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Octavi Pereña

Basura mortal

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“Vertidos tóxicos: Como la basura occidental está destruyendo África”, es el reportaje de Meera Selva, publicado en The Independent el pasado 21 de septiembre que debería hacernos pensar. Al leerlo me vinieron a la cabeza la declaración de Duran Lleida solicitando que los ciudadanos aportásemos a las ONGs para ayudar a paliar el problema de la emigración africana. Hipócrita declaración cuando el problema que nos afecta directamente tiene sus orígenes al que hemos sometido África y se le sigue haciendo hoy.

El almacenaje de residuos contaminantes despierta mucha oposición en las zonas en las que se piensa instalar un vertedero. Nadie quiere tener cerca de su casa productos tóxicos que enferman y matan a quienes reciben sus influencias.
El relato de Meera Selva es estremecedor. La gente que vive en el población de Akouedo, convertida en vertedero de Abidján, capital de Costa de Marfil está acostumbrada a que en él se descargue toda suerte de vertidos. La tragedia se dice que empezó el 19 de agosto después que el buque Probo Koala, registrado en Panamá y fletado por la compañía holandesa Trafigura Beheer. Esta empresa intentó descargar en Ámsterdam la porquería que transportaba la nave. Los servicios portuarios de esta ciudad al saber la toxicidad de la carga quisieron renegociar las condiciones. Así que, Trafigura Beheer lo despachó a una empresa dedicada a la recogida de residuos de Abidján, acompañado de una ”solicitud escrita para que la carga fuera correctamente depositada según las leyes del país”.

El 19 de agosto, la gente que vivía en las proximidades del vertedero de Akouedo la despertó un horrible mal olor. Pronto empezaron a vomitar, los niños a tener diarreas, los ancianos a tener dificultades respiratorias. La causa de estos trastornos generalizados lo fue las 400 toneladas de gasolina mezclada con agua que contenía productos cáusticos que se usan para limpiar bidones de petróleo. El líquido empezó a desprender vapores de sulfuro de hidrógeno, destilados del petróleo e hidróxidos de sodio. La catástrofe ambiental estaba servida.

Las Naciones Unidas han redactado normas que regulan el tráfico de substancias peligrosas en la Convención de Basilea. En 1988 la Unión Europea acordó ejecutar la prohibición que impedía la exportación de desechos tóxicos de los países desarrollados a los que están en proceso de desarrollo. Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda no lo firmaron. Por las rutas marinas siguen navegando infinidad de buques que buscan dónde descargar los restos tóxicos que transportan.

A los residuos contaminantes tradicionales se les ha añadido un nuevo peligro: la amenaza que representan los desechos electrónicos: teléfonos móviles, ordenadores e impresoras y otros enseres, que contienen cadmio, plomo, mercurio y otros venenos. Sólo en los Estados Unidos 20 millones de ordenadores quedan anticuados anualmente. Mensualmente unos 500 contenedores cargados con 400.000 ordenadores llegan a Nigeria para ser reciclados. El setenta y cinco por ciento los tiran en los vertederos descontrolados. Los niños descalzos recogen restos metálicos para venderlos. El plástico se quema con lo que se contamina el aire con los gases que produce la combustión.
Las Naciones Unidas consideran que en el mundo se desechan anualmente entre 20 y 50 millones de toneladas de productos electrónicos. Menos del diez por ciento se recicla El resto se envía a países en vía s de desarrollo. A medida que la tecnología occidental se abarata, el último modelo se hace imprescindible ya que sin él, según dice la publicidad, no se puede vivir. Los desechos irán en aumento con lo que la contaminación será más agresiva.
Liz Parker, de la Agencia del Medio Ambiente que regula los desechos que se producen, afirma: “Los productos electrónicos son los que más crecen en la venta al detalle. Necesitamos convencer a la gente a que piensen sí realmente necesitan un nuevo producto electrónico, y que consideren qué es lo que les sucede a los artículos que se desechan”. Al respecto sería provechoso tener en cuenta que según el consejo Industrial para el Reciclaje de Equipos Electrónicos, cada familia inglesa desecha unas 4 unidades, lo que representa un monto total de unos 93 millones de útiles que son exportados principalmente a África Occidental, India o China. El mismo Consejo dice que hay 20 millones de móviles de más.

Dado el problema que representa deshacerse de los residuos industriales y los desechos electrónicos que producimos individualmente, deberíamos plantearnos el consumo sostenible de estos objetos que los producen. Para ello deberíamos tener bien clara nuestra responsabilidad ya que la propaganda que inunda nuestros hogares nos impulsa al consumo compulsivo desde la tierna infancia. Esta publicidad sutilmente presentada estimula nuestra emociones en detrimento del raciocinio. El resultado es comprar por comprar, aunque lo que adquirimos sólo sirva para ir a engrosar el montón de objetos inservibles que guardamos en nuestros trasteros.

No deseamos que los residuos tóxicos que perjudican a nuestra salud los echen delante de las puertas de nuestras casas. ¿Nos hemos parado a pensar que la gente del tercer Mundo tampoco los quiere? ¿Hemos reflexionado que somos responsables de las enfermedades y muertes que producen los desechos que arrojamos ante las puertas de las casas en donde viven estos desfavorecidos?

Jesús nos alerta con estas palabras: “Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo,7:12). Es palabra de Dios.

Basura mortal

Octavi Pereña
Octavi Pereña
viernes, 29 de diciembre de 2006, 10:23 h (CET)
“Vertidos tóxicos: Como la basura occidental está destruyendo África”, es el reportaje de Meera Selva, publicado en The Independent el pasado 21 de septiembre que debería hacernos pensar. Al leerlo me vinieron a la cabeza la declaración de Duran Lleida solicitando que los ciudadanos aportásemos a las ONGs para ayudar a paliar el problema de la emigración africana. Hipócrita declaración cuando el problema que nos afecta directamente tiene sus orígenes al que hemos sometido África y se le sigue haciendo hoy.

El almacenaje de residuos contaminantes despierta mucha oposición en las zonas en las que se piensa instalar un vertedero. Nadie quiere tener cerca de su casa productos tóxicos que enferman y matan a quienes reciben sus influencias.
El relato de Meera Selva es estremecedor. La gente que vive en el población de Akouedo, convertida en vertedero de Abidján, capital de Costa de Marfil está acostumbrada a que en él se descargue toda suerte de vertidos. La tragedia se dice que empezó el 19 de agosto después que el buque Probo Koala, registrado en Panamá y fletado por la compañía holandesa Trafigura Beheer. Esta empresa intentó descargar en Ámsterdam la porquería que transportaba la nave. Los servicios portuarios de esta ciudad al saber la toxicidad de la carga quisieron renegociar las condiciones. Así que, Trafigura Beheer lo despachó a una empresa dedicada a la recogida de residuos de Abidján, acompañado de una ”solicitud escrita para que la carga fuera correctamente depositada según las leyes del país”.

El 19 de agosto, la gente que vivía en las proximidades del vertedero de Akouedo la despertó un horrible mal olor. Pronto empezaron a vomitar, los niños a tener diarreas, los ancianos a tener dificultades respiratorias. La causa de estos trastornos generalizados lo fue las 400 toneladas de gasolina mezclada con agua que contenía productos cáusticos que se usan para limpiar bidones de petróleo. El líquido empezó a desprender vapores de sulfuro de hidrógeno, destilados del petróleo e hidróxidos de sodio. La catástrofe ambiental estaba servida.

Las Naciones Unidas han redactado normas que regulan el tráfico de substancias peligrosas en la Convención de Basilea. En 1988 la Unión Europea acordó ejecutar la prohibición que impedía la exportación de desechos tóxicos de los países desarrollados a los que están en proceso de desarrollo. Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda no lo firmaron. Por las rutas marinas siguen navegando infinidad de buques que buscan dónde descargar los restos tóxicos que transportan.

A los residuos contaminantes tradicionales se les ha añadido un nuevo peligro: la amenaza que representan los desechos electrónicos: teléfonos móviles, ordenadores e impresoras y otros enseres, que contienen cadmio, plomo, mercurio y otros venenos. Sólo en los Estados Unidos 20 millones de ordenadores quedan anticuados anualmente. Mensualmente unos 500 contenedores cargados con 400.000 ordenadores llegan a Nigeria para ser reciclados. El setenta y cinco por ciento los tiran en los vertederos descontrolados. Los niños descalzos recogen restos metálicos para venderlos. El plástico se quema con lo que se contamina el aire con los gases que produce la combustión.
Las Naciones Unidas consideran que en el mundo se desechan anualmente entre 20 y 50 millones de toneladas de productos electrónicos. Menos del diez por ciento se recicla El resto se envía a países en vía s de desarrollo. A medida que la tecnología occidental se abarata, el último modelo se hace imprescindible ya que sin él, según dice la publicidad, no se puede vivir. Los desechos irán en aumento con lo que la contaminación será más agresiva.
Liz Parker, de la Agencia del Medio Ambiente que regula los desechos que se producen, afirma: “Los productos electrónicos son los que más crecen en la venta al detalle. Necesitamos convencer a la gente a que piensen sí realmente necesitan un nuevo producto electrónico, y que consideren qué es lo que les sucede a los artículos que se desechan”. Al respecto sería provechoso tener en cuenta que según el consejo Industrial para el Reciclaje de Equipos Electrónicos, cada familia inglesa desecha unas 4 unidades, lo que representa un monto total de unos 93 millones de útiles que son exportados principalmente a África Occidental, India o China. El mismo Consejo dice que hay 20 millones de móviles de más.

Dado el problema que representa deshacerse de los residuos industriales y los desechos electrónicos que producimos individualmente, deberíamos plantearnos el consumo sostenible de estos objetos que los producen. Para ello deberíamos tener bien clara nuestra responsabilidad ya que la propaganda que inunda nuestros hogares nos impulsa al consumo compulsivo desde la tierna infancia. Esta publicidad sutilmente presentada estimula nuestra emociones en detrimento del raciocinio. El resultado es comprar por comprar, aunque lo que adquirimos sólo sirva para ir a engrosar el montón de objetos inservibles que guardamos en nuestros trasteros.

No deseamos que los residuos tóxicos que perjudican a nuestra salud los echen delante de las puertas de nuestras casas. ¿Nos hemos parado a pensar que la gente del tercer Mundo tampoco los quiere? ¿Hemos reflexionado que somos responsables de las enfermedades y muertes que producen los desechos que arrojamos ante las puertas de las casas en donde viven estos desfavorecidos?

Jesús nos alerta con estas palabras: “Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo,7:12). Es palabra de Dios.

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