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El conocimiento del hombre

Francisco Rodríguez
viernes, 6 de febrero de 2015, 08:17 h (CET)
El auténtico conocimiento consiste en discernir sin error entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. Si se nos pregunta sobre ello, sin duda, responderemos que preferimos el bien y la verdad antes que el mal o la mentira. No obstante ello, lo cierto es que con frecuencia hacemos el mal, aunque busquemos y encontremos argumentos para justificarnos.

Discernir sin error es una ardua tarea ya que estamos influidos por multitud de ideas, solicitaciones y presiones que nos impiden conseguir un auténtico conocimiento de la realidad en que vivimos, por lo que terminamos aceptando las ideas que se nos ofrecen en nuestro ambiente, en los medios de comunicación que frecuentamos y más aún si nos convencen de que se trata de la opinión de la mayoría, aunque es dudoso que la mayoría tenga siempre razón.

En el relato del Génesis, la astuta serpiente convence a Eva de que comiendo de aquella fruta serán como dioses, conocedores del bien y del mal y en eso estamos: empeñados en ser como dioses y decidir sobre lo bueno y lo malo. En otros tiempos recurríamos a la ley natural como regla de conducta, pero filósofos, políticos y revolucionarios consiguieron arrumbarla.

Se ha ido imponiendo la blanda opinión de que cada cual puede pensar lo que le parezca, que todo es relativo, que todo vale lo mismo, que el hombre es su propio dios y decide en cada momento lo que le conviene, sin ninguna relación a Alguien que pueda pedirle cuentas.

Como los derechos de unos pueden interferir los derechos de otros, hemos encargado al omnipotente Estado que legisle sobre ello y así, las cosas serán buenas o malas según lo que determinen los códigos y leyes aprobadas “democráticamente” y aplicadas por los jueces.

Los que sigamos pensando que existe Alguien que representa la fuente de todo bien y de toda verdad seremos tolerados, siempre que no choquemos con lo que decidan los gobernantes. Si pensamos que la vida es sagrada, desde su concepción hasta la muerte natural y que no puede ningún poder político decidir sobre ella, pues no nos harán caso, dirán que los que así piensen que no aborten ni pidan una muerte rápida, aunque no es seguro de que terminen imponiendo el aborto y la eutanasia como derechos.

El caso del aborto es clarísimo. Se comenzó despenalizándolo, es decir, que aunque se trataba de un mal no se le imponía ninguna pena, para convertirlo en un derecho: ¡el derecho al aborto! que cada vez hay más gente que lo acepta sin un mínimo discernimiento.

Para mucha gente el auténtico conocimiento no es sobre el bien y el mal sino el científico. Cada descubrimiento hace pensar a mucha gente que el verdadero dios es el hombre que, en su evolución, cada vez sabe más y tiene un mayor dominio de las fuerzas naturales, de la tecnología o de la medicina. Otros pensamos que cada avance nos muestra un Dios cada vez más grande a quien adorar, amar y obedecer.

El aumento de la esperanza de vida no ha eliminado la muerte, aunque algunas novelas de ciencia-ficción hayan hablado de congelar el cuerpo, de quien tenga dinero para ello, y volverlo a la vida cuando convenga.

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