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​Tiempo Pascual 2020, Sobre la Fe en la Resurrección

Josefa Romo Garlito, Valladolid
Lectores
sábado, 18 de abril de 2020, 10:35 h (CET)

Por temor al coranavirus, hemos pasado confinados, casi toda la Cuaresma; lo mismo, la Semana Santa. Vino la Pascua, e igual. Ahora, algunos salen al trabajo. Como digo a mis hijos, abandonar completamente los medios de producción, sería una catástrofe económica y social incalculable; además, los niños precisan expandirse; los jóvenes, hacer deporte; los ancianos, el paseo diario; desde el punto de vista psicológico, a los adultos tampoco les conviene tanto tiempo encerrados.

Gracias a las Santas Misas, que nos sirven por Televisión e Internet, hemos podido participar, online, de la liturgia; pero, como dice el Papa Francisco, “ésta no es una situación ideal, necesitamos la familiaridad con Dios en el sacramento, y con el pueblo” ( 16-4-020).

Superior en importancia a la Semana Santa, es el Domingo de Resurrección, tiempo pascual prolongado en una Octava. En palabras de San Pablo, “si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicias de los que duermen” (I Corintios, 15: 14, 20). La Resurrección del Señor nos llena de alegría y, además, de esperanza, porque la Resurrección de Cristo es garantía de la nuestra.

Jesús había dicho que resucitaría al tercer día. ¿Era fácil que los suyos lo creyeran? Después de verle expiar y atravesado su Corazón por la lanza, ¿ cómo iban a creer, esos hombre de mar, en la Resurrección, tan sujetos al sentido común y a lo palpable? Cuando la Magdalena les anunció que lo había visto vivo, no le dieron crédito. Pedro y Juan fueron a comprobarlo y encontraron, en la tumba, “las fajas allí colocadas y el sudario de la cabeza envuelto aparte”. Dice la Escritura: Juan “vió y creyó” ( Jn. 20, 3-8). A la Virgen no la mencionan, los evangelistas; quizá, porque no necesitaba las apariciones: su Fe era cierta y sencilla, perseverante; es modelo de Fe.

El Nuevo Testamento narra las Apariciones de Jesús resucitado a los Apóstoles. Les hacía falta mucha Fe para lanzarse a la predicación, que suponía sacrificio y riesgo de su vida. Se les presentó en el Cenáculo con las puertas “trancadas”: “Mirad mis manos y mis pies, soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. Era tal su alegría, que no daban crédito a sus ojos; hasta tuvo que comer delante de ellos.

Además del testimonio de los Apóstoles, hasta dar la vida por su Fe en la Resurrección, la Sábana Santa –pienso- es prueba tangible de la Resurrección de Cristo. San Juan Pablo II dijo que es “icono del Evangelio”. La Ciencia ha descubierto, en ella, datos sorprendentes de su autenticidad, y alguno sólo podría explicarse desde la iluminación de la resurrección del Cuerpo inerte que envolvió durante tres días. Se venera en la catedral de Turín. Debido a la epidemia, el Viernes Santo se expuso para la oración y su veneración “online”.

La Resurrección de Cristo alegra el corazón de los cristianos, y fortalece nuestra esperanza, seguros de que la muerte no tiene la última palabra. Me emociona esta canción, que oí en un funeral: “Hoy vuelvo de lejos, /de lejos./ Hoy he vuelvo a tu casa,/ Señor, a mi casa./Y un abrazo me has dado,/ Padre del alma./ (…)Tu casa, mi casa será,/ será mi morada./ Banquete de fiesta, mi hogar,/ vestido de gracia,/ y una túnica nueva / para la Pascua.”




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