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Sé que sé lo que sé... y andando voy por el río, paso a paso en sus orillas que son las mías, marchando y marchandito... y sólo sé que nada sé. Como decía el filósofo, sólo que la felicidad, la risa se puede encontrar en el otro, en lo más triste y penoso, en lo más sombrío, en la infelicidad del ser humano que enseña, sé lo que sé, y lo sé bien y ya está. Que lo sé del fondo y hubiera deseado saberlo todo, pero todo se escapa de las manos. Todo se va y yo... voy perdiendo terreno poco a poco, se es lo que se puede, lo que no, no. Y feliz igual yo soy, que nada valgo ni soy, salvo para mamá. Y yo... que jamás seré feliz y lo sé, sólo lo seré en soledad, ayúdame en lo que queda del camino, que supongo duro será.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
En el finísimo camino del hilo casi invisible / la araña desafíala terca gravedad y la engañosa distancia, / el hierro se desgastacon el frotar de la ventana, / casi una imperceptible sinfonía endulza el ambiente / cuando el viento transitaentre las grietas de la madera, / al mismo tiempo, / dos enamorados entregan su saliva el uno al otro / como si fueran enfermos recibiendo una transfusión.
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