formidable cantidad de juego que es capaz de dar este buen hombre a los cómicos, que como es bien sabido por todos se suelen aprovechar a menudo de las personas honradas y trabajadoras con cualquier cosa nuestra -da igual si es dinero, o si lo prefieren algo menos prosaico que aquello: inspiración- a la que puedan sacar buen partido; porque sus últimas apariciones en público, pero sobre todo sus sentencias, lo han elevado a la cima en las listas de los videos más vistos.
Me refiero, como ya habrán deducido, a Mariano Rajoy, el complaciente líder de los Populares, aunque no ha sido sino hasta estos días de tantos brindis al Sol, en los que las fuerzas y la imaginación se han ido agotando a medida que pasaron los días y se aproximaba la jornada de reflexión previa al voto del domingo, que hemos sido testigos en absoluto privilegiados de tanto desvarío.
Se sabe que los gallegos no están especialmente dotados para el humor, y tal vez por eso hubiese sido mejor que nuestro presidente nos ahorrase lo que en primera instancia podría pretender parecerse a un chascarrillo, pero que por el contrario tenía más pinta de perogrullada que de otra cosa. Pues así quiso el presidente del gobierno acabar uno de sus discursos durante la campaña de las municipales y autonómicas, pero su guiño no se entendió, sólo sus incondicionales alabaron ese seseo tan peculiar, ahora aderezado también de ese humor tan particular como mediocre.
¿Cómo se atreve Rajoy a soltar por esa boquita semejantes sandeces? Muy fácil, porque el presidente se ha reunido de palmeros que no le han abierto los ojos ni le han advertido de la debacle que se aproximaba, sino que le han estado dorando la píldora y aplaudiéndole todas y cada una de sus ocurrencias, sin discutirle ninguna de ellas sino celebrándoselas. Así, el resultado ha sido el que ha sido.