La actitud folkie es una suerte de movimiento neo-romántico y post-adolescente que propone un retorno a un estado de naturaleza de tintes rousseaunianos.
Sus protagonistas suelen ser jóvenes de entre veinticinco y treinta y cinco años, en su gran mayoría urbanos, con un nivel socioeconómico medio-alto, generalmente muy críticos con el sistema establecido aunque poco comprometidos socialmente, ligeramente aficionados a alguna forma exótica de espiritualidad (normalmente el budismo) pero sin intención de penetrar en las redes del ritualismo zen, tántrico, yogui o cualquier otro sucedáneo pseudoespiritual fabricado por la sociedad de consumo.
Aunque su amor por la naturaleza los pueda relacionar directamente con los hippies de los años sesenta, lo cierto es que sus influencias literarias, artísticas y musicales más claras las encontramos en los movimientos beat e indie. Del beat han heredado el individualismo hedonista y sus ansias de espontaneidad, aunque en realidad son poco partidarios de la vida desenfrenada y arriesgada. Los folkies son más bien jóvenes hogareños que prefieren pasar un fin de semana en una casa de pueblo, sentados (o tumbados) al calor de una chimenea, mientras suenan unos discos de John Fahey y caen unos vasos de whiskey Bourbon (es fundamental que sea Bourbon). Su gran gurú filosófico-literario es Henry David Thoreau, aquel mítico anarquista norteamericano que decidió alejarse del mundanal ruido para marcharse a vivir entre los bosques (Walden), donde redactaba ingenuos manifiestos a favor de la desobediencia civil.
Pero los folkies, como decía, también tienen una clara raíz indie. De ellos han heredado su pasión por la cultura pop, es decir, la ropa moderna, los cómics, la estética naïf y la música basada en un pop-rock melódico, aunque con más énfasis en lo tradicional: lo folk. Algunos de sus grandes ídolos musicales son Vashti Bunyan, Nick Drake, Cat Power, Devendra Banhart, Bill Callahan y Will Oldham.
Los folkies, en general, son mucho más melancólicos que los indies. Si éstos son alegres, dinámicos y divertidos, los folkies suelen ser solitarios, tímidos, tranquilos, amables y prudentes. Su esteticismo los lleva a detestar la vida racional-urbana, de ahí que propongan un retorno a la naturaleza. Eso sí, ninguno de ellos parece dispuesto a renunciar a sus PCs, teléfonos móviles, reproductores de mp3, cines, conciertos y demás comodidades de la vida burguesa.
Como auténticos productos posmodernos, los folkies han renunciado totalmente a la posibilidad de transformar la realidad desde una perspectiva social. Ninguno de ellos se afiliaría por nada del mundo a un partido político o a un sindicato, ya que desconfían de todos los productos del mundo industrial. Se trata, por tanto, de una actitud post-materialista y ecologista, más preocupada por la búsqueda de una mayor calidad de vida y por el disfrute de la belleza paisajística que por los grandes conflictos sociales surgidos en el mundo globalizado. No se sienten comprometidos con la sociedad, pero sí con los pinos y con las hormigas.
En algunos casos, y siguiendo los planteamientos más puramente hedonistas, los folkies forman comunas diminutas y tranquilísimas, más parecidas a la Escuela del Jardín de Epicuro que a los grandes happenings organizados en su día por hippies o provos.
En definitiva, este cruce posmoderno entre la ilusión vital beat, la alegría naïf hippie y el esteticismo indie es una propuesta bastante atractiva para todos aquellos que, hartos de una vida urbana cada vez más sucia, fea y agresiva, desean encontrar algo de paz espiritual sin necesidad de enrolarse en esperpénticos rituales yoguis o insufribles movimientos socio-políticos. Es una alternativa discreta, silenciosa y casi invisible a todo tipo de convención social de orden burgués; una entrañable pandilla de raritos incomprendidos por la que siento un considerable aprecio como consecuencia de mi amistad con algunos de ellos.
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Blog de Nikolai Stavrogin
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