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Esta es la condena a la que se nos ha sometido hasta el día de hoy por la maldita pandemia

Seis meses y un día

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Nadie se podía imaginar el pasado día ocho de marzo que, a fecha de hoy, íbamos a seguir estando casi en la misma situación de sufrimiento que al principio. Han pasado días de confinamiento total, de aplausos en los balcones, de esperanzas frustradas, de acopio de papel higiénico y de toda suerte de alimentos, de experimentación culinaria, de recopilación de memorias, de recuperación de amigos perdidos en el tiempo… Etc.

Todos esperábamos el otoño con ilusión. Nuestro gozo en un pozo. Estamos casi igual que al principio. Con un poco más de libertad y el mismo miedo, lo que nos imposibilita disfrutarla. Seguimos recordando con nostalgia aquellos días en que podíamos reunirnos con nuestras familias, abrazar a nuestros nietos, trabajar en nuestros voluntariados o sentarnos a jugar tranquilamente una partida de dominó con los amigos.

Nos aprestamos a cumplir esta ampliación de condena que nuestros regentes y la inconsciencia de muchos nos ha deparado. Volveremos a vivir de los recuerdos, porque no podemos disfrutar del presente y mucho menos soñar con un futuro mejor. Volveremos a tirar de la memoria para recopilar vivencias que, a lo peor, solo te interesan a ti.

A lo largo de estos 180 días he publicado 166 capítulos de mis recuerdos. Unas 500 páginas. Casi un folletín de principios del siglo XX. La nostalgia y la paciencia se van agotando. Volveremos a la video conferencia y a hacer pan en el horno. A cantar manidas canciones con coros lejanos y a rezar cada día porque no caigan, o vuelvan a caer, en las redes del Covid 19 ninguno de los tuyos.

Los mayores, dada nuestra condición de personas de riesgo, seguiremos encerrados. Mientras, nuestros hijos y nietos se enfrentarán cada día a la enfermedad latente en las escuelas, los medios de transporte, los lugares de trabajo y la añorada calle.

Como no tengo perro que pasear, me pondré el chándal cada mañana y caminaré por senderos deshabitados. Tenemos que evitar en lo posible el contagio. ¡Menudo resto del año que se nos presenta! Seguiremos recurriendo al agua y al ajo. ¡A ver si por Navidades…!

Seis meses y un día

Esta es la condena a la que se nos ha sometido hasta el día de hoy por la maldita pandemia
Manuel Montes Cleries
jueves, 10 de septiembre de 2020, 08:18 h (CET)

Nadie se podía imaginar el pasado día ocho de marzo que, a fecha de hoy, íbamos a seguir estando casi en la misma situación de sufrimiento que al principio. Han pasado días de confinamiento total, de aplausos en los balcones, de esperanzas frustradas, de acopio de papel higiénico y de toda suerte de alimentos, de experimentación culinaria, de recopilación de memorias, de recuperación de amigos perdidos en el tiempo… Etc.

Todos esperábamos el otoño con ilusión. Nuestro gozo en un pozo. Estamos casi igual que al principio. Con un poco más de libertad y el mismo miedo, lo que nos imposibilita disfrutarla. Seguimos recordando con nostalgia aquellos días en que podíamos reunirnos con nuestras familias, abrazar a nuestros nietos, trabajar en nuestros voluntariados o sentarnos a jugar tranquilamente una partida de dominó con los amigos.

Nos aprestamos a cumplir esta ampliación de condena que nuestros regentes y la inconsciencia de muchos nos ha deparado. Volveremos a vivir de los recuerdos, porque no podemos disfrutar del presente y mucho menos soñar con un futuro mejor. Volveremos a tirar de la memoria para recopilar vivencias que, a lo peor, solo te interesan a ti.

A lo largo de estos 180 días he publicado 166 capítulos de mis recuerdos. Unas 500 páginas. Casi un folletín de principios del siglo XX. La nostalgia y la paciencia se van agotando. Volveremos a la video conferencia y a hacer pan en el horno. A cantar manidas canciones con coros lejanos y a rezar cada día porque no caigan, o vuelvan a caer, en las redes del Covid 19 ninguno de los tuyos.

Los mayores, dada nuestra condición de personas de riesgo, seguiremos encerrados. Mientras, nuestros hijos y nietos se enfrentarán cada día a la enfermedad latente en las escuelas, los medios de transporte, los lugares de trabajo y la añorada calle.

Como no tengo perro que pasear, me pondré el chándal cada mañana y caminaré por senderos deshabitados. Tenemos que evitar en lo posible el contagio. ¡Menudo resto del año que se nos presenta! Seguiremos recurriendo al agua y al ajo. ¡A ver si por Navidades…!

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